Los Pasteles Verdes

 

Los años 70 fueron desahuevantes. Se había comenzado a consolidar una nueva cultura popular en el Perú. Desde la poesía, el surgimiento del movimiento Hora Zero le quebró el espinazo a la tradición cultural reaccionaria. Así su discurso se articula a otras expresiones culturales como la música. Hora Zero se ensambla a la cumbia peruana con búsquedas que tienen un espejo, por ejemplo, en los hallazgos de Enrique Delgado y Los Destellos. Luego a la Nueva canción peruana que está en manifestaciones como las de grupos como El Polen, Tiempo Nuevo y los trovadores del parque Huiracocha (Andrés Soto, Paco Guzman, Hugo Castillo). Sin embargo, su huellas se encuentran arraigadas en las baladas del grupo chimbotano Los Pastales Verdes. Fernando Arias, quien acaba de fallecer en México, me contó en una entrevista que muchas de sus composiciones estaban inspiradas en los poemas de mi recordado hermano Juan Ramírez Ruiz.

Por eso decía alguna vez que ese disco de vinilo solo decía “Santana” (Columbia 1969), mostraba en blanco y negro una imagen de un león y la silueta de una muchacha y el último tema del Lado B tenía el tema “Soul Sacrifice”. Al poeta Jorge Pimentel le gusta el sonido latino de Carlos Santana luego de lo de Woodstock. Allá en su casa de Jesús María, todos lo oíamos como en un ofertorio místico. Otros, como Enrique Verástegui, era fanático del cantante andrógino Adamo y se inspiraba con Allegro barbaro, una sinfonía con solo de piano de Bela Bartok. Para el maestro Manuel Morales podía faltar decencia, pero jamás, en la rockola, una guaracha de la Sonora Matancera. Juan Ramírez Ruiz atesoraba sus vinilos de John Coltrane y Miles Davis. Yulino Dávila no escondía su casete de Los Belkins y su himno manual: “Tema para jóvenes enamorados”. Bueno, lo mío era la salsa, la dura, la de Ray Barretto en ayunas, más fuerte que un latigazo de ron.

Tulio Mora era más democrático Llevaba la herencia por el tango. Su madre adoraba a Carlitos Gardel y cuando el poeta apenas tenía doce años, compró un cancionero y se ponían a cantar a dúo todos los tangos de “El zorzal criollo”. También lo complementaba con boleros de Los Panchos, algunos huaynos que le gustaban a su padre pese a ser criollo y uno que otra valse de la Guardia vieja. Jorge Pimentel ha declarado que eran fan de Los Ángeles Negros y su tema “Y volveré” en la voz del amariconado Germaín de la Fuente y que gracias a esa himno de amor falaz, se inspiró para componer su celebrado poema “Balada para un caballo”. En realidad, en Hora Zero se escuchaba de todo. Desde Atahualpa Yupanqui o Los Chalchaleros hasta Los Beatles, la parte dark los Rolling Stones, Bob Dylan, Credence Clearwater Revival, Peter Gabriel y Yes.

En mi caso, cuando descubrí que la interpretación del “Tibiri Tábara” por la voz prerrogativa de Daniel Santos tenía más de acto mágico que de rumba prostibularia, engarcé a ese aullido, la gamuza vanguardista de los “Cinco metros de poemas” de Carlos Oquendo de Amat [“Campo”. “El paisaje salía de tu voz / y las nubes dormían en la yema de tus dedos / De tus ojos, esentas de alegría colgaron la mañana / Tus vestidos encendieron las hojas de los árboles / En el tren lejano iba sentada la nostalgia / Y el campo volteaba la cara a la ciudad”]. Súmese a esas herramientas las paradojas de un cine de raudal caótico por su sistema alternativo de nuestra rutina por el cine-club, de escasísimas películas europeas, de algunas cintas del brasileño Glauber Rocha o del mexicano Gabriel Retes, entonces yo estaba violentamente detenido en el tráfago de una cultura en trance.

 

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