En estos momentos el peruano, cualquiera sea el color de su piel o su credo, tiene expectativas diferentes sobre lo que acontecerá en el 2016. Es lo lógico. Cada quien vive sus propias circunstancias. Bien se sabe que la persona es un ser situado en el tiempo y en el espacio, es un ser natural finito y carente. Lleva su existencia en medio de múltiples interrogantes, con sus sueños, sus querencias, sus dolores, sus frustraciones, sus esperanzas. Es posible que por eso haya quienes tengan presente que la vida no siempre es alegría, ni tampoco pesar. Comporta avances y retrocesos, ascensos y caídas.
Lo señalado explica porqué la sociedad humana es confusa y contradictoria. Puede ser liberadora u opresora, cuando no solidaria o infraterna. Todo es ambivalente. El destino, lo que está por venir, es por eso un misterio. El hombre y por tanto la sociedad humana es responsable de la trascendencia de ese futuro. En lo social, en lo económico, en lo político.
Ahora que se aproxima el esperado abril del 2016, el ser peruano, tiene en consecuencia un compromiso ineludible por cumplir. Se trata de la decisión libre y soberana que debe adoptar a la hora de elegir a quién le entregará el poder de mandar, de convertirlo en mandatario. De su voto depende un nuevo periodo de gestión gubernamental, con lo mucho que ello significa para atender, mitigar y si es posible solucionar males que han hecho de esta nación, una manifestación visible de desigualdades, discriminaciones, olvidos, explotaciones y corrupciones perversas en extremo.
Lo social que es lo humano deber ser la clave central en la agenda de toda la problemática política, económica, ética y cultural de los próximos años, del nuevo desarrollo. Entiendo que para la mayoría de los postulantes a la primera magistratura del país, ello no pasa de una buena intención. Mala suerte que así ocurra, porque ignoran que el orden social y su progresivo desarrollo deben en todo momento subordinarse al bien de la persona, que el orden real debe someterse al orden personal y no al contrario. El respeto a la dignidad humana nos dice que en primer lugar hay que cuidar de la vida y que para eso es menester que todos los programas sociales, científicos y culturales tengan como objetivo fundamental una sociedad cada vez más justa y fraterna.
Quienes son ajenos al dolor de los marginados no comulgan con lo expresado. La vida tiene otro rumbo, donde lo material prima sobre lo espiritual. De allí que no resulta extraño que nieguen que los verdaderos cambios sociales son efectivos y duraderos solo si están fundados sobre un cambio decidido de la conducta personal. A las persona compete, evidentemente, el desarrollo de las actitudes morales, fundamentales en toda convivencia verdaderamente humana (justicia, honradez, veracidad, etc.) A todos, en especial, a quienes de diversa manera están investidos de responsabilidad política, jurídica o profesional frente a los demás, corresponde ser conciencia vigilante de la sociedad y primeros testigos de una convivencia civil y digna del hombre.
Reflexionemos al respecto y encontraremos como respuesta que la persona humana no puede estar finalizada a proyectos de carácter económico, social o político, impuesto de manera vertical o autoritaria y que los auténticos cambios sociales son efectivos y duraderos si están fundados sobre un cambio decidido de la conducta personal. ¿Quiénes figuran, sobre todo, en los primeros lugares de las encuestas de opinión, compartirán este pensamiento que plantea una verdadera moralización de la vida social? ¿O solamente están animados por vanidad, vale decir la fatuidad, la ventolera de tener poder?