El trabajo ha perdido su significado liberador; ahora es instrumento de opresión

 

El signo de los nuevos tiempos nos dice que, a diferencia de otras épocas, el «Día del Trabajo» no viene ahora acompañado de un merecido descanso. Si bien es cierto que en determinadas actividades hubieron quienes disfrutaron de la memorable fecha, han sido otros, miles y miles en contraste más que los primeros, los que tuvieron que seguir en la brega, único camino para ganarse el pan con el sudor de la frente. El porqué de esto, tiene una explicación: en la sociedad actual, sigamos llamándola industrial, establecida sobre la base de la ética individualista del utilitarismo, el trabajo ha sido degradado en la medida en que sus verdaderos fines han sido desplazados por otros subalternos, como la riqueza que procede de su producto, el afán de ganancia y el disfrute que ella involucra.

Por esta vía, la obra que del trabajo resulta, ha perdido su sentido de complementariedad respecto a la vida humana, para significar solamente valor de cambio, única dimensión válida en un mundo donde rige la categoría de la cantidad. La riqueza en esa condición, tiene significado como instrumento de dominación. En una sociedad gobernada por la voluntad de dominio, pierde el trabajo su valor y significado liberador para hacerse instrumento de opresión. Bajo el régimen de la voluntad de dominio, el trabajo deja de ser humano para presentarse como alienado. Pierde sus verdaderos y legítimos fines. Ya no se fundamenta en la solidaridad humana y en la necesidad que tiene la sociedad de alcanzar su fin o bien común general. Ya no genera una comunidad de intereses entre todos aquellos que lo realizan y no significa una participación efectiva y no abstracta, humana y no utilitaria, cuyas expresiones son la camaradería entre quienes trabajan como próximos y la amistad cívica con todo el conjunto de los miembros de una determinada sociedad.

Las consecuencias de esta deformación del verdadero concepto humano del trabajo saltan a la vista. Existe una minoría, en muchos casos relativamente, la que está cubierta por la protección social (legislación laboral, contratos colectivos, seguridad social), mientras que hay una mayoría que se debate entre la pobreza y el desempleo, lo que significa un crecimiento aún más grave de la población activa desprotegida socialmente, si no se dan transformaciones importantes, y en segundo lugar, en el manejo de la crisis actual, y en la forma de enfocar la política de empleo en todo el extenso plano nacional.

Es evidente que gran parte de esta situación tiene sus responsables directos. Entre ellos los propios trabajadores desprotegidos que demoran en organizarse, salvo escasas excepciones. Entre ellos están los que trabajan por cuenta propia, incluidos los que trabajan con sus familiares o con ayuda de una mano de obra exterior ocasional -que son precisamente quienes el 1 de mayo tuvieron que laborar más por necesidad que por obligación-. Hay ejemplos en todos los sectores. Habría que citar a los agricultores directos y modestos aparceros y arrendatarios, pescadores, artesanos y aquellos que prestan servicios diversos, vendedores callejeros, transportistas, los asalariados que trabajan de un modo ocasional aceptando cualquier trabajo y por períodos breves; los que viven en la marginalidad social, concentrados en determinadas áreas de las zonas urbanas, sobre todo, donde se refugian también no pocos de los que trabajan por cuenta propia y de los asalariados de trabajo precario.

He puesto el índice en este sector porque, evidentemente, es el más olvidado. El trabajo no organizado es un fenómeno complejo, que sigue en estudio y cuya clasificación puede resultar demasiado simplista. Es allí donde se desarrolla la economía informal, con toda su problemática en materia de empleo, de relaciones de trabajo, de condiciones de vida. La clase política, tan activa ahora cuando se acercan las elecciones generales ¿se acordará de darle solución a este problema social, más allá de las simples promesas que se repiten y no se cumplen?

Ya pasó es verdad la celebración del Día del Trabajo y merecido el homenaje a quienes ayer ofrendaron sus vidas para darle dignidad al trabajo humano. Pero también es tiempo ya, que haya un cambio de mentalidad para evitar que se ahonde esa malsana y miserable práctica de «vivir con el sudor de él de enfrente». Ojalá que se escuche ese clamor de los más explotados.

 

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