Las dos caras, los dos discursos de la heredera del autócrata

 

Si ayer no tuvo reparos en ocultar, la perversidad de quien maltrató física y psicológicamente a su progenitora, con tal de poner sobre sus sienes la corona de «primera dama», no resulta extraño que ahora niegue los delitos y otras maldades del autor de su existencia, si eso le permitirá al corto plazo lucir la banda presidencial. Esto es lo que se comenta con visos de verdad respecto a la torcida conducta política de Keiko Sofía Fujimori Higuchi y el descubrimiento de su verdadera personalidad: dos caras, dos discursos.

Un seguimiento a sus andanzas, ávidas de poder político, reafirman lo anterior. En los tiempos de la dictadura fujimorista, ante la disyuntiva de vivir al lado de Susana Higuchi, separada de su esposo, con todo lo que significa el amor maternal y el agregado de tener el deber moral de acompañarla por la fragilidad de su salud, ella no tuvo ningún empacho en optar por los aposentos de Palacio de Gobierno, en donde la palabra del autócrata era ley de leyes. Allí era felíz, seguida de una corte formada por secretarias, agentes de seguridad, choferes, personal doméstico e invitaciones especiales, más allá de las fronteras nacionales.

Pragmatismo, interés, oportunismo, como quiera que se le llame, Keiko Sofía sabía muy bien lo que hacía. No aceptó ni las críticas ni los comentarios adversos sobre su mal comportamiento. Palacio de Gobierno y el respaldo paternal investido del don de mando, le aseguraban un futuro mejor. Para él y para sus hermanos. Se hizo realidad lo que proyectaba: todos salieron del país, para estudiar o por lo menos para matricularse y pagar las pensiones elevadas propias de las universidades extranjeras, que el generoso padre, pagaba con dinero malhabido sin chistar. Al fin y al cabo, eran sus cachorros, sobre todo Keiko, a quien veía como su sucesora y Kenyi, torpe pero nada menos que su engreído a morir. En esos días, meses y años, la hoy en día candidata a la primera magistratura, no tuvo tiempo para preguntarse de dónde provenia el dinero para cubrir esos gastos, cuando bien sabía que el sueldo presidencial no daba para tanto. Ahora tampoco habla con claridad. Su padre en todo caso, afirma con descaro, cometió errores pero no perpetró crímenes y menos latrocinios. El culpable de todo, jura, es únicamente Vladimiro Montesinos. Dos caras, dos discursos.

¿Habrá quedado algún remanente de los dineros que se asegura siguen en poder de testaferros del autócrata, hoy encarcelado por delitos de lesa humanidad? Parece que sí y en cantidad, pero resulta imposible que la candidata hable al respecto o ponga sobre las íes la verdad de los hechos. Entre tanto, resulta extraño que tenga, desde hace años, una propaganda permanente en tapias, cerros y cuanto espacio público existe en Costa, Sierra y Selva. Las pintas están a la orden del día. Son objeto de mantenimiento constante y en estas recientes semanas arrecian, al punto que los encargados del transporte de latas de pintura y escaleras, así como del manejo de las brochas gordas para el pintado, desarrollan su labor día y noche, sin descanso alguno ¿En forma gratuita y voluntaria? Camino a Trujillo y luego rumbo a Arequipa, inquiridos algunos de ellos, sobre el particular, respondieron que «tienen chamba para rato». ¿Y quién les paga? ¿Y de dónde sale el dinero? El silencio quebró el diálogo. En esta materia solo tiene la competencia de César Acuña, el hombre de la «plata como cancha».

Pero no todo queda en la propaganda callejera. La candidata, no bien terminaron los comicios del 2011, siguió en sus trece. La presidencia de la República, ha sido, es su sueño. Comenzó entonces a recorrer el país, de manera especial en los bolsones en donde la organización partidaria estaba vigente. Siempre con el mismo discurso: la lucha contra el terrorismo, la recuperación de la economía vía el neoliberalismo y la desregulación de los derechos laborales, la construcción de obras públicas con participación, en cuanto carreteras y sin mayor control, del Ejército. Nada sobre los atropellos a los derechos fundamentales de las personas, nada sobre el asesinato de periodistas, nada sobre la corrupción desde los años noventa hasta comenzar el nuevo siglo, nada sobre las esterilizaciones a mujeres campesinas, nada sobre el tráfico de armas, nada sobre la inmoralidad descarada en los mandos de las fuerzas armadas y policiales, nada sobre el narcotráfico. Allí, igualmente, la candidata guarda silencio, silencio que se prolonga y agrava en estos minutos, cuando Demetrio Chávez Peñaherrera, más conocido como «Vaticano», el más grande narcotraficante en los años de gobierno de Alberto Fujimori, declara que entonces el Perú se había convertido en un «narco-estado» y que cayó en desgracia porque se negó a pagar más allá de los cincuenta mil dólares mensuales que le entregaba al asesor del dictador, o sea Montesinos.

Keiko Fujimori Higuchi sabe porqué se calla. Simplemente replica que ya sabe que «Vaticano» no votará por ella. Le es satisfactorio. Pero no dice nada sobre la forma cómo se solventan sus giras por todo el territorio nacional. Y no recién. Su trajín viene desde mucho antes. Se sabe que tiene sus fieles. Entre ellos Madeleine Osterling Letts, Jorge Yoshiyama Sasaki, pariente de Jaime, figura importante del fujimorismo, Ivo A.E. Sterckx, Irma Montes Patiño y Guillermo Winter Mickman, quienes aportan para la «caja chica» del día a día. Sobre el gasto grande que es propio de campañas donde se trata de mantener el lugar de privilegio que le otorgan los empresarios encuestadores, no se ha revelado dato alguno. Keiko tiene la habilidad de contestar callada. E igualmente de decir en pocas palabras, lo que le conviene. Es una experta con dos caras, con dos discursos.

 

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