En democracia, el primer derecho es el derecho al sufragio

 

El actual proceso electoral está siendo empañado, tanto por la actuación de los organismos electorales, que con sus desatinos han provocado críticas fundadas de parte de sectores importantes de la ciudadanía, como por el mal comportamiento de casi todos los candidatos. Hay pocas excepciones.El caso del Jurado Electoral Especial de Lima centro, es una muestra de ello. No viene midiendo con la misma vara a todos los postulantes a la primera magistratura. En cuando a la mayoría de los pretendientes a ocupantes de la Casa de Pizarro, resulta penoso que mantengan la mala costumbre de enfrascarse en insultos, algunos de los cuales son de tal calibre que ofenden la dignidad de la persona humana, antes de exponer de manera puntual sus planes de gobierno. La demagogia se ha convertido en arma recurrente para tratar de encandilar a los futuros votantes.

Se hace necesario, en consecuencia, llamar la atención de lo que está ocurriendo, en la medida en que los ciudadanos de estos tiempos, a diferencia de otras épocas, están viviendo una experiencia nunca antes dada: La continuidad sin tropiezos en este siglo de la vigencia de la democracia, donde es el pueblo soberano el que decide con su voto, quien debe ser el gobernante. Estos no son los días en que se escuchaba solamente la palabra prepotente de los poderosos, ni el ruido movilizable de la Fuerza Armada, así dispuesto por una oligarquía explotadora, abusiva e injusta. Las nuevas tecnologías de la comunicación, están ayudando a democratizar el mensaje coyuntural con una activa participación de ciudadanos, libres de compromisos o de intereses contrarios a los de las grandes mayorías.El poder de la información ya no es patrimonio exclusivo de unos cuantos.

Lo ocurrido con el candidato Julio Guzmán forma parte de este nuevo anecdotario del folklore político. No ha sido la decisión ciudadanía la que ha querido excluirlo del proceso. Tan negativa actuación ha sido perpetrada por los entes electorales que eclipsaron el mismo, aduciendo cuestiones de orden administrativo. Olvidaron que la Constitución Política del Estado, que es la ley de leyes, dice muy claramente que toda persona tiene derecho a participar en la vida política, es decir ejercitar los derechos que tienen relación directa con los asuntos públicos de la sociedad y en pocas palabras: el derecho a elegir y ser elegido. ¿Puede un ente que se rige por normas legales de menor jerarquía a la Constitución, eludir o mal interpretar ese mandato de la Carta Magna?

La interrogante está en pie. ¿Les asistía la razón con claridad meridiana? Creemos que no, porque no atinaron a releer los alcances del artículo 31 de la Constitución vigente, que a la letra dispone por encima de cualquier otra ley, que » es nulo y punible todo acto que prohíba o limite al ciudadano el ejercicio de sus derechos». Es verdad, dígase de paso, que también la Constitución refiere que el derecho a ser elegido y de elegir libremente se debe ejercer de acuerdo con las condiciones y procedimientos determinados por la ley orgánica, pero del mismo modo podría citarse que el derecho permite que la sanción puede darse bajos los principios de la razonabilidad y proporcionalidad. Esto no se tomó en cuenta y a rajatabla se dio un veredicto que ha empañado un proceso electoral en donde debería primar la voluntad justiciera.

Lo ocurrido dio lugar a que, por un lado, algunos de los candidatos aplaudieran y exigieran que se cumpliera con lo resuelto. «La ley es igual para todos» exclamaron esperanzados en que se dejara fuera de carrera a quien se había convertido en novedad, según los resultados de las encuestas de opinión, y les resultaba causa de una posible frustración. Esperaban en convertirse en beneficiarios de la redistribución de la preferencia ciudadana. Por otro lado, otros pensaron que ésta era la mejor oportunidad para mejorar la situación de sus candidaturas, aun rezagadas. «Voten ahora por mí, que soy la verdadera novedad, el outsider esperado» en más o menos lo que decía el mensaje anhelante de aprovecharse de la desventura de su rival. Todos participaban, a su manera, de un carnaval promovido por la falta de tino de los entes electorales, que lejos de administrar justicia, actuaron con una verticalidad fundamentalista.

¿Es la primera vez que actúan así los entes electorales? No. Hay numerosos ejemplos, en la historia política del país, de cómo se ha manipulado la actuación de tales organismos. Voy a referir uno. Hace años, en la década de los sesenta del siglo pasado, un político que supo enfrentarse a las peores tiranías, esas que defienden las arcas de los adinerados y olvidan los padecimientos de los pobres, luego de haber sido sancionado con el veto por el poder económico coludido con los mandos militares, decía que «en una democracia, el primero de todos los derechos es el derecho del sufragio». Enorme verdad. Él había ganado las elecciones en las ánforas, pero por sus ideas contrarias a las de los poderosos no podía ser Presidente de la República. Explicaba así que no son los funcionarios públicos quienes eligen al gobernante, es el pueblo que en su soberanía, deposita su voluntad, mediante el voto en las urnas electorales. Esto es lo que debe respetarse, dejando de lado juicios que lesionan la transparencia de un proceso y hasta la creencia que todo forma parte de un plan que ya tiene previsto quien debe ser el elegido. Ese mismo político que dejó la herencia de hacer política sin mancharse las manos con dinero malhabido y que prefirió luchar contra la injusticia, contra la incultura y el descenso moral,señalaba que para ello es menester que el derecho del sufragio, debe ser cumplido a plenitud, a conciencia, con confianza en que se respetará su voto.

Aun cuando parece ser que el ente que ha querido dejar de lado a Julio Guzmán y no precisamente porque sea el mejor candidato, ha recapacitado en aras de un proceso que debe ser transparente, no se puede obviar que el momento que se vive, a raíz del cuestionamiento ya anotado, es crucial. Existe el peligro que se repita la tragedia de siempre, de un país que desde su nacimiento como República, vive en medio de odios cerriles y de venganzas no ocultas. Todos los candidatos, grandes y chicos, deberían de entender que la ciudadanía de hoy no quiere que se repitan experiencias del pasado, propias de democracias subdesarrolladas. El pueblo quiere que el próximo presidente sea aquel que fue elegido por voluntad popular.

 

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