¿Porqué los candidatos no toman distancia del neoliberalismo?

 

En pocas semanas el pueblo peruano decidirá quién será el nuevo presidente de la República. Votará por un ciudadano que reúna las más altas calificaciones morales e intelectuales, propias de un verdadero estadista. Pero, al mismo tiempo, que haya demostrado que cuenta con un plan de gobierno que se ajuste a la reales necesidades de un país, que nos agrade o no, sigue siendo uno más de los llamados «tercermundistas». Los problemas de educación, salud y trabajo siguen irresueltos y en el horizonte inmediato no existe un panorama favorable para superar una crisis, en medio de la cual muestran sus rostros perversos la inseguridad ocasionada por un alto índice de criminalidad, nunca antes visto, el riesgo de convertirse en un narco-estado y una corrupción sin nombre, que viene de tiempo atrás, y que ha erosionado gravemente el prestigio de los tres poderes del Estado.

Las causas de esta situación está dada por diversos factores. Lo más grave es que lo social, que debería ser la principal preocupación del nuevo mandatario, hace tiempo que reposa en el basurero de la historia. La embestida neoliberal ha perpetrado esto, de la misma manera como ha complicado la vida en otras sociedades democráticas. Son emblemáticos los hechos registrados en la totalidad de América Latina, así como en la vieja Europa. Lo humano -que es el centro mismo de lo social- ha sido olvidado olímpicamente. No resulta exagerado citar que son millones los peruanos condenados a la pobreza crítica, a la miseria, a la exclusión, a la degradación más radical de su dignidad. Y son miles que desde los tiempos del fujimorismo, en la década de los noventa del siglo pasado, permanecen fieles a una sobrevivencia parasitaria, porque ya se han acostumbrado a ello.

Dura la tarea del gobernante por elegir, capaz de jugárselas el todo por el todo, con ideas inteligentes y bien razonadas, sin caer en la demagogia, para sacar adelante al Perú. Dura la tarea si no logra tener a su lado a un equipo de colaboradores capaces y altamente capacitados, que sin caer en el estatismo le ayuden a conducir la vieja maquinaria de un Estado, que no ha logrado modernizarse. Dura la tarea, en fin, si carece del talento adecuado para conciliar posiciones con la oposición, afecta a exclamar de qué se trata para oponerme. Lo hemos visto en el actual régimen, como ocurrió en anteriores periodos gubernamentales. Y dura la tarea si no muestra lucidez política para arrinconar el fundamentalismo neoliberal, ese que ha logrado apoderarse de los principales centros de poder y que ha conseguido imponer la creencia de que la justicia social es incompatible con la libertad, con la democracia, con el crecimiento económico, con el desarrollo.

¿Estará consciente el pueblo ciudadano para elegir a quien realmente merece recibir el mandato para gobernar? Ya falta muy poco. Los candidatos han recorrido, en su mayoría, todo el territorio nacional. Unos con más ventajas que otros. Los candidatos están agotando el extraordinario uso de las redes sociales y algunos de ellos han realizado inversiones millonarias, provenientes de personas y de grupos cuya generosidad está en duda, para mostrar sus rostros por la televisión y dejar oír su voz a través de la radiodifusión.

Rogamos que ese pueblo ciudadano vote con acierto. Hay muchas razones para manifestar esta preocupación. La embestida neoliberal hace tiempo que borró la palabra justicia social, calificando a quienes todavía la reivindican como políticos obsoletos. El desprecio es total, a tal punto que siguiendo a Hayeck, uno de los dogmáticos neoliberales, carecen de vergüenza para proclamar que algún día, la humanidad sentirá pena hasta de utilizar la palabra justicia social. ¿Habrán visto, estos, cómo vive la gente en los barrios marginales? ¿Conocerán la realidad de los habitantes de las alturas andinas o de la profundidad de la selva? Huelgan comentarios. El neoliberalismo ha sido incapaz de enfrentar la pobreza, la miseria, la explotación de millones de peruanos.

Muchos dicen que el gran problema está dado por el manejo económico del país. No les falta razón. El nuevo mandatario a la luz de la realidad, no le queda otra que asumir que el fin de la economía no es el enriquecimiento sino el bienestar de todos. Hace años en Cuernavaca, en México, se hizo un esfuerzo por volver a encontrar el sentido intrínsico de la palabra. Entonces se entendió de cara a la realidad, que una economía que fabrica miserables, hambrientos, excluídos de la sociedad, desesperados sin destino ni futuro y que al mismo tiempo concentra riqueza en menos manos no merece el nombre de economía, ni menos el de economía eficiente y rentable.

El nuevo Jefe de Estado, en consecuencia, deberá estar convencido que una economía como la anotada, es incompatible con la libertad y la democracia. Más bien, es una bomba de tiempo con capacidad de liquidar todos los procesos democratizadores. ¿Difícil la elección que viene porque el statuo quo impuesto por el neoliberal, no permite cambios? Sí, pero por muy difícil que sea el problema, le corresponde a la ciudadanía elegir a quien se encuentre capacitado para superar el actual estado de cosas.

 

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