Famosa mundialmente por fundar la primera cadena televisiva católica vía satélite, la Madre Angélica fue, ante todo, una mujer de contrastes. En efecto, una monja clarisa, es decir, de clausura, que inicia la cadena televisiva católica más importante del mundo resulta paradójico en su sola formulación. Comienza prácticamente sin medios humanos, confiada en la Providencia y entendiendo que se trata de un querer de Dios. Como en toda empresa sobrenatural, los medios elegidos por Dios son desproporcionados, para que se note la huella divina en lo que se hace. Sólo escuchar la narración de los avatares que supuso sacar adelante tan magnánima empresa deja perplejo a quien escucha –así me sucedió a mí-, y cabe suponer, debió haber dejado con los nervios destrozados a los protagonistas, de no tener ella la certeza de contar con auxilio especial de arriba.
En resumen se nos ha ido una mujer grande, una mujer de fe, cuya fecunda obra es una realidad, contra todo pronóstico, en el mundo de hoy: una inyección de espiritualidad en los medios de comunicación. Pienso que dos son las enseñanzas que nos transmite tan ejemplar vida, así como su magnánimo legado. La primera es más bien de carácter espiritual: la primacía de los medios sobrenaturales cuando se trata de servir a Dios. No hay una proporción humana lógica, coherente, entre una monja de clausura y una importante cadena de televisión. Obviamente sacarla adelante supuso mucho trabajo, pero sobre todo, supuso oración. Si ella se lanzó a tan audaz empresa fue sólo porque entendió que era lo que le pedía Dios y que contaría siempre con su ayuda.
En segundo lugar, tanto la vida de la Madre como la empresa que engendró, nos muestran la absoluta importancia que tienen el día de hoy los medios de comunicación para todo, no siendo excepción la evangelización. Para transmitir el contenido de la fe han llegado a ser absolutamente indispensables, pues son el camino por el cual le llegan al hombre contemporáneo las ideas. Si uno no quiere evangelizar al aire, debe tomar en cuenta dichos medios, “nuevos areópagos” les llamaba san Juan Pablo II. Hay que hablarle al hombre en su idioma y donde está, “con don de lenguas” diría san Josemaría, y eso en la actualidad supone estar presente en la televisión y en las redes sociales.
Cabe decir que no basta estar presente, se puede estar ahí y hacer un papel lamentable. EWTN se basa en la oración, pero no es providencialista, sabe conjugar la profesionalidad con la espiritualidad, realidades que no son contrapuestas, como pudiera parecer, sino que en cierto sentido –nueva paradoja- se requieren mutuamente, siempre que se busque servir a Dios. No basta hacer las cosas, es preciso hacerlas bien, y la Madre Angélica así lo ha hecho, sin perdonar medios, esfuerzos o sacrificios.
Quizá esto último nos ofrezca la pauta de una nueva lección que transmite la fecunda vida de la Madre, que se apagó el día de la Resurrección, lo que según el sentir del Papa Emérito supone un don de Dios. La importancia de prestar a Dios un servicio de calidad. Por decirlo de algún modo, no darle las sobras, sino un trabajo profesionalmente cualificado con una medida magnánima. No se deben escatimar medios cuando se emplean al servicio de Dios y de las almas. Flaco favor le hacemos a la fe cuando la servimos en forma deficiente, con bajos estándares de calidad, como prestando un favor sin mayor compromiso. Digamos que eso supone una pobre carta de presentación de Dios para el mundo.
En resumen, la Madre Angélica nos recuerda que es preciso transmitir la fe de la forma más atractiva posible, lo que supone calidad y profesionalidad, y hacerlo allí donde se encuentra el destinatario del mensaje, el hombre de hoy. No basta hacerlo, hay que hacerlo bien, hacer de ese trabajo por un lado una obra de arte y por otro, convertirlo en oración. La fecundidad de toda empresa que se realiza en servicio de Dios descansa en la oración, pero la oración no supone una excusa para hacerlo de cualquier modo, sino, por el contrario, un catalizador que nos empuja a poner la mejor calidad humana que podamos al servicio de Dios, sabiendo que Él dará el incremento. Así fue, por lo menos, en la vida y obra de la Madre Angélica. ¡Que Dios la tenga en su gloria y le premie tan valioso empeño!