La marmota en los Estados Unidos es una tradición. Es la más pequeña y acertada adivina del tiempo que hay en el planeta. Cada 2 de febrero, en un pueblo de nombre impronunciable, Punxsutawney, siete caballeros vestidos de frac y con sombrero de copa se apuestan frente a la madriguera y esperan a que salga, restregándose las pestañas, el pequeño roedor.
Al dejar su casa, la marmota piensa un instante y mira hacia atrás y adelante. Si no ve su sombra, pronostica que la primavera está por llegar y decide quedarse fuera de la madriguera. Si descubre su propia sombra, eso significa que el invierno va a continuar y por lo tanto se regresa a la camita para continuar durmiendo.
En el Perú, comienza a nacer una tradición parecida. En una suerte de cárcel dorada o dormitorio de marmota, hiberna un hombre al que se debe tanto el saqueo de la hacienda pública por centenares de millones de dólares como
espantables crímenes contra la humanidad que hicieron normal y cotidiano el dolor, la tortura, el tormento, el suplicio y el genocidio.
Con la misma avidez y afiladas uñas de los roedores de su especie, esa marmota, antes de escapar de su madriguera con dirección al Japón, llenó decenas de maletas con dinero, documentos secretos, videos reveladores y parte de su botín. El avión ya se le iba, pero continuaba cerrando maletas.
Después, en Tokio, firmó de prisa un fax de renuncia a la presidencia para poder usar las manos en contar los fajos de dólares que había llevado.
El roedor que gobernó el Perú no perdonó ni siquiera el más pequeño dinerito que se le pusiera cerca. Cuando los japoneses le enviaron ropa usada para donar a los menesterosos, le pareció que entregar eso a los peruanos pobres iba a significar un despilfarro, y encargó a su hermana que vendiera esa mercancía.
Los videos filmados por su socio nos han mostrado adonde fue también ese dinero. Cualquier lector puede revisarlos en este mismo momento en el Internet si desea ver a parlamentarios, periodistas, publicistas y empresarios, y tener frente a ellos una sesión de vergüenza y de vómito mientras cuentan los dólares que les regatea Montesinos, el contratista.
Hace poco, escribí: «Todos saben en el Perú que los nueve modestos estudiantes y su profesor fueron víctimas de una masacre ordenada por un hombre que hacía gala de su admiración por una bestia vecina, y dijo en esos días: “El será Pinochet, pero yo soy Chinochet”.
Todos saben que este personaje simplón, seminalfabeto, casi lombrosiano, justificó en público y en privado, todas las veces que pudo, el baño de sangre…”
Me refería a los estudiantes y al profesor de la Universidad Nacional de Educación que a medianoche fueron sacados de sus viviendas en el campus para luego ser torturados, quemados vivos y enterrados en medio de los caminos. Cuando su desaparición fue denunciada, la marmota del Perú salió a la televisión para declarar que los muchachos se habían fugado para ir a unirse a la subversión.
Creo hoy que el mayor de los crímenes de la marmota ha consistido en fundar un Estado perverso y sembrar una opinión pública para la cual la bestialidad criminal de parte del gobierno es admisible en caso de conmoción interna, o de oposición que pueda revelar secretos muy incómodos.
Ese tipo de opinión todavía no ha sido borrado, ni parece haber intención en hacerlo. Ello explica los altos porcentajes que las encuestas adjudican en su camino hacia la presidencia a una candidata cuyo primer decreto será
abrir la puerta de la madriguera donde duerme la marmota.
La candidata se mantiene primera y su mano está cada vez más cerca de la puerta de la madriguera. En, Punxsutawney, la marmota es una tradición. En el Perú, tradición y maldición son palabras muy parecidas. Sin embargo, en el segundo puesto todavía hay una candidata que le cerrará la puerta. Se llama Verónika y vencerá.