Un punto apenas logrado ante Venezuela es el saldo desfavorable de la reciente fecha doble de las Eliminatorias Rusia 2018. No es para sonreír, tampoco llorar porque la canción del fracaso la conocemos al pie de la letra. Desde que empezara la campaña.
Son tantos los intentos que nos desencantamos precozmente cada vez que con ilusión arremetemos la aventura de transitar el camino clasificatorio. Es el mismo camino que transitamos y que a nosotros no nos conduce a ningún lado.
Con envidia vemos a Colombia engullirse los seis puntos al igual Argentina para echarse ambos una siesta hasta setiembre en que se reinicia el torneo eliminatorio. No podríamos decir lo mismo con la selección peruana que entra en profundo sueño para olvidarse de los partidos tan achatados que si Raúl Ruidíaz tuviera metro 90 estaríamos hablando de otra cosa.
Se habla, se dice, se critica, con dardos de diversos calibres, con argumentos bastante entendibles, la desazón general y no se puede hacer otra cosa que darles la razón al grueso de la población futbolera que piensa que ya estamos más que cocinados. Calcinados, fritos, en la punta de cornisa para la caída libre.
Se plantean entonces algunas opciones, como seguir porfiando y morir en el intento con Claudio Pizarro, Vargas y Farfán. La otra opción es darle a las jóvenes promesas posibilidades de entrar al once y no defraudarlos. Vienen de lejos con la ilusión de jugar y se van mordisqueando su rabia de no tener minutos. No hay derecho que Ricardo Gareca no piense en ellos.
Una pastilla que sirva para aliviar la calentura sería en efecto poner a los pulpines que encabeza Christian Benavente. Es mejor armar un equipo pensando en la siguiente eliminatoria (Qatar 2022) para hacer todo lo posible para embarcarse con zapatos y todo en la búsqueda de nuestra presencia mundialista.
Claudio Pizarro podrá tener un presente glorioso en Alemania que nadie discute pero con la selección es otra su producción, deficitaria, como si fuera un futbolista ajeno, de otra concepción que nadie entiende.
Los que acompañan a Pizarro en la línea ofensiva no se meten en la propuesta del Bombardero y a su vez el jugador del Bremen no hace nada por mezclarse con los de acá. El resultado salta a la vista. No hay goles, nada funciona bien y Gareca no encuentra la forma de que el equipo camine.
Gareca debe entender que no puede depender de Claudio Pizarro, que no se adapta al equipo y cosa curiosa le pasa a Lionel Messi que no produce en Argentina lo mismo que aporta en Barcelona. Son dos casos distintos, pero algo hay de semejanza con la diferencia de que Martino jamás mandará al banco a la ‘Pulga’.
Eso mismo le pasa a Gareca que no quiere jugarse la cabeza con dejar fuera a Claudio. He ahí el dilema, el enroque indescifrable.