El hecho de haber logrado que el pueblo peruano concurra a las ánforas para elegir por cuarta vez en forma continua a su próximo presidente constitucional, permite afirmar que se está viviendo un proceso de democratización política que, de una manera u otra, facilita el desarrollo económico y social del país. Pero aún así, es menester precisar que este proceso de democratización no debiera limitarse a la actividad política en estricto sentido, sino que debiera alcanzar también a la actividad económica, de manera que al mismo tiempo que se logre el aumento sostenido de la inversión y la producción, también se distribuya equitativamente los beneficios de ese crecimiento y, por esta vía, reducir en verdad la marginación y pobreza.
Con diferentes términos, da la impresión que lo expresado, coincide con lo declarado por la nueva lideresa de la izquierda democrática y que recoge el sentir de un segmento muy considerable de la población. El crecimiento con redistribución o crecimiento con equidad, exige por tanto el desarrollo y fortalecimiento de las organizaciones de la sociedad civil, a los efectos de que los sectores que representan puedan participar en las condiciones adecuadas en la negociación distributiva. Ésta es una tarea por cumplir en lo inmediato, caso contrario será difícil, pasada la euforia de las elecciones, que el poder popular haga valer su condición de tal. Peor todavía cuando se observa cómo la autocracia comienza a afilar sus garras, para imponer condiciones y manipular a su antojo el accionar democrático del Congreso de la República. Héctor Becerril, uno de los 71 congresistas del fujimorismo, conocido por su radical alineamiento con el dictado de Keiko, lo ha confirmado al declarar sin vergüenza alguna que «el país ha hablado en las urnas, no está pidiendo que haya consenso de minorías».
¿Qué significado tienen tales palabras? En primer lugar, el fujimorismo se considera dueño de toda la voluntad ciudadana. Para sus representantes no existen otras voces, no es menester que otros sectores, también elegidos por el pueblo, puedan expresar lo que más conviene a los intereses del país. En segundo lugar, está demostrando que carece de un conocimiento, más o menos aceptable, de lo que significa la convivencia ciudadana en democracia. La misma no se limita a la elección de los gobernantes. Va más allá, es una forma de vida, y su eje principal está dado por el respeto a los derechos fundamentales de la persona humana, entre ellos el de la libertad de expresión. En tercer lugar, lo dicho por el vocero del fujimorismo, ratifica lo que se veía venir, la imposición de un tipo de gobierno, copia escaneada de lo que sufrió la nación en la década de los noventa del siglo pasado. El análisis da para más, pero allí lo dejamos en tanto sigue creciendo el antivoto de Keiko. Hoy es del 42 por ciento y no tarda en crecer.
Esta es una hora de decisiones. Pedro Pablo Kuczynski muestra en comparación a la candidata del fujimorismo mejores cartas. Al menos el respeto al diálogo y a la crítica constructiva. Eso es parte de la vida en democracia. Pero puede ser más elocuente si manifiesta el compromiso firme de respeto a la dignidad humana. Ésta concebida como una sociedad justa, realizada sobre el sustento del derecho a la vida, a la educación, al trabajo. El orden social y su progresivo desarrollo deben en todo momento subordinarse al bien de la persona. Es una exigencia que todos los programas sociales, científicos y culturales estén presididos por la conciencia del primado de cada ser humano.
Entre quienes le acompañan, especialmente como miembros de su colectivo congresal hay personas que alientan este deseo, a diferencia de lo que ocurre en la relación de los parlamentarios electos del fujimorismo. Becerril no está solo. El campeonato del autoritarismo lo comparte con gente como Cecilia Chacón y el menor de la dinastía Fujimori, me refiero a Kenyi. Para ellos el mandato del pueblo, resulta siendo carta abierta para repetir la prepotencia, el abuso, la arbitrariedad y posiblemente hasta la corrupción del fundador de tal agrupación, hoy en la cárcel por sentencia judicial que lo encontró culpable de una serie de delitos de lesa humanidad.
¿Qué falta para que Kuczynski reciba el respaldo mayoritario de la ciudadanía? Pienso que debe decirle a la nación, con la mano en el pecho, que los cambios sociales que ha prometido, entre otros que están pendientes de promesa sincera, serán efectivos y duraderos, que entregará la vida por una auténtica moralización de la vida social, entendida como justicia, honradez, veracidad, etc. Kuczynski, el candidato que cuenta a su favor con menos antivoto, tiene ahora la oportunidad de proclamar que la responsabilidad política frente a los demás constituye un juramento válido cuando se posee valores y principios indispensables para institucionalizar una convivencia civil y digna para todos los peruanos.