Pedófilos inocentes

 

No es culpa exclusiva de los medios. En realidad es la naturaleza humana, que gusta del morbo y le tiene tantas veces sin cuidado la injusticia. Los medios se limitan a dar al público lo que pide: carne fresca para atizar críticas, chismes, la comidilla del momento, el tema para el desayuno, el café o la charla con los amigos. La sociedad es tan desgarradoramente superficial que se alimenta vorazmente de la fama ajena, sin pensar quienes realizan semejantes juicios temerarios, que muy bien ellos podrían encontrarse en el banquillo de los acusados, y en ese caso, no les gustaría ser tratados así.

El caso de Monseñor Max Davis, ex obispo castrense de Australia no es el único. Acusado en 2014 por cinco personas de supuestos abusos sexuales a menores ocurridos hacía más de cuarenta años, fue absuelto hace apenas unas semanas. Lo que en su momento llenó titulares, cargados de detalles escabrosos, siendo la comidilla y el escándalo de toda una sociedad, ahora justifica sólo una breve nota marginal, avisando de su inocencia. En realidad, los chicos se confundieron, siendo los presuntos abusadores otras dos personas ya fallecidas, que dejaron de trabajar en esa institución precisamente por la denuncia que en su momento hizo Max Davis, profesor del internado que en ese momento no era sacerdote. Pero claro, Monseñor Davis era un personaje público y se podía generar un buen escándalo, así que las cinco víctimas que callaron durante más de cuarenta años refrescaron la memoria, creyendo encontrar en el obispo a su abusador.

No es el único caso. La pedofilia puede convertirse en una auténtica caza de brujas, máxime cuando pueden llamarse en causa hechos ocurridos hace tanto tiempo. Monseñor Davis, para no manchar el nombre de la Iglesia, renunció a su cargo de obispo a sabiendas de ser inocente. Tras dos años de juicios ha podido probar su inocencia, pero el daño sufrido a su fama, a su carrera y a su vida es irreparable. Pienso que se trata de una especie de “martirio espiritual”, una nueva forma de sufrir en silencio la acusación injusta y entender que de esa forma se da testimonio de Cristo (el principal Inocente procesado por la autoridad encargada de impartir la justicia) y se sufre como Él por la Iglesia. La tensión, la zozobra, la incertidumbre y la impotencia ante la injusticia convierten al presunto delincuente en una víctima inocente, testigo de la verdad. Verdad que, frecuentemente, es muy difícil de probar.

“Calumnia que algo queda” sentenció Voltaire. Indudablemente quedan las heridas morales y espirituales en la persona inocente. Queda el silencio de la sociedad injusta, la soledad del oprimido que experimenta el recelo de las personas ante acusaciones tan infames, y la complicidad de los medios de comunicación que se limitan a encogerse de hombros, pues finalmente no hacían sino su papel; es su trabajo: el escándalo es noticia y ellos viven de la noticia.

Reparar la fama de las personas no es negocio, no es su trabajo, no les interesa. No ha sido el único caso en Australia. Anteriormente el cardenal de Sydney, Monseñor Pell, también fue inculpado de pedofilia. Durante la acusación, más breve por ser claramente infundada, renunció al gobierno de la diócesis mientras se aclaraban las cosas, que rápidamente se aclararon: El acusador no estaba mentalmente equilibrado.

Es cierto que el crimen de la pedofilia resulta grotesco, es verdad que ante hechos como los denunciados por la película “Spotlight” los reflectores y la “presunción de culpabilidad” están puestos sobre la Iglesia Católica. Pero también es cierto que muchos se aprovechan de esa situación para calumniar, y haciéndolo, además de cometer una terrible injusticia, destruyen vidas; vidas que muchas veces han sido entregadas al servicio de los demás, como es el caso de Monseñor Davis, y con él, de tantos otros. No es la forma de pagar a alguien que ha dado su vida por los demás. Felizmente estos silenciosos confesores de la verdad nunca han esperado que la sociedad les pague o les reconozca, saben que su pago está en manos de Dios, saben que el premio de su silencio será grande en la otra vida.

Esperemos, sin embargo, que la sociedad y los medios sean cada vez más respetuosos de la fama ajena y no se precipiten a la hora de juzgar y condenar a las personas, buscando un chivo expiatorio o un presunto culpable para satisfacer la sed de venganza que suscitan tan indignantes delitos.

 

One Response

  1. Manuel Salazar dice:

    Me parece correcto pedir más investigación, en un “mundo ideal” donde la Iglesia siempre abre las puertas a la prensa, permite la confrontación de información y abre procesos públicos sería lo correcto. Pero, Padre Arroyo, usted sabe muy bien que eso no sucede en la práctica. Frente al caso australiano hay muchos otros que son reales y lamentables, basta revisar el caso de Fernando Karadima o de Marcial Maciel, o el del Sodalitium (una congregación peruana de laicos consagrados que fuera muy estimada por el Vaticano). Ante las “puertas cerradas” y las víctimas más inocentes (niños) sostengo que personas como el Monseñor Davis pagan injustas consecuencias pero son “necesarias” ante tanto hermetismo, finalmente sabrá perdonar el error quizás pensando en el “Cristo Roto” de tantos pequeños ultrajados.

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