Sebastián Salazar Bondy: La neblina del vigilante

 

Sebastián Salazar Bondy fue un intelectual de fuste de la llamada Generación del 50. Escritor profuso hizo de Lima su motivación y avizoró el destino de su ciudad con una prosa a quien se lo llamó un guardián entre la niebla. Aquí un perfil que se acerca a ese creador que también fue un extraordinario periodista.

Cuando hablaba Sebastián Salazar Bondy de cualquier secreto de Lima había que ponerse de pie. Era un limeño genético y gozo de su ciudad con la sabiduría de patriarca. Sebastián era de una curiosidad superlativa y por ello escribía de y sobre todo. Ahí está su obra profusa tan diáfana como compleja. Lo he seguido de poeta, aquella que habla del limeño con ‘el cielo sin cielo de mi ciudad’. Ese que nos dejó su lírica rotunda, original y auténtica en libros genuinos como “El tacto de la araña” o “Confidencia en voz alta”. Alta poesía desde ese descubrimiento de lo peruano vista desde el remanso de Lima, contrahecha, agrietada y visceral. Salazar Bondy fue genial en el sentido de la vida y su brevedad. Así escribió de novelista, dramaturgo y ensayista. Amén de sus textos de crítica literaria y aquel de observación como su “Lima la horrible” donde describió y descubrió que las ciudades es solo la geografía de nuestros sentimientos.

Lima en 1950 era una ciudad a punto de explotar por su combustión social interna. Sebastián, a secas, en ese entonces, destacaba como poeta, dramaturgo, ensayista, antologador, editor, crítico de arte, promotor cultural y también, periodista. Limeño, también a secas, con una sensibilidad desbordante y una cultura monumental, perteneció a esa brillante Generación del 50 junto a José María Arguedas, Julio Ramón Ribeyro, Carlos Enrique Zavaleta, José Durán, Luis Loayza, Eleodoro Vargas Vicuña, Alejandro Romualdo, Eduardo Eielson, Blanca Varela, Juan Gonzalo Rose, Eduardo Congrains, Sofocleto, Pablo Macera y Fernando de Syszlo. Vaya colectivo.

Y nació en la mata del vicio, hubiesen dicho las vecinas de esa esquina entre los jirones Azángaro y calle Corazón de Jesús. Cierto, en la cuadra tres del jirón Apurímac, en el barrio de la Chacarilla, al costado de la iglesia de los Huérfanos, en el Centro de Lima. Sebastián Salazar Bondy nació en uno de los epicentros culturales limeños. Al año siguiente tamnién, vino al mundo el que fuese uno de los grandes educadores peruanos, su hermano Augusto Salazar Bondy. Y fueron hijos de Augusto Salazar, vecino ferreñafano y de María Bondy, natural de Lima.

De aquella época, Sebastián ha escrito que su padre, que era un norteño a carta cabal, se hizo rápidamente de una relativa posición social y económica gracias a que era un comerciante nato. Pero que cayó en desgracia con la crisis de 1933 que lo llevó a la quiebra y a su muerte. Aquello produjo un sisma en la familia y recién a los seis años, el pequeño Sebastián comienza su formación escolar en el Colegio Alemán de Lima; pero a la muerte de su padre, la familia se vio obligada a trasladar a los Salazar Bondy al colegio de San Agustín, de los sacerdotes agustinos, en Lima.

Contaba Sebastián: “Mi casa fue un hogar de la clase media, formado por familias que venían de la provincia, viejas familias propietarias, pauperizadas por la invasión imperialista y, también, por la vida de lujos, de pompa, de señorío aristocrático que habían llevado en sus propias tierras natales. Y también desciendo de emigrantes franceses, posiblemente, si los pruritos genealógicos de un primo mío no han fracasado, de una familia judía del ghetto de Praga”.

El cambio de colegio fue fundamental en la vida del joven escritor. El San Agustín era un colegio para “blancos pobres” como les decían a los limeños de clase media. Ahí tuvo maestros que le permitieron conocer el mundo mágico de la vida religiosa, con el trance místico de ser aplicado acólito en las misas de campaña. Y así termina contando: “Ahí también conocí el mundo de las represiones, de las inhibiciones, de las prohibiciones, de los prejuicios y conocí también un mundo de humillaciones que consistía en aquello de: ‘Oiga Salazar, avísale a tu hermano que debe dos meses, que si no paga esos dos meses no dan examen’”.

Sebastián Salazar Bondy ha merecido el reconocimiento reciente de investigadores como Alejandro Susti quien publicó “La luz de la memoria” Compilación de los textos periodísticos de Salazar Bondy. (Lápix Editores. Lima, 2914). Debo mencionar también las frases elogiosas del maestro Juan Gargurevich en la reciente Feria Internacional del Libro de Lima quién nos recordó que en ese tiempo en el periodismo reinaba en las redacciones el párrafo inicial rápido, de no más de tres o cuatro líneas y todos escribían igual de manera que aprendimos que el diario debía partirse en dos, las noticias de un lado, la opinión de otra creyendo, o haciendo creer, que solo la decisión de publicar conlleva de hecho una posición, una opinión.

Salazar Bondy fue un adelantado porque entendía que el periodismo era un acto puntual de elaborar noticias. El introdujo las bases de lo que hoy llaman “el periodismo interpretativo”. Aquel que cuenta historias con la mejor técnica del relato o el cuento que exige a los periodistas que asuman las viejas herramientas de la literatura y cuenten las cosas tal como él sabía contarlas o le hubiera gustado que las contaran.

Decía el periodista Tomás Eloy Martínez a propósito de la técnica de Salazar Bondy que: “todos, absolutamente todos los grandes escritores de América Latina fueron alguna vez periodistas. Y a la inversa, casi todos los grandes periodistas se convirtieron, tarde o temprano, en grandes escritores. Esa mutua fecundación fue posible porque, para los escritores verdaderos, el periodismo nunca fue un mero modo de ganarse la vida sino un recurso providencial para ganar la vida”.

Por ello, parece increíble que a pesar que el periodismo peruano tuvo como actores principales a Sebastián Salazar Bondy como a la brillante Generación del 50, que obviamente fluían de los estilos de grandes periodistas como el ensayista Mariátegui, el poeta Vallejo, hoy ese mismo periodismo haya sido pasto de la llamada prensa sensacionalista, del periodismo amarillo y de lo que llaman “la televisión basura”. Nadie entiende que se haya olvidado a grandes escritores del periodismo y hayan caído en el estercolero en que hoy se ha convertido la prensa masiva en el Perú.

Hace unos meses, la Casa de la Literatura Peruana presentó una muestra “Sebastián Salazar Bondy. El señor gallinazo vuelve a Lima”. Fue un justo homenaje para este escritor e intelectual que desde el periodismo y otras tribunas contribuyó a dinamizar la vida cultural peruana de la primera mitad del siglo XX.

Precisamente en el estudio citado de Susti, éste nos acerca a una espigada y extensa obra periodística de Salazar Bondy. Entonces encontramos artículos, reportajes, crónicas de temas que se elaboraron en temas como la lectura, las revistas, las editoriales, los homenajes, las antologías. Susti recoge en esta antología un texto con ocasión de conmemorarse el Día del Periodismo, un primero de Octubre. Allí Salazar Bondy realiza una breve revisión histórica y describe cómo en un momento determinado de la historia el periódico que era un importante vehículo de cultura -porque, entre otras cosas ofrecía una novela diaria por entregas, el “folletín”-, había abandonado ese rol para marchar hacia el periodismo que separa la información de la opinión alejando así al periodista del escritor.

Salazar Bondy es ese limeño que fue periodista como fue también ensayista, poeta y dramaturgo. Al leerlo se me ocurre encontrar a ese narrador integral de brillantez discursiva, de verso exacto, de prosa musical y de golpe literario eficaz. Hay que leerlo una vez más y seguir su ejemplo.

Lima La Horrible

“Lo recuerdo en la fría noche limeña. Velado el aire por la esponjada niebla. Un rostro pálido de fino perfil, labios incoloros y ojos húmedos o brillantes, surcando las brumas. El cuerpo menudo en el traje gris se adivinaba aterido, como el de una breve ave caída en la ciudad que ya no intentara levantar su imposible vuelo. Sus queridos parajes de saucos relucientes al sol eran las antípodas. Marchábamos lentamente por la avenida Tacna y la garúa nos daba en la cara, mojaba nuestras voces, revoloteaba como miríadas de insectos alrededor de la pequeña llama que la amistad había encendido entre nosotros”. Luis Valle Goicochea.

 

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