La paz camina en Colombia

 

Antes de que Sebastián fuera a reunirse con los representantes de las FARC, se encomendó al Espíritu Santo.
Se había pasado la noche sin dormir y no sabía si iba a poder contenerse frente a los jefes del ejército guerrillero que en el 2002 tomó la vida del diputado Héctor Fabio Arismendi, su padre.

“No fui capaz de desayunar y partí a mi encuentro con el estómago vacío pero lleno de miedos y dolores en mi corazón.”-confiesa Sebastián.

Por fin, los miró frente a frente y les dijo con un dolor guardado durante toda una vida: “Yo juré matarlos a todos ustedes cuando solo tenía 9 años, con el alma destrozada, por el asesinato de mi padre.”

No esperó lo que venía después:

“Pablo Catatumbo tomó la palabra y nos dijo: ‘No nos orgullecemos del asesinato de los diputados, eso nunca debió pasar. Hoy hacemos un reconocimiento público y pedimos perdón. Ojalá ustedes también nos perdonen’ e Iván Márquez aseguró: ‘Desde lo más profundo de nuestro ser sentimos su dolor. Permítanos que nuestros sentimientos los abracen, y pedirles perdón.

Podía ser un libreto de los insurgentes, pero no lo era. Ellos también habían perdido a sus padres, hijos y mujeres en una guerra que ha desangrado Colombia durante 60 años y en la que, además del ejército regular, la guerrilla fue cercada y diezmada por los grupos paramilitares de extrema derecha y las bandas del narcotráfico.

Sabía Sebastián que, además, los guerrilleros firmantes del Acuerdo de Paz se estaban jugando la vida. En ese mismo momento, el Presidente Santos estaba en otro lugar reconociendo la culpa del Estado por haber mirado a otro lado mientras ocurría el exterminio de los miembros de la Unión Patriótica que hace un cuarto de siglo intentó difundir sus ideas y alcanzar el poder a través de civilizados medios electorales.

Narcos, paramilitares y militares corruptos se juntaron en gavillas y asesinaron a Jaime Pardo, candidato a la presidencia para después hacer lo mismo con Bernardo Jaramillo, quien se había atrevido a sucederlo. Por fin, fueron matando con ferocidad uno a uno a unos diez mil partidarios de la Unión Patriótica.

Por todo eso, era arriesgada la tarea de los hombres que Sebastián tenía frente a él.

Y también era enorme el riesgo político y grande la actitud del Presidente Juan Manuel Santos llamando a los colombianos a perdonarse unos a otros, a ser héroes de la paz. Ninguna otra nación en el mundo ha sido capaz de tanta grandeza.

En el Perú, por el contrario, la guerra interna no terminará nunca mientras no se saquen las armas de la política o mientras no se sepa que es imposible lavarse las manos en un lavabo colmado de sangre.

En nuestro país, no hay todavía un presidente como Santos que pida perdón y reconozca que hubo dos terrorismos, y uno de ellos fue el del Estado que- durante la guerra- erigió la barbarie como su manual de operaciones.

Durante el último lustro, el mandatario colombiano exhibió grandeza, la suya y la de su pueblo. Santos seguía a Gandhi. Humala lo perseguía. Débil pero feroz, nuestro pequeño presidente encarceló a un grupo de ancianos rendidos que sólo pedían mejor trato para su jefe encarcelado.

En la victoria hay siempre vencedores y vencidos, y por eso siempre hay en ella desconfianza y posibilidad de revancha. En el perdón no hay vencedores ni vencidos y eso lo hace más duradero que la victoria. La victoria puede ser conseguida por las hormigas. Sólo los seres humanos pueden otorgarse el perdón.

Luego de reunirse con la gente de la FARC, Sebastián sintió que algo extraño se iba de su cuerpo. Se iba el rencor. El sufrimiento había desaparecido “porque me di cuenta de que viéndolos en la cárcel no me traería a mi padre de vuelta, pero obligándolos a escucharme y escucharlos arrepentidos por lo que hicieron, me hizo sentir grande… Y finalmente, salí con una sonrisa y comprendí que mi padre se sentía orgulloso de mí allá en el cielo…”

 

Leave a Reply