Ayer, les contaba las alternativas que en mi condición de Jefe de redacción de “Estampa” hube de soportar, cuando un desequilibradillo, decidió retarme a duelo, con padrinos y todo, por lo cual, acepté batirme, pero eligiendo como arma, la pistola tradicional (trabuco duelista) y, a veinte pasos, remarcando mi condición de ex sargento de Caballería, con la oferta de encajar al necio “un plomo entre ojo y ojo”, para que fuera sacando su cuenta. Recojamos pues, el hilo del cuento, justito donde lo dejamos.
Como ustedes imaginarán, yo andaba muy lejos del anhelo de escabechar al porfiado desafiante, pero tampoco quería que el pata, se imaginara que me impresionaba con sus bravatas cabriñanescas. De manera que ya que está que esté, pues, me dije, empezando por buscar un par de “padrinos” a la medida de mi genio… y vaya que los encontré.
El primero, como no podía ser de otro modo, resultó siendo mi tío putativo, Don Andrés “Pichón” Archimbaud, “Marqués del Mario y Los Bulines” y en segundo término, pero no de menor prosapia, Don Ángel Hernández León, guapo rompeesquinas y veterano actor teatral(cuya chapa era ”Mascafierro”), que para el caso, aportaba un par de pistolones de esos, que hacían ver como firmes, los duelos bamba que se escenificaban antaño.
Dichas armas que tenían tremenda pinta de atarante, se cargaban de pólvora, con un cuetón de a veinte cobres, cuyo contenido quedaba cerca de una piedra pedernal que en su momento dispararía tremenda chispa, al mandato del gatillo.
El resto del cañón, se “taqueaba”, con algodón grueso de modo que al momento del “balazo”, el artefacto, metía un “strómbido” de la gran seven, pero el algodón, con las justas salía chutando a cincuenta centímetros del trabucazo y, por lo tanto, no era capaz de matar ni a una mosca, mi estimado.
Bueno, la cosa es que llegamos al Campo del Honor, vulgo “Bosque Matamula”,cual procesión funámbula ataviados en negro-capotín de yapa- y tocados los tres, con chambergos bombín que nos habíamos agenciado en el vestuario del Teatro “Segura”, gracias a añejos contactos del tío “Mascafierro”-
Mi ocasional adversario -padrinos inclused- estaban ya, sobre el terreno y chamullaban en conciliábulo, acerca de la mejor manera de despacharme al otro barrio. De manera que cuando llegamos, me cachetearon con el látigo de su desprecio, en huachafa actitud que se les fue por burundanga, cuando el bravo “Mascafierro” les pasó por la ñata una maderosa caja que abiertota de par en par, mostraba los dos chimpunes que presagiaban luto urgente y mi tío “Pichón”, calándose el bombín, les cantaba a todo pecho: “De dos feligreses que se enfrentan en el campo del honor… ¡Uno queda!… ¡Uno queda…!-rematando la copla, con una carcajada tipo “Monje Loco”, que hacía temblar la arboleda.
Conclusión -para no hacerla long play- mi retador salió arrugando, o como se dice en español castizo: “se hizo pichi en las trancas” y envió sus prosopopéyicos padrinos, a decirme que “la cuestión de honor había sido zanjada”- y que daba por olvidada la cochambrosa ofensa que había motivado, tan payasesco carnaval de una sola noche.
Entonces yo, previa consulta con mis padrinos,- como es de rigor en actos caballerescos-acepté la propuesta y me fui con ambos cachosos gentlemen a celebrar como es debido, este fin de fiesta que ni siquiera pudo acabar en velorio… ¡Hasta mañana!