Periodista y mendigo (II)

 

Ayer comentábamos el extraño precio que hubo de pagar Isaac Felipe Montoro, para retomar su oficio de periodista. El admirado Guillermo Cortéz Núñez -en su extraño humor arequipeño- le exigió a tal propósito, “vivir como mendigo, por lo menos un año”. Y este, es el relato de algunas de las extrañas vivencias, de alguien que -en efecto- fue “Periodista y Mendigo”.

– LO QUE VIVIÓ EN ESE MUNDO

Isaac Felipe, presenció violaciones de todo tipo, e incluso fue testigo de un crimen. Y todo… todo eso, a cambio del prometido carné de periodista, que por aquellos tiempos, pesaba mucho en el imaginario popular.

Finalmente, sucio, descalzo, casi muerto de hambre, no pudo más con el negocio y se dirigió al local del diario que habría de emplearlo, a contravalor de su inenarrable aventura.

Comprensiblemente, el portero del cuento, le negó la entrada, amenazándolo con llamar al patrullero, pero el maloliente espectro en que se había convertido el aspirante a redactor del por entonces, “diario de Orejuelas”, se negó a marcharse y cuando ya, la controversia derivaba a forcejeo, apareció providencialmente el señor Director, quien pronunció la frase redentora: “Déjelo pasar. Es periodista”.

ESCRIBIÓ LA NOVELA DE SU VIDA

Y el fantasma, pasó. Tomó asiento frente a una Underwood machucada y empezó a relatar en serie sus aventuras de pordiosero, las mismas que más tarde, plasmaría en una testimonial novela, titulada en certera justicia: “Yo Fui Mendigo”.

Isaac Felipe -bañado ya, y usando terno y corbata- terminaba sus crónicas de cada día, justo a la hora en que yo, empezaba a escribir mi “Carrusel” humorístico y por eso, hablábamos muy poco. Casi nada.

UN HOMBRE EXTRAÑO

Tan extraño “colega”, vivía –por así decirlo- en un mundo aparte y sólo “cheleaba” de tarde en tarde, con Carlos Ney Barrionuevo (el “Carlitos” de la “Catedral” Vargasllosiana), hasta que un día, tan extrañamente como había vivido, así mismito desapareció.

Así nomás, como dicen que se van, los grandes soldados y los periodistas capaces de todo. Hasta de adoptar una vida miserable, a cambio de convertirse -al fin y al cabo- en un pasajero “testigo de la Historia”. Vale decir: de todas las historias. Como esta que acaba de inspirarme la relectura del calvario de un hombre que entrenó dolorosamente para fantasma. De alguien que simplemente se esfumó para siempre, como una de esas mujeres que se ama de pronto y para nunca, en un romance de choque y fuga. Así nomás. ¡Hasta mañana!

 

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