Lucho Barrios: Si la vida es así, para qué más vivir

 

“Marabú” fue mi canción de cuna sicalíptica. Allá, en los bares del barrio de Surquillo, las rockolas en 1957 lo tocaban a todo volumen –como a la mayoría de chicas en punto de caramelo– y eternamente les inyectaba su dulce veneno. El recuerdo de mi niñez está marcado por ese bolero más que la teta de mamá. “Marabú” fue canto y se hizo bolero gracias a que Lucho Barrios lo escuchó cuando vivía en Guayaquil y a punto de escapar del closet. Lo oyó y lo grabó con los arreglos de “Chalo” Reyes y “Cato” Caballero. El hecho es hito de la música popular urbana. La grabación fue hecha luego, en los estudios del sello MAG de Lima un 3 de marzo de 1957. “Marubú” es así el primer bolero peruano masivo y popular. De su autor se sabe tanto como nada y del título, que es la nomenclatura de un ave parecida a la cigüeña y que no tiene absolutamente nada que ver con la letra. Ya en el colmo, en todo el bolero no se la menciona para nada al ave. Entonces ¿Por eso es peruano? No creo.

Cuando periodista del programa “Panorama” de Canal 5, puede finalmente entrevistar a Lucho Barrios, quien estaba pasando algunos días en Lima en 1996 y al fin descubría a ese cantante de mi infancia y mi pubertad, no fue sencillo describir al cantante “cebollerero” como le decían en Chile. Yo había conocido a otros cantantes románticos. Su foja no era nada santa. La mayoría bohemios, con el aserrín pegado a la piel, con las vaginas aun empolvadas en las harinas de los amores contrahechos. Gente de otro ADN decía mi padre quien se opuso tajantemente a que una de mis hermanas se case un lírico de esquina que cantaba en esos días en Radio San Cristóbal. Al final se casaron y el viejo desde esa vez odio al bolero y sobre todo, a los boleristas.

Lucho Barrios era todo lo opuesto a lo que se decía del ecuatoriano Julio Jaramillo quien tuvo 38 hijos o de Daniel Santos quien tuvo otros tantos con otras tantas mujeres. Aquella vez cuando Barrios me recibió deportivo en su casa del barrio de San Miguel en bata y chancletas, me di cuenta que era único. Barrios lucía como un tipo rechoncho y cabezón que no daba la talla para ser un sex simbol barrial. El plan era seguirlo todo un día, llevarlo a almorzar, ir a ser testigos de un disco que estaba terminando de grabar y a la noche siguiente asistir a un espectáculo de Lucho Barrios versus Pedrito Otiniano en el cine “Latino” del Rímac.

Lucho Barrios vivía con su familia de reglamento, esposa y tres hijos. En su calle, pocos vecinos lo reconocían y él era como era. Un ser sencillo y con un carro Datsun que alguna vez fue atractivo pero que sonaba como una licuadora Oster a punto de malograrse. Barrios era parco en extremo, lo acompañamos a Radio La Crónica y hablo lo necesario. Luego lo llevé a mi bar “Tobara” de Surquillo y no le gustó el menú de los hambrientos más brutales del planeta. Entonces aterrizamos en la picantería arequipeña “Rinconcito de Tiabaya”, y junto a la rockola lo hicimos grabara una escena donde él pedía una cerveza, se acercaba a la máquina, marcaba su disco, y volvía a la mesa a ver su trago y hacer el dúo con su misma grabación en 45 rpm. ¿Cuál disco? Obvio: “Marabú”.

De aquella experiencia no me quedaron ganas de repetirla. Abrevié todo lo que se pudo y lo despedí otra vez en su casa porque me dijo que iba hacer una siesta. En la noche, se transformó. Allá en el cine “Latino”, cantó, hizo reír al respetable y todos terminamos llorando a mares mientras que Lucho Barrios y su compadre Pedrito Otiniano cantaban a dúo y las damas de las primeras filas le lanzaban sus prendas íntimas.

Lucho Barrios fue único y creó un estilo. Para muchos es el más grande bolerista que ha dado el Perú. Desde los 60, se convirtió en un auténtico ídolo popular en todo el continente y cuya nacionalidad reclaman varios países, sobre todo Chile. Barrios se inició como cantante de huaynos y luego pasó al vals de estilo norteño para debutar con éxito extraordinario que significo “Marabú” y “Me engañas mujer”, convertidos desde su salida en dos clásicos del género. Cuando lo entrevisté, Lucho Barrios bordeaba los cincuenta años de ese trajín y había actuado en grandes escenarios del mundo, como el Olympia de París.

Una de la satisfacciones más grande fue saber que fui autor del único reportaje-crónica que se le hizo para la televisión y la sencillez de Lucho Barrios ha quedado grabada en aquel video del recordado programa “Panorama”, cuando sorprendido por mi inquietud enfermiza, Barrios contó parte de su vida que nadie conocía. Son de antología también, los cuatro ‘larga duración’ de valses donde participa junto con Pedsrito Otiniano y Gilberto Cosío Bravo en las grabaciones del Centro Musical Unión.

Así, he rescatado un texto de la chilena Verónica Marinao que dice: “Después de haber grabado en su país otros éxitos como “Copa de licor”, “Mentirosa” y “Me engañas, mujer”, el 18 de septiembre de 1960 Lucho Barrios actuó por primera vez en Chile, en la quinta El Rosedal de Arica, junto a la orquesta cubana de Puma Valdez y con bastante éxito. En 1961 regresó y grabó en Santiago varios discos que aumentaron su arrastre popular en Chile, comenzando además con sus presentaciones en el cabaret Picaresque de Santiago. Entre los cientos de canciones grabadas por Lucho Barrios, con títulos como “Fatalidad”, “Resignación”, “Martirio” y “Cruel condena”, el público hizo sus favoritas a “Señor abogado”, de Arboleda; “Me engañas, mujer”, del peruano Juan Ruiz; “Amor de pobre”, de Pepe Ávila; “Amor gitano”, del puertorriqueño Héctor Flores Osuna; “Mi niña bonita”, que el cantante ha atribuido al autor Pablo del Río, aunque también suele figurar con ese crédito el nombre de Paquito Jerez, y “La joya del Pacífico”, de Víctor Acosta.

En el este se exolica que ese repertorio le valió asociaciones con lo que a partir de los años 60 comenzó a ser conocido en Chile como el subgénero de la “música cebolla”, con Luis Alberto Martínez, Rosamel Araya y Ramón Aguilera como principales exponentes chilenos. En el libro “Historia social de la música popular en Chile, 1950-1970”, los autores Juan Pablo González y Claudio Rolle explican que «parte importante de repertorios como el suyo exacerba la emoción y el sufrimiento, permitiendo definir un campo lírico que posee ciertas dosis de existencialismo de bar: la vida es trágica y sólo el amor puede redimirnos, aunque suframos por él».

En el mismo libro queda establecido que si bien no hubo interés de los medios chilenos por Barrios, su arrastre popular indicaba un incamuflable fervor. Hasta 1970, el peruano grabó 36 singles y seis discos LP para la filial chilena del sello EMI Odeon, y concentró en nuestro país el grueso de sus ventas latinoamericanas, pese a no ser invitado a radios ni programas de televisión de la época. Y aunque Lucho Barrios ha declarado que en Chile lo quieren más que en su propio país, nunca cantó en el Festival de Viña del Mar, y alguna vez acusó al ex animador Antonio Vodanovic por esa ausencia. Sí ha pisado ese escenario de la Quinta Vergara como parte del popular Festival de la Cebolla. Y aunque el porteño Jorge Negro Farías grabó antes el mencionado vals “La joya del Pacífico”, y es su versión la que aparece en la película Valparaíso, mi amor (1969), de Aldo Francia, es la interpretación de Lucho Barrios la más popular en Chile y la que, obligadamente, cantó en cada una de las actuaciones con las que se consagró como un símbolo de la canción popular de Chile.

Insisto, en esos discos del Centro Musical Unión, hay una confirmación, que Barrios fue multifacético pero además que consolidó el vals como anclaje de identidad del barrio. Y el Centro Musical Unión, junto al “Huancavelica”, fuero aquellos refugios de nuestro viejos jaraneros que impusieron el vals al estilo limeño del “Cuartel primero” o del barrio de Monserrate. Es decir, el canto de la zona de Pachacamilla –uno de los lugares más emblemáticos de la Lima tradicional– que viera nacer también a la mejor cantante del acervo criollo, doña Jesús Vásquez y tierra del campeón mundial de billar, don Adolfo Suárez.

Pero todo cambió. El 5 de mayo del 2010, el director del hospital Dos de Mayo, José Fuentes Rivera, explicó que el bolerista Lucho Barrios había muerto esa mañana a consecuencia de una falla multiorgánica provocada por un problema respiratorio y complicado con una insuficiencia renal. Milagros, su hija declaró esa tarde: “Mi padre había sufrido un derrame cerebral pero ya estaba recuperado. El volvió a cantar porque me decía que yo tengo que morir en los escenarios. El no estaba enfermo”. Según contó otro médico que atendía a Barrios, el cardiólogo Cecilio Zamora Huamán, explicó que el intérprete le suplicó: “que me hagan todo menos que me entuben porque no quiero perder mi voz”.

Así murió la voz que identificaba ese sentir romántico vocal peruano. Con la misma modestia como vino al mundo y estuvo por estos pagos 75 años. Yo le recuerdo sonriendo sobre que él era culpable gracias a su voz de cuanto romance uno se pueda imaginar pero también lo recordaré por ese verso de su “Marabú”: “Si la vida es así, para que más vivir”.

(Fragmento del libro La Caza Propia que será editado por Lancom Ediciones en Julio 2015).

 

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