El canibalismo político como arma de destrucción

 

Tengo la impresión a la luz de hechos ciertos que la política peruana va camino o ya es una expresión de canibalismo que se practica sin advertir el daño que se ocasiona a la democracia. Hasta podría considerar que hay mucho de ferocidad o inhumanidad propia de algunos animales irracionales. Está dejando de ser arte, doctrina u opinión para el buen gobierno. Quienes están, los que han sido y quienes pretenden ser administradores del Estado han perdido la brújula y por falta de talento, formación previa y capacitación constante, no conciben que la política, lejos, muy lejos, de practicar la antropofagia, es una actividad indispensable si se aspira regir los asuntos públicos.

Involucrarse con la pretensión muy humana de ser político no consiste solamente en ingresar a un partido, ni tampoco constituir parte de una agrupación o de un frente en razón de intereses determinados. Va más allá de eso. La doctrina nos dice que el ser político significa tener capacidad humana de actuar y aportar a la relación social su carácter de acto humano, es decir tener la capacidad para la acción racional, libre y responsable en procura del bien común general. Como dijo un teólogo la política debe entenderse como la forma más excelsa de la caridad, después de la religión. Política es por tanto toda acción que se oriente a dirigir una sociedad mediante el ejercicio directo o indirecto de los poderes supremos de decisión del Estado en sus diversos sectores, niveles e instancias. El arte de hacer posible lo que es necesario en razón de lo que demanda la dignidad de la persona humana.

Yo señaló a cuantos tienen el poder para comunicar en forma masiva como responsables de lo malo que acontece en el quehacer político del país o por la distorsión del mismo. Ya sea porque son protagonistas de la contienda irracional de enfrentamientos personales sin prueba de por medio, como a quienes destruyen la honra ajena completamente convencidos que libertad de expresión es lo mismo que libertinaje. Tales prácticas no son propias de una verdadera democracia. Este vocablo designa una posición en la vida social, una filosofía política, una técnica y una forma de gobierno. En estos tiempos de cambios de todo orden, mencionar a la democracia, evoca una actitud según la cual todos y cada uno de los miembros de la sociedad política participan del bien común y se sienten en la obligación de actuar, en la medida de sus posibilidades, en el desarrollo de la obra común correspondiente, en cuya realización tienen su cuota de responsabilidad y de cuyos frutos derivan su cuota de beneficios.

No se trata defender a ningún personaje en particular ni siquiera de apoyar su comportamiento. Pero lo que está sucediendo con Nadine Heredia y lo que viene afrontando desde el primer día en que pisó las alfombras de la Casa de Gobierno, es una muestra de este aberrante canibalismo. Sus enemigos declarados, sea porque lideran alguna colectividad política o porque concentran el poder de la prensa, la tienen en su mira. Ella ha dado muestra de sus reiteradas discrepancias con esos sectores y por simple lógica no les resulta recomendable que con su presencia sume fuerzas con quienes se manifiestan contrarios a los que quieren imponer el poder absoluto de la política y de la economía, conforme a sus propios principios neoliberales. Esta es una posibilidad no exenta de error, pero sus contrarios prefieren curarse en salud. Lo curioso es que callan en todos los idiomas, pese a que son muchas más graves, las trapacerías, por ejemplo, del autócrata y de sus compinches que, además de apoderarse de los fondos públicos y manejar el patrimonio nacional en forma extrema, llegaron hasta a la traición a la patria, hecho este último por el cual nadie se anima a acusarlos.

¿En qué se basa este supuesto? Habría que recordar lo que esos mismos sectores hicieron con Susana Villarán de la Puente, la misma que no los convenció ni siquiera por los apellidos de transnochado abolengo limeño que tiene. No ocultó en su juventud ni tampoco cuando comenzó a tener presencia en la actividad política como militante de una izquierda cristiana y socialista. Pero declarar abiertamente tal identidad fue suficiente para atacarla sin piedad, contratando inclusive a verdaderos sicarios plumíferos que no respetaron su condición de mujer y de madre de familia. Mucho menos que realizara una gestión que trató de marcar la diferencia actuando con honestidad, con transparencia. Tanto fue el ataque y se pisoteó su honra que, al final de su función como alcaldesa de Lima, ella expresó su total desaliento y la voluntad de no volver en lo inmediato a las lides electorales como candidata.

Y qué decir de Alan García Pérez, todo un idealista en los años de su primera incursión como postulante a la presidencia de la República. Hizo en el cargo lo que correspondía a su formación ideológica y a la doctrina aprendida de sus mayores. Se le atacó apenas comenzó a pisar callos de la derecha conservadora y recalcitrante. Obras como las del tren eléctrico fueron cuestionadas al punto que se formaron comisiones investigadoras que finalmente no sirvieron para nada. La ciudad de Lima tuvo que esperar más de dos décadas para que la construcción concluyera, pero ya el problema del transporte público había explotado en una dimensión nunca antes ocurrida. Ese Alan García Pérez ya no es el mismo de ayer. Le han ganado la moral y otras apetencias. Tiene otra visión de la política y otro comportamiento ajeno. Hoy día agacha la cerviz y es obsecuente con quienes tienen poder económico.

Hay otros casos de canibalismo en el ayer. La historia política peruana tiene páginas enteras, que hacen recordar enfrentamientos de esa naturaleza y que dieron lugar a asesinatos premeditados o de encarcelamientos injustos. Mal hacen por eso, vuelvo a repetir, quienes irresponsablemente citan la historia de los hermanos Gutiérrez como si tal salvajada, se pudiera repetir en estos tiempos, donde hay expresiones focalizadas de violencia pero, al mismo tiempo, anhelo mayoritario de encontrar una convivencia afirmada en los valores de la paz y la justicia social. El canibalismo político a nada bueno lleva. Evitemos que llegue a niveles que podrían desbordar y tengamos presente que ese accionar en nada favorecen el anhelo de encaminar al país por los caminos de una verdadera democracia, en donde la defensa de la persona humana y el respeto de su dignidad son el fin supremo de la sociedad y del Estado.

 

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