Diálogo a través de los siete ensayos de Mariátegui

 

No hubo romerías, ni actos académicos y menos marchas proletarias. Hubo casi silencio.  Pocos recordaron que el 14 de junio fue el onomástico del ilustre pensador y periodista peruano José Carlos Mariátegui La Chira. De haber vivido tendría ahora 121 años. Pero el destino y la propia naturaleza humana no quiso que así fuera.  Su tumba en el cementerio Presbítero Maestro, careció de acompañamiento floral, el instituto que lleva su nombre y que ocupa la casa que fue suya no tenía agendada ceremonia alguna y lo mismo ocurrió con la central sindical que el Amauta ayudó a organizar.

¿Por qué este olvido? La interrogante hizo que me dirigiera al viejo camposanto ubicado en el Este antiguo de la ciudad, con la esperanza de lograr una respuesta propia.  No encontré persona alguna vinculada con quien en su momento fue considerado como el prototipo del nuevo hombre americano.  En cambio me tropecé con sus recuerdos intelectuales. El imaginario me abrió las puertas del diálogo, el supuesto hizo posible que le hablara de tú a tú con ayuda de sus  obras literarias.

Han transcurrido más de ocho décadas de su ausencia física y ello no parece trascender tanto como la vigencia de sus ensayos interpretativos de la realidad peruana. José Carlos intuyó que así sería y por eso antes de publicarlos dejó dicho en negro sobre blanco: «Mi trabajo se desenvuelve según el querer de Nietzsche, que no amaba al autor contraído a la producción intencional, deliberada de un libro, sino a aquél cuyos pensamientos formaban un libro espontánea e inadvertidamente. ¿Por qué? surge la primera pregunta en procura de mayor explicación y él agrega: «Mi pensamiento y mi vida constituyen una sola cosa, un único proceso. Y si algún mérito espero y lo reclamo que me sea reconocido, es el de -también conforme un principio de Nietzsche- meter toda mi sangre en mis ideas».

El tiempo parece retroceder para asomar, inmediatamente, con un  renovado impulso. Sólo quedan las cenizas del idealista y ahora necesito saber qué le llevó a dejar testimonio de sus reflexiones: » Toda esta labor  no es sino una contribución a la crítica socialista de los problemas y la historia del Perú. No falta quienes me suponen un europeizante, ajeno a los hechos y a las cuestiones de mi país. Que mi obra se encargue de justificarme, contra esta barata e interesada conjetura. He hecho en Europa mi mejor aprendizaje. Y creo que no hay salvación para Indo-América sin la ciencia y el pensamiento europeos u occidentales. Sarmiento que es todavía uno de los creadores de la argentinidad fue en su época un europeizante. No encontró mejor modo de ser argentino». La respuesta colisiona con mi inconformidad. Mariátegui en su soledad pareciera exclamar: «Otra vez repito que no soy un crítico imparcial y objetivo. Mis juicios se nutren de mis ideales, de mis sentimientos, de mis pasiones. Tengo una declarada y enérgica ambición: la de concurrir a la creación del socialismo peruano. Estoy lo más lejos posible de la técnica profesoral y del espíritu universitario».

Sus palabras saben a sentencia. En mi fuero interno, sin embargo, brota el deseo de contradecir lo expresado. La viejas páginas de la historia hacen recordar que no todo lo que vino de Europa fue beneficioso desde el punto de vista económico. La conquista y el virreinato dejaron un mal precedente. El autor de los «Siete Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana» lo ratifica con su ilustrado pensamiento: «En el plano de la economía se percibe mejor que en ningún otro hasta qué punto la Conquista escinde la historia del Perú. La Conquista aparece en este terreno, más netamente que en cualquier otro, como una solución de continuidad. Hasta la Conquista se desenvolvió en el Perú una economía que brotaba espontánea y libremente del suelo y la gente peruanos. En el Imperio de los Inkas, agrupación de comunas agrícolas y sedentarias, lo más interesante era la economía… Las subsistencias abundaban, la población crecía. El Imperio ignoró radicalmente el problema de Malthus… Los conquistadores españoles destruyeron, sin poder naturalmente reemplazarla, esta formidable máquina de producción. La sociedad indígena, la economía inkaika, se descompusieron y anonadaron completamente al golpe de la Conquista… Los conquistadores no se ocuparon sino de distribuirse y disputarse el pingüe botín de guerra… En las colonias españolas no desembarcaron como en las costas de Nueva Inglaterra grandes bandadas de «pioneers». A la América Española no vinieron casi sino virreyes, cortesanos, aventureros, clérigos, doctores y soldados… Los colonizadores se preocuparon casi únicamente de la explotación del oro y plata peruanos… Estas fueron las bases de la nueva economía peruana».

La respuesta me lleva a la meditación sobre el problema  todavía presente del aborigen.  Mariátegui lo toca frontalmente en su obra y dice: «La cuestión indígena arranca de nuestra economía.  Tiene sus raíces en el régimen de propiedad de la tierra.  Cualquier intento de resolverla con medidas de administración o policía, con métodos de enseñanza o con obras de vialidad, constituye un trabajo superficial o adjetivo, mientras subsista la feudalidad de los «gamonales»… la suposición de que el problema indígena es un problema étnico se nutre del más envejecido repertorio de ideas imperialistas.  El concepto de las razas inferiores sirvió al Occidente blanco para su obra de expansión y conquista».  Las palabras del pensador vuelan en el tiempo y en el espacio.  Ha abordado el tema de la enseñanza como uno de los males que afectan al hombre aborigen de estas tierras y apunta: «En el proceso de la instrucción pública, como en otros aspectos de nuestra vida, se constata la superposición de elementos extranjeros combinados, insuficientemente aclimatados.  El problema está en las raíces mismas de este Perú hijo de la conquista… En el Perú, por varias razones, el espíritu de la Colonia ha tenido su hogar en la Universidad.  La primera razón es la prolongación o supervivencia, bajo la República, del dominio de la vieja aristocracia colonial… La verdad era que la colonia sobrevivía en la Universidad porque sobrevivía también -a pesar de la revolución de la Independencia y de la República demoliberal- en la estructura económico social del país, retardando su evolución histórica y enervando su impulso biológico. Y que, por esto, la Universidad no cumplía una función progresista y creadora en la vida peruana, a cuyas necesidades profundas y a cuyas corrientes vitales resultaba no sólo extraña sino contraria».

Se advierte un discurso que no es ajeno a la realidad de estos días y que me hacen exclamar: ¡Hay tanto que conversar sobre el Perú de ayer y de hoy!  Las reflexiones del autor de los Siete ensayos abordan también el problema del regionalismo y centralismo: «¿Cómo se plantea, en nuestra época, la cuestión del regionalismo? En algunos departamentos, sobre todo en los del sur, es demasiado evidente la existencia de un sentimiento regionalista.  Pero las aspiraciones regionalistas son imprecisas, indefinidas; no se concretan en categorías y vigorosas reivindicaciones.  El regionalismo no es en el Perú un movimiento, una corriente, un programa.  No es sino la expresión vaga de un malestar y de un descontento.  Esto tiene su explicación en nuestra realidad económica y social y en nuestro proceso histórico.  La cuestión del regionalismo se plantea, para nosotros, en términos nuevos.  No podemos ya conocerla y estudiarla con la ideología jacobina o radicaloide del siglo XIX… Uno de los vicios de nuestra organización política es, ciertamente, su centralismo.  Pero la solución no reside en un federalismo de raíz e inspiración feudales.  Nuestra organización política y económica necesita ser íntegramente revisada y transformada… Ningún regionalista inteligente pretenderá que las regiones están demarcadas por nuestra organización política, esto es, que las «regiones» son los «departamentos».  El departamento es un término político que no designa una realidad y menos aún una unidad económica e histórica.  El departamento, sobre todo, es una convención que no corresponde sino a una necesidad o un criterio funcional del centralismo… Las formas de descentralización ensayadas en la historia de la República han adolecido del inicio original de representar una concepción y un diseño absolutamente centralistas.  Los partidos y los caudillos han adoptado varias veces, por oportunismo, la tesis de la descentralización.  Pero cuando han intentado aplicarla, no han sabido ni han podido moverse fuera de la práctica centralista».

Mariátegui habla con ardor de los problemas más candentes del país, recorre inclusive el itinerario del proceso de la literatura y cita al respecto que el criollismo no ha podido prosperar en nuestra literatura como una corriente de espíritu nacionalista, ante todo porque el criollo no representa todavía la nacionalidad; del indigenismo refiere que tiene fundamentalmente el sentido de una reivindicación de lo autóctono e ingresa en base a testimonios de diferentes autores nacionales, entre poetas y escritores, al tema del mestizaje para subrayar: «Lo que importa, por consiguiente, en el estudio sociológico de los estratos indio y mestizo, no es la medida en que el mestizo hereda las cualidades o los defectos de las razas progenitoras sino su actitud para evolucionar, con más facilidad que el indio, hacia el estado social, o el tipo de civilización del blanco.  El mestizaje necesita ser analizado, no como cuestión étnica, sino como cuestión sociológica».  El tema resulta apasionante. Invita a recrear mucho más tales reflexiones.  Anima a seguir el diálogo, más aun cuando el Perú de hoy, afectado por una crisis de valores y de principios, flagelado por males como el desprestigio de sus instituciones tutelares y de su clase política, exige una respuesta. El amauta no está callado, refiere que la política es una actividad creadora. «Es la realización -enfatiza- de un inmenso ideal humano.  La política se ennoblece, se dignifica, se eleva cuando es revolucionaria.  Y la verdad de nuestra época es la revolución».

El reloj no ha detenido su marcha. Esta vez más rápido de lo pensado. Es momento de retirarse del camposanto. De uno y otro lado, en medio de un espacio silente, se observa el paso cansado de obreros, casi en su totalidad, de ascendencia andina, también afroperuanos. Es el andar fatigado de los excluídos del bien común, a quienes Mariátegui dedicó gran parte de sus preocupaciones, a quienes convocó a la unidad, a la solidaridad de clase, a la lucha común contra la adversidad y la injusticia, al entendimiento ante la realidad concreta del día, a quienes les demandó que no empleen sus fuerzas en excomuniones y exconfesiones recíprocas, ni tampoco en dilapidar su tiempo, hiriéndose los unos a los otros.

El 14 de junio ya pasó. Quienes debieron recordar el significado de la fecha no lo hicieron. Y, sin embargo, el pensamiento de Mariátegui sigue vigente ante la magnitud de problemas que presenta la nación de hoy.  Muchas de las interrogantes de estos tiempos tienen respuestas en los escritos  del notable pensador. José Carlos se fue al más allá el 16 de abril de 1930.  Tenía 36 años de edad. La tumba que guarda sus restos sigue en  silencio, acompañada de la cercanía de Anna Chiappe, su esposa. Pero su trabajo intelectual habla por él. No en vano, su obra  «Siete Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana» cuenta con 74 ediciones y ha sido traducida al ruso, italiano, inglés, francés, búlgaro, húngaro, portugués, alemán, japonés y chino. Herencia intelectual de quien a temprana edad, a los 14 años, incursionó como periodista, primero en el diario La Prensa, luego en El Tiempo y La Razón, posteriormente en la revista Mundo Limeño, para continuar después como editor de «Amauta» y del periódico obrero «Labor».

 

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