Una lágrima por ella

 

Jamás sabré porqué, pero su familia no podía verme ni en pintura. Ella, sin embargo, me quería “a la de a verdad”, sin reparar en mi ayer palomillesco, o mis quince años sin futuro rentable a la vista. Se llamaba y se llama, Leonor y aunque ese barrio de ayer, es sólo un recuerdo-como nuestro perseguido romance-, de vez en cuando, el destino, nos programa un reencuentro, en el curso del cual, hablamos un poco y estrangulamos el bobo, para no ponernos a llorar como dos caídos del catre.

Y es que según parece, los amores perseguidos, están destinados a no morir nunca, por más que el tiempo y la vida, los vaya convirtiendo tan sólo en maltratados recuerdos. Igual que el viejo barrio de casas ruinosas, puertas clausuradas y hermanos amigos, que ya no volveremos a ver.

De vez en cuando, regreso a Mapiri, donde me espera una extraña confusión de alegrías y tristezas, que suelo remojar en chelas, acompañado del “Cholo” Teves, sobreviviente de mi lejano ayer y componedor de huesos maltratados y dolores indefinibles que él sabe aquietar con la magia andina que aprendió en la universidad del Sara-Sara, montaña tutelar de su añorada Cora- Cora.

Pero hay algo más. En algunos de los callejones de la cuadra 3 del hoy rebautizado “Aljovín”, no falta una doña que me invite el almuerzo, un viejo memorioso que me chapea “Niño Dios”, como hace siglos, cuando yo era palomilla y asombraba al bobonaje, con ciertos trucos de magia y la convocatoria a los difuntos.

Pero también sigue vivo Gerardo Cañola, el bailarín de guarachas que en lejanos tiempos se ufanaba de sus quince pilchas elegantosas, financiadas por su socorrido oficio de vendedor de “calentaos” segunda puesta, que sabe “cachinear” en “La Parada”.

Gerardo, cree tener la obligación de ponerme al corriente de las noticias barriales. Y no bien me atisba cantando valses jaraneros guitarreados por Teves, desgrana un inclemente noticiero, que no siempre me arranca sonrisas, pues todo Mapiri ha sido y siempre será, la familia más cercana a mi corazón gitano.

-“César: ha muerto Guillermo. Emilia y el loco Bandy, se fueron a Estados Unidos y no regresaron nunca.

El grandazo Adrián que se fue a tierras gringas como mecánico, volvió treinta años después, graduado de costurero. La señora Rosa, hermana de Guillermo, murió finalmente, tras una larga enfermedad. Y oye.

La chibola esa, que era tu firme, viene de vez en cuando al barrio y siempre pregunta por ti. Quiere saber de tu vida, con quién te casaste, en qué periódico escribes ahora y si a veces vienes. Y si preguntas por ella. Ella ya, claro, es señora y yo, de vez en cuando, le hago la conversa. Pero en cuanto le hablo de ti, se pone a llorar y, hermano, aunque yo quiera contenerme, a veces, me contagia”.

-Y de pronto, se detuvo el informante.- “No pues, compadre. Si tú también vas a llorar, mejor ni te digo nada”.

– Y ya no me dijo más, porque no hacía falta. Si pues, los hombres también lloramos. En especial, si nos recuerdan a nuestro amor de los quince. A esa hermosa chiquilla que era la más guapa desde Mapiri hasta La Victoria. Y yo me pregunto ahora cuál hubiera sido nuestro destino compartido, si mi presunta suegra y sus numerosos hijos, no hubieran decidido torcernos la suerte, así, tan a la mala, que ni Leonor ni yo, nos hemos consolado hasta ahorita mismo, compañeros. Perdón por la tristeza. Estas lágrimas van por ella.

 

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