¿La hora del quechua?

 

A pocos días de celebrar las fiestas patrias es oportuno comentar dos hechos que, entre muchos otros posibles, permiten darle rostro y vida a esa abstracción difícil de definir llamada patria.

Uno de ellos es un acto costumbrista, una tradición largamente enraizada en un pueblo, y el otro, una acción individual insólita que despertó en muchos miles de peruanos la identidad nacional adormecida.

El hecho costumbrista de que hablamos comienza justo hoy, como cada año, en Paucartambo, Cusco, y está dedicada a honrar a la Virgen del Carmen. En el fondo, es un ritual que escenifica los mitos en los que está expresada la esencia del pueblo.

El diario La República publicó el viernes una descripción detallada de este ejemplo de sincretismo: Imágenes cristianas y mitología andina combinadas en danzas, cánticos, desfiles, comparsas y combates rituales propios del mestizaje que tanto identifica al Perú.

En las fiestas de Mamacha Carmen intervienen doce grupos de danzantes; muchos de ellos son lugareños llegados desde donde sea que estén viviendo, vienen hasta del extranjero con tal de no perder su lugar en la fiesta.

Las comparsas son asunto de clanes y por tanto, cosa muy seria. Nadie quiere quedar mal con la comunidad. Se trata de fervor y del honor también.

Kaychukaychu Santu templo/Manneypitaq Mamay Carmen.
Con ese cántico en quechua irrumpen en el templo los Qhapac Qollas y después de la misa, las comparsas.

En los días siguientes desfilarán por las calles los Q’olcas, Chunchus, Maqtas y los Qhapac negros, entre otros grupos, cada cual con vestuario, máscaras y sombreros adecuados al personaje y de confección visiblemente costosa.

Al final de la fiesta, los Qollas del altiplano y los Chunchus del oriente librarán un combate ritual por ganarse la preferencia de Mamacha Carmen.

Lo más notable del combate es el escenario donde tiene lugar, nada menos que el puente colonial Carlos III, que con su arco de medio punto es, según dicen, el segundo puente en uso más antiguo del Perú.

Y qué belleza de puente, es el orgullo de Paucartambo, tierra florida según la traducción castellana de su nombre quechua.

Hablando de quechua llegamos al segundo tema, la acción individual aludida al comienzo y que ocurrió en el ámbito del fútbol.

El delantero Claudio Pizarro publicó tuits en quechua al final de cada partido del Perú en el campeonato jugado en Chile. Sus mensajes motivadores fueron “arengas guerreras” según calificación usada por la prensa, y como los resultados eran positivos, el efecto motivador se multiplicaba.

Enorme sorpresa la que nos dio Pizarro, le llovieron elogios y las redes sociales explotaron de alegría con estos tuits que contagiaban orgullo, un equivalente al “sí se puede”, pero en versión quechua y con la afectividad que es propia de esa lengua tanto tiempo ignorada.

En El Comercio el periodista y antropólogo Raúl Castro escribió que la respuesta positiva del público ante los tuits en quechua de Pizarro, tiene mucho de terapéutico en la medida en que por primera vez un líder social se expresa públicamente en un idioma indígena peruano.

Ya es hora, pensamos, de que se incluya en la currícula escolar al quechua, al aymara o alguna otra lengua nativa. Da vergüenza propia y ajena no poder expresarse aunque sea a un nivel básico en la lengua ancestral peruana.

El caso es que nuestro bombardero soltó un bombazo con su Sonqoypi Apayquichis (los llevo a todos en el corazón) y otros textos más largos después de cada partido.

Dicen que su escritura en quechua dejaba que desear, pero no era ese el punto importante. Los tuits en quechua de Pizarro encendieron una chispa que desde hace tiempo extrañábamos sentir.

Los dos ejemplos mostrados son a nuestro juicio, dos maneras diferentes de interpretar esa emoción llamada patria.

 

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