El derecho a la vida, el primero de los derechos

 

La decisión de prolongar el aislamiento social hasta el 12 de abril, constituye una medida de emergencia, que tiene por finalidad proteger y defender el derecho a la vida. Es un deber, un compromiso, que corresponde asumirlo sin excepción alguna. En la medida en que cuidamos la vida propia, protegemos la de otros seres humanos. No hay lugar para el privilegio. Todos tenemos que demostrar nuestro sentido de responsabilidad para acatar lo dispuesto. En las actuales circunstancias de “guerra” virológica, que está matando a mucha gente, hay que dejar de lado el status social o económico, el credo o la ideología, el color de la piel. Nos corresponde predicar con el ejemplo. Mal, por ejemplo, el comportamiento de la señora que por tener imagen en la televisión y amistad con un mando militar, consideraba que podía circular sin salvoconducto. Mal, también, el personaje del mundo fubtbolístico que creía tener corona de intocable y se fue a cenar fuera de casa al lado de sus amistades. Pésimo, aquellos que llevados por la falta de ecuanimidad atacan físicamente a los encargados de hacer cumplir la ley. Pésimo, quienes animados por la falta de madurez cívica, tratan de burlar la vigilancia y terminan privados de la libertad y en peligro de ser llevados a los tribunales de justicia penal.

Estos no saben lo que significa proteger y defender el derecho a la vida. La pandemia del coronavirus se expande, en medio de la angustia ciudadana por Loreto, Tumbes, Piura, Lambayeque y La Libertad. Lima, ni se diga. La regiones en donde, precisamente, no se toma en serio el clamor de poner en retroceso este mal. Pareciera que ignoran que está acabando con miles de vida en países más desarrollados en lo económico, tecnológico y científico. Nueva York y otras grandes ciudades en Estados Unidos, es una muestra de lo que podría acontecer aquí. Italia, España, Francia, Alemania sufren tal cual estarían en una contienda bélica devastadora. ¿Acaso, queremos que eso mismo ocurra en el país?

Los insensatos toman a la broma lo que se conceptúa como el derecho a la vida. A ellos, y en esto los comunicadores sociales, tenemos que repetir hasta el cansancio que la vida es un derecho fundamental. Es el primero de todos. Es universal y corresponde a la persona humana por sobre cualquier otro derecho. En palabras sencillas: es la piedra angular de todos los demás derechos. Si perdemos la vida, entonces no es posible que existan los demás derechos. ¿De qué servirían los años y hasta los siglos de lucha, por hacer más digna la vida humana, si estamos haciendo lo imposible por dejar de lado la protección y la defensa de ese derecho? Un mundo sin seres vivientes, no serviría de nada. Estaríamos negando que está vinculado al carácter del ser inteligente, racional, a la dignidad de la persona.

A quienes no toman con seriedad el aislamiento social y tampoco la emergencia nacional, no basta con jalarles las orejas. En las horas de carcelería les deben inculcar el significado de esas medidas y sus consecuencias funestas si no son respetadas. La educación tiene hoy en día las mejores experiencias. Quizás, así, podríamos avanzar cívicamente. Enseñarles que el derecho a la vida no es patrimonio de una sola persona. Le corresponde a cuantos formamos parte de la sociedad nacional y mundial. Ya lo hemos señalado: es el primero de todos los derechos, si tomamos en cuenta al titular de este como generador de cualquier otro derecho posible. Es inviolable y no admite excepción alguna. Se tutela en el ámbito privado e, igualmente, en el ámbito público, a fin de cubrir la dimensión personal.

¿Es historia reciente? ¿Es un concepto nuevo? No, qué va. Reflexiones al respecto abundan. Basta citar a Aristóteles, Santo Tomás de Aquino, Kant, con marcadas diferencias teóricas y prácticas, pero que coincidían en que la vida humana es un fin en sí misma y no un medio subordinado a otro fin. Pensemos en tan sabias enseñanzas y, entonces, llegaremos a la conclusión que vale la pena vivir, si respetamos la vida ajena. No podemos ser agentes de transmisión del mal, ni tampoco pasibles de recibir el contagio. Por eso, tiene sentido la emergencia nacional y el aislamiento social.

 

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