Más respeto con los “fríos”

 

Como irrepetuosamente suele estilarse en los velorios, la circunstancia ha ido carcomiendo el luto y determinadas instancias de nuestro elenco general, ha empezado a no saber qué hacer con los respetables «fríos» que hemos anotar a  cuenta de la pandemia.

Ayer, asistimos al mitin unipersonal, protagonizado por una doña “charapa”, a quien con la mayor acústica, le habían depositado un respetable fiambre, “embolsadito”  nomas, nada menos que al costadiche de su cama de hospital. Y anoche, poquito antes de la hora de las brujas, asistimos al draculesco espectáculo de un jonca mortirulógico, depositado a la portavianda de un casareto del populoso Lince limeño, enriquecido -el jonca, digo-, con una sospechosa notita, que –supongo- explicaría a los destinatarios del citado jato, el porqué de tan sombrío presente. Mi protegido “Don Yova”, mismo “Sherlock” bachiche, averiguó al toquepala nomás, que se trataba de una represalia de los funebreros, encaminada a sancionar un “malapaga” de la familia del frío. En tanto el “correo de las Magalys” de mi rioba, asegura que el macabro encargo, iba dirigido a “la trampa” del difuntito, añadiendo que “la nota que iba de yapa”, decía más o menos: “tanto lo has reclamado… ahí te lo dejo”. En fin, usted amable lector (a), puede suponer lo que quiera, pero los expertos en temas del “más allá”, afirman que es muy riesgoso jugarse con quienes atraviesan la meta, para doctorarse de “Fantomas”. Aseguran estos doctores en “mortología”, que cuando uno se muere a la franca -es decir-, sin dudas ni murmuraciones, lo hace para olvidar sus penas y descansar a lo “Frankestein”, por lo cual, a quien pretenda hacer chongos con el “descanso eterno”, le pueden gestionar un “jalamanca de las pativilcas”, que a lo peor, le deja  las ansias de caracolero, más marchitas que la esperanza de mi tía Eulalia, que murió a los sesenta, sin haber entregado el equipo. Porque, eso de que “hay muertos que no hacen ruido”, pertenece a una trajinada peli de “Tin Tan”, que hace tiempo mancó en la cartelera. Y para ilustrar el toque, les contaré que el picaruelo “Rasputín” ( el de la Rusia firme y no el yunta de Yukimori), notificado por la Zarina que era su fan, de ciertas molestias sufridas por las  virginales monjitas conventuales, que noche a noche, eran cogoteadas por una horda de diablos rojos que las inducían a una serie de sensuales tentaciones, proclamó: “Nada que el buen vino y una noche de amor, no puedan curar”. Y acto seguido, se dirigió a la citada casa de oración y penitencia y arrancando por la Superiora, aplicó al tuntún, una generosa terapia que antes solía reservar para la Emperatriz de las Estepas y –créanlo ustedes o no- curó a todo el elenco de rezanderas, que hasta  pidieron a tan angélico curador, autógrafos y su tele privado, para repetir el sacro fandango, cualquier fría noche de aquellas, cuando ruge el Volga de las ansias insatisfechas. Y esto, cuento no será… pues es la pura verdad. Consultar la Enciclopedia de los Zares.

 

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