Malas palabras

 

Hace poco en una red social, un usuario elogiaba a la popular escritora Jane Austen destacando su aporte literario, la fina ironía de su prosa y el valor testimonial de su obra. Todo iba bien hasta que la describió como una“solterona”.

No pasaron dos segundos antes que esta servidora rechazara el calificativo, primero por su connotación despectiva que equivale a fracasada, y segundo, porque el estado civil de alguien no añade ni quita mérito. Para el caso, es irrelevante.

Jane Austen prefirió la soltería, por eso rechazó la propuesta de matrimonio proveniente de un amigo de la familia. Escribir era la gran misión de su vida y la tarea que ocupaba todo su tiempo.

El término solterona ya no se emplea (absurdo fuera, como dice el vals), pero hasta hace algunos años fue un estigma con el que la sociedad etiquetaba a las mujeres que no habían logrado encontrar marido.

Lo que ese término significa (denota) es mujer adulta de “cierta edad” que no se ha casado, pero la connotación es de fracaso. En cambio, el “solterón” es el hombre reacio al matrimonio. Como siempre, doble vara.

El autor del comentario aceptó la réplica. Estábamos en la red social LinkedIn, cuyo nivel de interacción es alturado y las discrepancias no generan agresión. Compartimos opiniones y conocimientos, pero no estados de ánimo, menos frustraciones.

Esto trae a la memoria que 30 años después de la muerte de Jane tuvo lugar la Convención de Seneca Falls (Nueva York, 1848), punto de partida formal del movimiento que reclamaba para mujer igualdad ante la ley, ante la sociedad y en la política.

Puede afirmarse que hay un antes y un después de la convención de Seneca Falls, cuya proclama final estaba inspirada en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos.

Decidimos que todas aquellas leyes que se opongan de alguna manera con la verdadera y auténtica felicidad de la mujer son contrarias al gran precepto de la naturaleza y no tienen validez, decía una de las conclusiones.

Se refiere a que todos los seres humanos son iguales. Hombres y mujeres son dotados por el Creador, de ciertos derechos inalienables; entre ellos, el derecho a la vida, a la libertad y a la obtención de la felicidad.

En su libro “Seneca Falls and the Origin of the Women´s Rights Movement”, Sally Mc Millen describe con destreza el clima de tensión y expectativa que reinaba entre los 300 asistentes a la sesión de apertura.

La Convención se propuso abolir el dogma de la predestinación: Todos nacemos libres y libre es también nuestro destino. Nunca había sido refutada de modo taxativo la idea preconcebida que restringía a la mujer al ámbito doméstico.

Además, se acogió el principio de la revolución estadounidense de “no taxation without representation”.

Fueron semillas sembradas en terreno fértil. Tardaron en fructificar, pero lo hicieron, a pesar de que todavía queda bastante por hacer.

La convención de Seneca Falls merece su propio espacio, es otro tema pendiente.

 

Leave a Reply

You must be logged in to post a comment.

69339
V: 473 | 10