Pasando por encima de los protocolos de seguridad sanitaria y exponiéndose a los embates del Covid-19, quienes postulan a la presidencia de la república, agotan esfuerzos en procura del voto ciudadano. En las calles, en los centros de mayor concurrencia pública, muestran el encanto de sus sonrisas, mientras sus parciales reparten afiches, volantes, programas escritos, en los que afirman tener el secreto para sacar al Perú de la miseria. La candidata Keiko Fujimori, como en otras oportunidades electorales, tiene la suerte de contar con el apoyo de quienes manejan billete grande y con influencia en los medios de comunicación social. El favoritismo es visible. El equilibrio, la objetividad informativa no cuenta en esta disyuntiva. La opinión serena y orientadora, se ha ido al tacho. El candidato Pedro Castillo trata de tomar distancia oral de los radicales que lo apadrinan en esta justa, mientras sus huestes, sobre todo la poderosa maquinaria sindical de docentes en ejercicio, jubilados y aquellos que forman parte de los estratos menos pudientes, le muestran adhesión. Las encuestas pronostican que éste último supera largamente a la hija del autócrata. Entre tanto, poco a poco, se acerca el 6 de junio, fecha en que el pueblo dará su veredicto final y sabremos, entonces, hasta qué punto se ha fortalecido la democracia peruana.
En estas circunstancias cruciales para el futuro del país, es necesario recordar que la gran masa de los electores está constituida por aquellos ciudadanos que carecen hasta de lo más elemental, también por quienes sobreviven en medio de la informalidad o perciben magros ingresos económicos, igualmente por jóvenes que no ocultan sus ganas de participar en la construcción de un Estado, que al mismo tiempo que respete los derechos fundamentales de la persona humana, también tenga la capacidad de sacar al país de la corrupción, de generar empleo y capacidad para promover una economía al servicio de la gente y no al revés como ocurre actualmente. Ellos son los que, en realidad, decidirán lo que está por venir.
Yo estoy entre las personas, católicos por convicción y fe, que, respecto a la pobreza de la mayoría del pueblo creemos que hay formas pacientes de salir de ella, sumando equidad y crecimiento. No se trata de golpearse el pecho, sino más bien de entender que se trata de objetivos complementarios. Por eso aconsejaría que, en vez de recurrir a la demagogia y a la promesa mentirosa, pensaran que para crecer, es indispensable invertir, es decir, incrementar el capital disponible, a la vez que usarlo con eficiencia. El gasto en consumo y el gasto en inversión representan usos opuestos de los recursos disponibles. Si las políticas que conducen a la equidad son en gasto de consumo, entonces necesariamente la equidad y el crecimiento se opondrán el uno al otro.
¿Cómo se come esto? dirá un despistado. Me explico. La clave para evitar tal oposición está en buscar la forma de lograr la equidad mediante la acumulación de capital y no a costa de ella. Ahora bien, si este ha de ser el enfoque, entonces debe encontrarse la forma de facilitar la acumulación de capital por parte de los más pobres, sin que ello signifique una reducción de la acumulación de otros. A más capital, bien utilizado, más crecimiento. A más capital poseído por los pobres, mayores sus ingresos y menos la pobreza, a la vez que mejora su acceso a las oportunidades de progreso y se reduce el peligro de la concentración excesiva.
Por si acaso, estoy hablando de un cambio que no es la repetición de las intenciones realizadas en otros lugares. Una de las preguntas que a veces he contestado, es la siguiente: ¿Qué formas de capital desean acumular los más pobres? Contesto: Desde ya, se sabe que la aspiración a la vivienda propia es generalizada y en algunos países han hecho avances importantes en dicha dirección. Esa es una forma de capital que los pobres desean acumular. Pero hay una forma de capital cuya acumulación es deseada por la población que, a la vez, puede hacer una contribución enorme al crecimiento y desarrollo futuro de la sociedad: el capital humano.
Así, la estrategia exitosa para lograr competitividad internacional, que el reto de estos tiempos, tiene tres ejes: el progreso técnico, la inversión en recursos humanos y el empleo productivo. Avances en estos tres ejes fortalecen la competitividad y ésta, a su vez, mejora las oportunidades de crecimiento futuro. Es es un circuito virtuoso en el que la equidad y crecimiento se fortalecen mutuamente. De esta manera, crecimiento y equidad dejan de ser objetivos contrapuestos y se convierten en objetivos complementarios, lo que justifica un enfoque integrado de ambos.
¿Fácil? No lo es, por supuesto. Los candidatos a la primera magistratura deben contar con técnicos en capacidad de compartir alternativas mejores a la fracasada situación económica del país. Repetir el error de darle la troncha más grande a los que no tienen hambre, ha sido siempre el gran error de la frágil democracia nacional. Abrir las puertas del bien común a los más pobres, para que con su trabajo usufructúen del mismo, es tarea por cumplir.