Bebeto: dupla con Romario es la mejor del fútbol

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En California han coincidido algunas de las mejores duplas deportivas de la historia. «Magic» Johnson y Kareem Abdul-Jabbar llevaron a Los Ángeles Lakers a lo más alto de la NBA en cinco ocasiones. Jerry Rice formó dúos de ensueño con Joe Montana y Steve Young en los San Francisco 49ers, que en esa época conquistaron tres Super Bowls. Misty May-Treanor y Kerri Walsh Jennings, de Los Ángeles y Santa Clara respectivamente, forman la dupla olímpica más laureada en voleibol de playa: hasta tres veces se subieron a lo más alto del podio. Los hermanos Bryan, originarios de Camarillo, son la pareja de tenistas más exitosa de la historia.

Otra asociación de históricos también se consagró en el Estado Dorado en 1994. Eso sí, lo de Bebeto y Romário no fue, para nada, un amor a primera vista: militaban en clubes rivales que no dejaban de pisarse los talones y que intercambiaban insultos en la prensa de forma constante. Ambos futbolistas peleaban por hacerse un hueco en la delantera de la Seleção: pese a ser grandes goleadores, no se los vio jugar juntos un partido con la absoluta hasta que Romário tuvo 23 años y Bebeto 25.

Por suerte, la espera mereció la pena. Entre los dos, anotaron nueve dianas en seis encuentros en el Torneo Olímpico de Fútbol Masculino de 1988, cita en la que Brasil se colgó la plata. Al año siguiente, la Canarinha conquistó la Copa América de la mano de esta temible dupla, que logró 9 goles en 7 enfrentamientos.

En 1990, el binomio estaba llamado a llevarse el Mundial de Italia, pero el extraño sistema de juego por el que apostó el seleccionador les privó de la gesta (o, mejor dicho, la aplazó). Cuatro años después, Bebeto y Romário fueron indiscutibles en aquella Verdeamarelha que cosió la cuarta estrella sobre su escudo.

30 años después de tocar el cielo en Pasadena, Bebeto concede una emotiva entrevista a la FIFA, y habla de su encuentro con Leonardo en las duchas del Estadio Stanford, de su recital junto a Branco en el Cotton Bowl, de lo que fue lograr el trofeo en el Rose Bowl y del homenaje que rindió a Ayrton Senna, cuyo legado es eterno.

Romario había desaparecido de la selección. A las puertas del último encuentro de la fase de clasificación para la Copa Mundial de 1994 contra Uruguay, Brasil sufre numerosas bajas. En ese momento, Carlos Alberto Parreira te consulta sobre la posible reincorporación de tu compañero…

Zico para todo el mundo

A Romario no le habían convocado para ningún partido de la ronda clasificatoria. Jugué todo el rato con Muller, Careca… De pronto, todo el mundo se lesionó. Parreira me llamó, me comentó que estaba pensando en convocarlo y me pregunto qué me parecía. Le dije: «Tráete al “Baixinho”, porque nos entendemos a la perfección». Estábamos preparados de sobra tanto física como mentalmente para batir a Uruguay. Nuestra concentración era máxima. Era nuestro mejor momento. Uruguay tenía un equipo muy fuerte con jugadores buenísimos, como [Enzo] Francescoli y Rubén Sosa, pero nosotros dominamos el encuentro de principio a fin.

¿Cómo fue tu encuentro con Leonardo en las duchas durante el descanso después de su expulsión ante Estados Unidos?

No puedo describir con palabras las ganas que teníamos de ganar ese Mundial para dedicárselo a Ayrton Senna. Por si esto fuera poco, Brasil llevaba 24 años sin ser campeón, y también queríamos darle una alegría a la afición. Hablábamos con nuestras familias alguna vez, pero mucho menos que de costumbre. El grupo se aisló, nuestra concentración era máxima. Para mí, el partido contra Estados Unidos fue el más difícil. Era un hueso duro de roer; además, nos enfrentamos el 4 de julio, el Día de la Independencia. Los estadounidenses llevan el patriotismo en la sangre, aman su país. A mí me pasa lo mismo con Brasil. Leonardo era mi compañero. Entré al vestuario y lo vi bajo la ducha, sentado, llorando a mares. Le dije, totalmente convencido: «Hermano, cálmate, vamos a ganar y yo voy a marcar el gol de la victoria. En serio». Me abrazó sin dejar de llorar y me dijo: «Muchas gracias, amigo». Empezó la segunda parte y no veas qué partidazo. Fue increíble. No solo yo, todo el equipo estuvo sublime. Jugamos mejor siendo 10 que 11. Anoté el tanto decisivo y, al acabar el choque, Leonardo vino corriendo y me abrazó llorando muchísimo. «Muchas gracias, muchas gracias, jamás lo olvidaré». Vaya momentazo.

Te morías por marcar frente a Países Bajos, ¿no?

Le supliqué a Dios anotar un gol para dedicárselo a mi hijo. Recuerdo que Branco la lanzó para arriba. Romário estaba en fuera de juego. Me fijé en su último jugador [de Países Bajos] y pensé: «Yo estoy en posición reglamentaria». Fui con todo. Driblé a [Ed] De Goey y marqué. Fue un sueño. La celebración también fue increíble, y totalmente espontánea. Me salió el gesto de mecer a un bebé. Miré a la derecha y Mazinho también lo estaba haciendo. Lo mismo con Romário a la izquierda. Fue un momento precioso. Era un gesto sencillo, pero le puse todo el amor del mundo. Durante mi carrera metí muchos goles, increíbles y que supusieron títulos, pero la gente solo se acuerda del que dediqué a Mattheus [mi hijo] (risas). Todo el mundo habla de esa celebración.

Branco logró frenar a Overmars y después les dio la victoria con un golazo. ¿Qué te pareció su actuación?

Brutal, brutal. Siempre creí en él. La Seleção no eran solo los 11 titulares en el 94. Teníamos suplentes de muchísima calidad. Rai jugó en la fase de grupos. Ricardo Rocha salió en el primer encuentro, pero después se lesionó. Su presencia fue muy importante para que ganásemos el Mundial. Nuestros laterales eran toda una garantía. Jorginho y Leonardo eran jugadores increíbles, y también teníamos a Cafú y Branquinho. A Branquinho estuvieron a punto de apartarlo de la plantilla. Todos pedimos que se quedara. Doctor Lidio [Toledo] y Moraci [Sant’Anna] pelearon para que no abandonase la selección. Por suerte, siguió con nosotros. Overmars estaba en racha, todo el mundo le temía. No pudo hacer nada ante Branquinho. Después, Branco anotó de libre directo. Yo veía cómo practicaba en los entrenamientos. Tenía una fuerza y una precisión de otro mundo. Fue un lanzamiento perfecto; Romário consiguió esquivarlo y la pelota se clavó en la red. Sus tiros eran impresionantes, como los de Roberto Carlos. Para Branquinho, recuperarse de su lesión, superar a Overmars de aquella manera y anotar el tanto del triunfo fue espectacular.

¿Cómo te sentiste cuando la final se fue a penaltis?

Muy confiado. ¿Por qué? Gracias a [Mario] Zagallo. Iba diciendo: «Faltan cinco, faltan cuatro, faltan tres…» En ese momento dijo, con total autoridad: «Nadie os va a arrebatar el título». No dudé ni un instante de sus palabras. Zagallo era fantástico. Me estoy emocionando. Se me pone la piel de gallina cuando hablo de esto. Habíamos practicado muchísimo los penaltis, Parreira se me acercó y me preguntó: «¿Quieres tirar uno?» Le contesté: «¿Que si quiero lanzar uno, míster? Sí, y quiero que sea el primero». Me dijo: «No. Marcio Santos se encargará del primero». En los entrenos, Marcio no había fallado ni un solo penalti. Habíamos ensayado muchísimo frente a Taffarel, Zetti y Gilmar, tres especialistas que atajaron muchos disparos desde los once metros. Esta vez, Marcio falló. Eso sí, yo me dije a mí mismo: «Cuando me toque a mí, voy a marcar». En aquel punto, estaba convencido de que acertaría el último de la tanda y seríamos campeones. Roberto [Baggio], el pobre, falló y yo al final no tuve que chutar mi penalti. Fue la alegría más indescriptible de mi vida (llora). Me acordé de Ayrton y de lo feliz que habría estado. Estaba muy contento y orgulloso de haberle podido rendir homenaje. Tampoco me olvidé de mis amigos de la infancia, que siempre creyeron en mí y me decían que algún día ganaría el Mundial. Hablé con mi madre, con mi padre, con mis hermanos. Sabía que la afición brasileña estaría exultante, y me llenó de alegría.

¿Cuánto te acordaste de Senna durante el torneo?

Siempre lo tenía presente. Ayrton era un ídolo para todos. Daba igual en qué parte del mundo estuviéramos: los domingos, sin importar la hora, dejábamos lo que estuviésemos haciendo para verlo. Jugamos un amistoso en Francia y yo no pude ir porque tenía gripe. Senna hizo el saque de honor y preguntó por mí. Dijo: «Dadle un abrazo de mi parte». Ese gesto significó mucho para mí. Aseguró que en 1994 él se proclamaría tetracampeón mundial, y que nosotros también conseguiríamos la cuarta estrella. Su pérdida nos dejó hundidos. Todo el país estaba consternado. Era un tipo único. Antes de que Ayrton falleciese, ya teníamos unas ganas increíbles de conseguir el Mundial, pero después de esta tragedia, nos empeñamos aún más. Ansiábamos rendirle tributo. En la celebración, Romário y yo agarramos la pancarta y la paseamos por el estadio. Nos acordábamos de Senna y no podíamos dejar de llorar. Fue un momento muy emotivo. Estaré eternamente agradecido por Ayrton, por haber tenido la oportunidad de homenajearle.

¿En qué posición figuran Bebeto y Romario en la clasificación de las mejores duplas de todos los tiempos?

En mi opinión, éramos los mejores. No se puede comparar. Solo hay dos parejas de atacantes que nunca han perdido jugando con la selección: Garrincha y Pelé, y Bebeto y Romario. Cuando tenía la pelota, ya sabía dónde estaba el «Baixinho». Era extraordinario, un grandísimo delantero. Teníamos telepatía, nos entendíamos de manera natural. Creo que la dupla formada por Bebeto y Romario es la mejor de la historia del fútbol. Dios creó nuestra sociedad [Bebeto-Romário].

¿Cómo te sientes 30 años después de ganar el Mundial?

Muy feliz. Hicimos historia. El otro día estaba jugando con mi nieto y me dijo: «Abuelo, el otro día marqué e hice esto (hace el gesto de celebración de mecer a un bebé)». Mi nieto replicando la celebración que dediqué en el Mundial a mi hijo, que acababa de nacer. Amado Dios, ¿puede haber algo mejor? Han pasado 30 años y la gente sigue acordándose. La Copa Mundial es el torneo de torneos. En el 70 yo aún era un niño, pero recuerdo cuando Pelé y el resto del equipo lo ganaron. Cuando fui campeón, me sentí muy agradecido a las selecciones que conquistaron los Mundiales del 58, del 62 y del 70. Pelé es el mejor jugador de todos los tiempos; nunca ha habido nadie a su nivel. Debemos venerar a Pelé, a Garrincha y a Zagallo. Por desgracia, ya no están entre nosotros, pero me llena de orgullo que fuesen brasileños. Al igual que Ayrton. Como ya he dicho, conquistar la Copa Mundial por él fue muy importante para todos nosotros. Me alegra mucho haber podido rendirle el homenaje que tanto merecía (llora). Me emociono. Me emociono al hablar de esto, pero estoy muy feliz. Sigue siendo un momento indescriptible 30 años después.

Fuente: www.fifa.com

 

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