Al conmemorarse los 50 años de la obtención de la Copa América de 1975, Oswaldo «Cachito» Ramírez Salcedo, uno de los héroes de esa gesta, abre el baúl de los recuerdos para contar historias que saben a gloria, pero también a amargura. Lejos del brillo de la medalla, sus palabras revelan un fútbol de otra época, donde el talento chocaba con la indiferencia y la injusticia, dejando cicatrices que perduran hasta hoy.
La travesía de “Cachito” no fue un camino de rosas. En confesiones al programa No seas fulero de You Tube, Ramírez rememora con cariño sus inicios en el Sport Boys, donde un partido de juveniles fue el trampolín para que lo llamaran a entrenar con el primer equipo. En el corazón de esos recuerdos estuvo Jorge Lama, su vecino de infancia y compañero de juegos, con quien compartió la ilusión de los primeros toques de balón. Fue el legendario técnico brasileño Didi quien, con una visión que trascendía lo técnico, le dio la confianza que necesitaba: «Tú buscas el gol y por eso tienes muchas opciones. Cuando empieces a meterlas, todo el Perú te va a querer». Un presagio que se cumpliría en el momento menos esperado.
Sin embargo, detrás de la gloria deportiva, se escondían las sombras. Una de las revelaciones más crudas es la del premio por la Copa América de 1975. “Cachito” confiesa con un nudo en la garganta, que nunca vio un sol de esa recompensa. Solo años más tarde se enteró de que íconos como Teófilo Cubillas y Hugo Sotil sí habían recibido 500 dólares cada uno, un trato que desnudaba la falta de equidad y el desorden de aquella época.
Las anécdotas con las que el exfutbolista ilustra las presiones externas no tienen desperdicio. Narra cómo la política de ese entonces intentó imponer una pesada carga tributaria a los deportistas, un movimiento que, según él, buscaba eliminar el fútbol profesional en el país. Ramírez asegura estar convencido de que el título de la Copa América salvó al deporte rey. El triunfo, que debía ser solo una celebración, se convirtió, no obstante, en un escudo inesperado.
Esta presión no solo se manifestaba en la burocracia, sino también en el trato directo. “Cachito” recuerda un tenso encuentro con el ingeniero Guillermo Toro Lira, jefe del entonces Instituto Nacional de Recreación, Educación Física y Deportes (INRED), a quien confrontó por el trato que recibían los futbolistas. Este episodio, lejos de ser un hecho aislado, subraya una época donde la relación entre las autoridades y los deportistas estaba marcada por la desconfianza y la lucha por un reconocimiento justo.
De manera similar, las pugnas políticas se extendían a los despachos del fútbol sudamericano. Durante la entrevista, «Cachito» no duda en abordar las viejas acusaciones sobre su supuesto «voto vendido» en una elección de la Conmebol. Asegura que la situación fue mucho más compleja. Perú había prometido su voto a un candidato, pero una maniobra política en el último minuto, que incluyó la sorpresiva adhesión de Bolivia y Uruguay a otra facción, inclinó la balanza a favor de Nicolás Leoz. Una historia de política y traiciones que ilustra que la batalla no solo se libraba en el campo, sino también en los pasillos del poder.
El trato que recibió de las instituciones deportivas fue, quizás, el golpe más duro para Ramírez. La historia de sus «Laureles Deportivos» es un relato de profunda decepción. Le aseguraron que el galardón llegaría a la embajada peruana en México, donde jugaba. Jamás llegó. Años después, de regreso en Lima, se enteró de que sus Laureles habían sido encontrados olvidados en un cajón del Instituto Peruano del Deporte (IPD), dañados y sin la medalla de plata. Fue la indignación lo que lo impulsó a romperlos y tirarlos a la basura, en un acto que reflejaba la amargura por el desprecio a su esfuerzo.
Pese a las batallas fuera de la cancha, “Cachito” también rescata el espíritu de camaradería de la época, donde el respeto por los jugadores mayores era un valor innegociable. Y aunque la memoria colectiva lo recuerda por sus goles decisivos, compartió un detalle fascinante de su pasado: antes del histórico partido en La Bombonera contra Argentina por la clasificación a México 70 marcó dos goles en el partido de práctica. Una premonición del fuego goleador que llevaba dentro.
Un afecto que lo vale todo
Expresa, sin embargo, que su verdadero premio ha sido, y sigue siendo, el inmenso y duradero afecto del pueblo peruano. Un cariño que lo abraza en la calle, que le recuerda sus goles y sus hazañas, y que, para él, vale mucho más que cualquier galardón, una medalla o un premio económico que nunca llegó.
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