César Lévano y César Calvo recuerdan sus anécdotas con Juan Gonzalo Rose

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En una entrevista radial en CPN, emitida el 4 de junio de 1998, el periodista César Lévano entrevista a César Calvo y el tema es uno solo: Juan Gonzalo Rose. Una conversación llena de confesiones y aventuras sobre uno de los máximos exponentes de la Generación del 50.

César Calvo: Mira, hermano, es un honor para mí el que me hayas elegido para conversar sobre Gonzalo. Yo creo que para el público, que no se conoce mucho de Gonzalo, habría que citar datos precisos sobre él

César Lévano: Correcto

C.C.: Podrías comentar aspectos concretos de su vida, su exilio en México…

C.L.: He traído una antología de su poesía, precedida por un prólogo que escribí, a pedido de Juan Gonzalo Rose. Los que financiaron esta antología pidieron a Juan Gonzalo que escogiera un crítico de renombre para el prólogo, y le sugirieron a Alberto Escobar, José Miguel Oviedo, críticos eminentes, pero Juan Gonzalo dijo: «¡No! Quiero a César Lévano», y me estrenó como crítico… guiado más por la amistad. Entonces escribí algo que puede ser adecuado a lo que pides. Allí hay algunos datos:

Juan Gonzalo, nació el 10 de enero de 1928. Él decía en Tacna, pero no; nació en Lima, en los Barrios Altos. Lo que pasa es que fue a Tacna de muy niño.

C.C.: Sí pues. Él era tacneño, pero nacido en Lima. Eso nos pasa mucho a los provincianos, como a Raúl Vásquez y a mí, que somos loretanos, pero hemos nacido en Lima.

C.L.: Sí, yo decía entonces que Juan Gonzalo recordó su infancia en Tacna, y la recordó como tierra paradisíaca, que nutrió la sensualidad matinal de su ser. Tierra de huertos abiertos -dijo-, en los cuales los niños podían comer frutos gratuitamente y los adolescentes recibir el regalo de un vaso de vino. Tierra de fortunas exiguas, de carácter templado por años de ocupación extranjera. Tacna la sobria. De allí que Jorge Basadre, el historiador cuya hondura le torció el cuello a la elocuencia inútil. En el colegio inició Rose su lucha por la justicia. Un día se trompeó con un inspector que maltrataba a un alumno. Viajó a Lima e ingresó al Colegio Claretiano de Magdalena del Mar. Allí encontró unos curas fascistas españoles, que hablaban mal de la República, y por rebelde lo amenazaron con no tomarle exámenes de fin de año. Tuvo que ser trasladado a un colegio con nombre de poeta: José María Eguren, en el balneario de los poetas, Barranco. En 1945 ingresó a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. El Perú vivía una primavera democrática. Al conjuro de la victoria mundial contra el fascismo, el pueblo impuso un gobierno constitucional. El APRA surgió de la clandestinidad con enorme fuerza de atracción: casi no hubo joven del pueblo que escapara a su fascinación. Uno de ellos fue Rose, que a los 16 años, en San Marcos, ya era dirigente de la Federación de Estudiantes del Perú. Nunca militó en el APRA.

Pero en mayo, en su reencuentro con las masas, Haya de la Torre habló de no quitar la riqueza a quien la tiene, sino crearla para quien no la tiene. Los que tenían la riqueza eran las empresas imperialistas y los barones de algodón y del azúcar, y no permitían crear nada que no fuera para su propio beneficio. Esto es un poco el preludio de la vida de Juan Gonzalo. Después vino la dictadura de Odría y el exilio.

C.C.: El exilio en México.

C.L.: Sí. Él escapó de una redada policial, en la que caí yo, en enero de 1953. Juan Gonzalo escapó y fue a dar a México donde le quitaron el pasaporte y frustraron su viaje a España. Tú lo conociste a su regreso.

C.C.: Sí, yo conocí a Juan Gonzalo a su regreso de México en 1956.

C.L.: ¿Qué imagen guardas de él? Tú eras un poeta muy joven.

C.C.: Sí, tenía 17 años, y creo que al año siguiente obtuve una mención honrosa en el primer concurso de poesía que hizo la Casa de las Américas en 1960. Yo ya lo conocía por sus poemas editados en mimeógrafo, por los estudiantes del Frente Revolucionario en el que estaban Juan Pablo Chang, Héctor Béjar, Juan Gonzalo, Gustavo Valcárcel; estabas tú, acabado de salir de prisión, publicamos en mimeógrafo poemas de Cantos desde lejos, que todavía no se había editado en Lima. Estaba publicado como La luz armada en una edición que se hizo en México. Era una primera edición no corregida aún por Juan Gonzalo. Aí estaba Carta a María Teresa, y el poema César, el nuestro, Lévano ha caído. Cuando conocí personalmente a Gonzalo, fue como conocer a Dios… Éramos un grupo de jóvenes entre los que estaban Carlos y César Franco, Samuel Arana, y posteriormente, Javier Heraud, y después, Antonio Cisneros, pero ya en esta época estaban Rodolfo Hinostroza, Edgardo Tello y un grupo de jóvenes que empezábamos a escribir.

C.L.: Sí… Ahora, hay otras facetas interesantísimas de Juan Gonzalo. Yo lo conocí en la militancia revolucionaria y clandestina, antes del exilio. Recuerdo que una vez hicimos una reunión secreta en la Huerta Perdida… Y otra vez lo hicimos en el salón general de la Casona de San Marcos… pero en día domingo, que no había nadie, claro que con la complicidad de los porteros. Estamos hablando de épocas de la dictadura de Odría… Pero lo que quería recordar ahora, y le voy a pedir a nuestro amigo que maneja el sonido que nos ponga una canción… una canción que Juan Gonzalo hizo en esos días, antes del destierro a México. Es una canción dedicada a Felipe Pinglo, titulada «Felipe de los pobres».

C.C.: ¿Quién la canta?

C.L.: El mismo Juan Gonzalo.

C.C.: ¡Qué maravilla!

C.L.: La voz no es buena y la grabación lo es menos… Pero escuchemos a Juan Gonzalo Rose en su canción adolescente «Felipe de los pobres», dedicada a Felipe Pinglo Alva:

Felipe de los pobres
tu musa es jaranista.
Antes de que se fuera
tu último cantar
colgaste en las estrellas tu guitarra
en el cielo de un barrio popular.
En cada noche un vals de Felipe,
limeño pinturero y palangana,
quebrando en dos la cinturita firme
que se deslíe al sol de la jarana.
En cada barrio un vals de Felipe,
palomilla de costillas musicales,
que es trovador de calcetines rotos
de una niña prisionera en sus cristales.
Que es trovador de calcetines rotos
de una niña prisionera en sus cristales

Me hacía notar César Calvo el cambio de letra. «Tu musa es jaranista», dice la presente versión. Esta canción tiene su historia…

C.C.: Sí… yo la escuché con tu «musa es comunista»… La primera impresión que daba Juan Gonzalo era la de ser un hombre melancólico, alejado… distante. Y como hacía reír sin cambiar de gesto, solo sus ojos brillaban, su apariencia seguía siendo nostálgica… Era un personaje formidable. Te digo una cosa: hasta ahora no sé cómo he podido seguir vivo sin él…

C.L.: Sí, era un personaje irradiante.

C.C.: Fue para nosotros un hermano mayor: nos cobijó, nos enseñó, nos educó. Nos educó humanamente, no solo política y poéticamente. Yo creo que Rodolfo Hinostroza, Javier Heraud, Arturo Corcuera, Mario Razetto y yo debemos a Juan Gonzalo todo lo que conseguimos hacer en la vida y en la poesía.

C.L.: Curiosamente, en vida, Juan Gonzalo era un marginal, a pesar de que hizo incluso algún programa de televisión con Pablo de Madalengoitia

C.C.: Sí, en esa época Juan Gonzalo fue famoso, e incluso ganó mucho dinero.

C.L.: Sí, él hacía los libretos. Me cuentan que llegaron a encerrarlo con llave para que no se escape… Juan Gonzalo, tú lo sabes, simplemente desaparecía. Estabas conversando con él y repentinamente ya no estaba.

C.C.: Literalmente, se borraba. Antes hizo un programa de radio que se llamó «Mesas Separadas».

C.L.: Y periodismo escrito. Tenía una columna en la revista de Genaro Camero Checa, llamada Campanario. Eran dos carillas que escribía semanalmente.

C.C.: Ahí perfilaba Gonzalo su insondable ternura, que teñía todo lo que escribía y hablaba.

C.L.: Volviendo a Juan Gonzalo Rose, en la última fase de su vida, en Juan Gonzalo se acentuó ese aspecto de tristeza que a veces nos sacudía, un poco como José María Arguedas. ¿En esa etapa, en algún momento se encontraron ustedes? ¿Hubo alguna conversación sobre ese abatimiento?

C.C.: ¿En qué época?

C.L.: En su fase final. Cuando parecía ya hundido.

C.C.: No veía mucho a Juan Gonzalo en los últimos tiempos. Yo andaba encerrado en Chaclacayo y también hice varios viajes a Europa. Entre 1970 y 1982 permanecí más en Europa que en el Perú.

C.L.: En París, incluso, desempeñaste el papel de mendigo, ¿no?

C.C.: Eso fue antes, en 1966. En su etapa final, lo visitaba como todos sus amigos, en ese cafetín de San Felipe, «El Jet». Lo notaba muy afectado por su enfermedad. Perdía la atención fácilmente, y había cosas que me decía no entender, que había perdido la capacidad para comprender. Libros que no entendía. «Las últimas prosas de Ribeyro no las entiendo, simplemente». «Me siguen gustando, no sé por qué, no las entiendo».

C.L.: Sería un síntoma…

C.C.: Yo creo que sí entendía.

C.L.: Se hacía el zonzo.

C.C.: Era su estilo.

C.L.: Juan Gonzalo tenía una frase muy temprana, antes del exilio. Era una frase que siempre decía: «No estaré elegante, pero estoy triste». Tenía ese tipo de humor. Recuerdo una. Era el Día del Preso, y Juan Gonzalo junto a Lucha Reyes y otros artistas fueron a la cárcel a dar una función. Al día siguiente alguien le pregunta por el resultado de la experiencia. Respondió: «Tuve un gran público cautivo». Otra, un poeta, de cuyo nombre no quiero acordarme, fue a buscar a Juan Gonzalo a su casa y no lo encontró. Por debajo de la puerta le dejó un papel que decía: «Juan Gonzalo, te espero mañana en mi casa, para intercambiar ideas». Juan Gonzalo respondió: «No, porque salgo perdiendo», en otro papel dejado también debajo de la puerta.

C.C.: Tengo otra anécdota de él, en Buenos Aires, pero te lo contaré en otra ocasión.

C.L.: Hay tiempo… Abréviala. Cuéntala.

C.C.: Bien. Estábamos en Buenos Aires con Chabuca Granda y Ernesto Sábato, y yo llevé a Gonzalo para presentarlo a Sábato porque no lo conocía. En realidad Gonzalo me buscó con una no tan santa intención. Se había enterado que yo había ganado un premio. Me habían dado creo que 8,000 dólares, por el Concurso Iberoamericano de la Danza y la Canción, que ganó Perú Negro.

Me buscó Juan Gonzalo, y me contó un cuento: que un amigo suyo peruano debía volver al Perú… y necesitaba dinero para el pasaje. Yo sabía que tal amigo no existía y que Gonzalo necesitaba el dinero para él. «Bien», le dije, «te daré el dinero pero con la condición de que me acompañes donde mi sastre, que tengo en la calle Callao de Buenos Aires, porque quiero regalarte un terno». Juan Gonzalo aceptó. Lo llevé a la tienda Cervantes (Gonzalo se vestía de manera estrambótica, como recordarás). Mi sastre lo evaluó, le sacó varias prendas de vestir, y a los pocos minutos lucía un traje gris, con chaleco. Estaba convertido en un dandy, elegantísimo. Sus zapatillas de básquet y toda la ropa que llevaba puesta las tiré al tacho. Gonzalo salió de la tienda hecho una pintura. Era para verlo. Lo vi feliz. Le di el dinero que necesitaba, y desapareció momentáneamente. En esos días retorné a la tienda de Cervantes para comprar no sé qué cosa, y uno de los empleados me dice: «Su amigo volvió ese mismo día» -«No puede ser»- «Sí, vino a recoger sus zapatillas y su corbata de la basura». Después lo encontré. Estaba vestido con su elegantísimo terno inglés, pero con su corbata estruendosa y sus zapatillas de básquet. Me rendí. Querer cambiar su manera de vestir era como querer cambiarle su manera de hablar.

WSV