Accomarca: dos niñas descubrieron a los verdugos (II)

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A los 12 años, la niña Teófila Ochoa Lizarbe escapò de la masacre perpetrada contra  62 comuneros en 1985,  y 22 años después denunciò al jefe de la patrulla asesina, Temo Hurtado,  ante un juez federal de Estados Unidos,  descubriendo ante el mundo a los verdugos que  estaban libres de polvo y paja.

Acompañada de otra niña sobreviviente, Cirila Pulido, interpuso ante la Corte Federal de Estados Unidos Corte del Distrito Sur de Florida una demanda contra el mayor EP Telmo Hurtado por asesinato extrajudicial, tortura, y crímenes de guerra y de lesa humanidad.

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Teófila Ochoa Lizarbe y Cirila Pulido sobrevivieron a la masacre de Accomarca y ahora son testigos de cargo contra los verdugos de la masacre.

Sus testimonios fueron contundentes para la deportación de Juan Manuel Rivera Rondón a Perú en agosto de 2008 y en la extradición de Telmo Hurtado en julio del 2011, ambos en el banquillo de los acusados del proceso que, después de tantas maniobras dilatorias , se empieza a ventilar  en Lima.

Video de la ùltima maniobra dilatoria del proceso judicial en agosto del 2015

https://www.youtube.com/watch?v=3dYVOHXd-f4

Estrategia de tierra quemada

Esta es la otra historia del horror que estremeció a las comunidades campesinas durante la guerra antisubversiva y los “excesos” o “daños colaterales” , como se calificaba a las matanzas protagonizadas por patrullas de aniquilamiento, así como el manto de impunidad que gozaron los verdugos durante los gobiernos de turno.

Pese a la negativa de inculpados y protectores, se ha establecido hasta la saciedad       que desde  los primeros años de la espantosa guerra desatada por Sendero Luminoso, la cùpula de las  fuerzas armadas de entonces no supo distinguir entre los grupos subversivos y la población local.

Tal como declaran los militares procesados, entre los que figura Telmo Hurtado,  se puso en marcha  una estrategia contrasubversiva que, buscando “quitarle el agua” (la población) “al pez” (los grupos subversivos), arrasaba con todo.

Era vox populi que la puesta en marcha de la Operaciòn Tierra Quemada no solo significaba destrucción total sino que la eliminación de sobrevivientes para evitar testigos.

Los  informes de organismos nacionales e internacionales de derechos humanos, estudios académicos y el Informe Final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación, CVR, el mayor número de muertos en los años tempranos del periodo de violencia, 1983 a 1985, se produjo en su mayoría por masacres, ejecuciones extrajudiciales y desapariciones forzadas cometidas en un intento de erradicar los grupos subversivos.

Ese era el escenario de horror que se vivió en la comunidad ayacuchana de Accomarca aquel día de agosto, donde murieron por los menos 62 personas, 26 de ellos niños y muchas mujeres y ancianos.

Infierno de las “zonas rojas”

Los expedientes judiciales establecen que en 1985, Accomarca era considerada por el Ejército peruano como ‘zona roja’., debido a que colindaba con las provincias ayacuchanas de Fajardo y Cangallo, que Sendero Luminoso consideraba como su “comité principal”.

En base a la información proporcionada por un supuesto miembro de Sendero Luminoso capturado a inicios de agosto de ese año, luego de un enfrentamiento, el servicio de inteligencia del Ejército peruano presumía que existía una ‘Compañía Accomarca’ de los terroristas.

Asimismo se “estableciò”  que en la Quebrada de Huancayoc, ubicada en la parte alta de Lloqllapampa, funcionaba una Escuela Popular, por lo que se  elaboró el Plan Operativo Huancayoc, àra “capturar y/o destruir a los elementos terroristas existentes en la Quebrada de Huancayoc”.

La operación se encomendó al entonces General de Brigada EP Wilfredo Mori Orzo e incluyó al Estado Mayor Operativo de la Segunda División de Infantería del Ejército y al Teniente Coronel de Infantería Ricardo Sotero Navarro como Jefe Político Militar de las provincias de Vilcashuamán, Cangallo y Víctor Fajardo.

El plan fue ejecutado por cuatro patrullas del Ejército, dos de las cuales llegaron a la zona de los hechos el día 14 de agosto de 1985, las patrullas Lince 6 y Lince 7, encabezadas  por el Teniente de Artillería Juan Manuel Elías Rivera Rondón y el Subteniente Telmo Hurtado respectivamente.

Todos ellos están siendo procesados por la masacre de Accomarca.

Llamaron a asamblea

“¡Reunión! ¡Asamblea!” gritaron los militares, relató Teófila Ochoa Lizarbe ante el tribunal federal de California.

Sintió la voz de su madre temblar cuando vio a decenas de militares encapuchados y fuertemente armados bajar por la ladera hacia Lloqllapampa, Entre los gritos, algunos militares dispararon al aire. Otros comenzaron a pasar casa por casa, instando a los comuneros a asistir a la supuesta reunión.

Era la trágica mañana del día 14 de agosto de 1985.

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Silvestra Lizarbe, la mamá de Teófila, se puso a su hijo Edwin, de un año, en la espalda y se fue a la reunión con sus demás hijos, Víctor, Ernestina y Celestino, de 8, 6 y 4 años respectivamente.

Junto con su hermano Gerardo, de 11 años, Teófila, quien tenía 12, se quedó en la casa cuidando que los animales no ingresen, como le ordenò su mama.

Desde allí, escondida para que los soldados no se percaten de ella, Teófila pudo observar lo que aconteció ese día: el cruel asesinato de más de 50 personas realizado por los comandos militares en el distrito de Accomarca.

La otra niña testigo

Al igual que Teófila Ochoa Lizarbe, la otra testigo, Cirila Pulido, tenía 12 años en agosto de 1985 y desde su casa en Llanacuyo,  en las alturas de Lloqllapampa, vio la masacre.

Declaró  que aproximadamente las siete de la mañana, los militares rodearon la pampa, cómo entraron casa por casa gritando “¡asamblea, asamblea!”, y cómo sacaron a las mujeres con sus hijos, a los ancianos.

Su madre, Fortunata Baldeón, también acudió a la reunión. Llevó con ella su hijo Edgar, de 8 meses. Cirila contó que su mamá tenía miedo, pero dijo que por ser mujer y por llevar un bebé no le harían daño.

Teófila y Cirila relataron que vieron cómo, luego de reunir a los pobladores en la pampa, los militares comenzaron a golpearlos. Podían escuchar los ruegos de los pobladores pidiendo que no les peguen. También vieron cómo las mujeres jóvenes y las niñas eran separadas del grupo y llevadas por algunos militares hacia un árbol de molle que había en la zona.

No pudieron ver que pasó, pero pudieron escucharlos gritos desgarradores de las mujeres.

Cirila relata que  los militares obligaron a los pobladores ingresar a la casa de adobe del señor César Gamboa y a las dos chozas que estaban a su costado. Una vez que estaban encerrados, los militares se ubicaron alrededor de las mismas en forma de una media luna y comenzaron a disparar.

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“La balacera sonaba como si estuvieran haciendo canchita, ¡pacpacpac!” recuerda Cirila.

 Luego oyó una explosión. Los militares se tiraron al suelo. Las chozas irrumpieron en llamas. El incendió comenzó a ahogar los dolorosos gritos y llantos de los pobladores, unos 50, ahí encerrados.

La orden era no dejar testigos

Otros militares volvieron a las casas para asegurar que no quedará vivo ningún poblador más., tal como ordenaban sus superiores.

 A la casa de Cirila no se acercaron, y desde su escondite pudo ver como mataron a varios comuneros, vecinos suyos.

Pero sì entraron a la casa de Teófila quien,  al ver a los militares, salió huyendo junto a su hermano que corrió hacia arriba de la pampa, pero pudo ver que un soldado lo baleó y cayó muerto.

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Se escondió tras la roca de un huayco. Un militar la divisó, y de lejos le hizo un gesto con la mano para que se acerque. Aterrada, no se movió. El militar comenzó a dispararle, pero ella seguía escondida tras la roca.

Cuando se dio cuenta que el militar se había ido,  quiso volver a Lloqllapampa para apagar el fuego de las casas. Al acercarse, vio que un militar asesinó a una señora que estaba tratando de apagar el fuego con un balde de agua.

Era la señora Juliana Baldeón, a quien Cirila, escondida desde su casa, también vio cómo la mataron: ella relató cómo de lejos unos militares le dispararon, y al no alcanzarle las balas, uno de ellos se acercó y le disparó a quemarropa.

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Teófila decidió esconderse en un árbol y pasar la noche allí, sola y aterrada. En la madrugada una prima suya que también había perdido a su madre en la masacre la encontró, y se fueron juntas a la casa de su abuelo en Chinchina.

Cirila, aún en su escondite en su casa, vio más tardea los militares retirarse, caminando hacia Accomarca llevando  animales, bultos y cargas.

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Dos días después, el 16 de agosto, Cirila salió de su casa y fue con su padre al lugar de la masacre donde se encontraron con aproximadamente 18 sobrevivientes, entre ellos Teófila, quienes habían vuelto para buscar a sus seres queridos.

Allí encontraron los restos calcinados de sus familiares, pedazos de cabezas, piernas, brazos. Teófila dijo que encontró solo el torso de su madre. “De la cintura para abajo ya no había”, relató al tribunal, entre sollozos.

“Olía como chicharrón,” contó Cirila, “todo lleno de humo”. Los cuerpos estaban carbonizados, prácticamente irreconocibles. “De mi hermanito, algo encontramos, su cabeza y su botita reconocimos”, comentó.

Cirila pudo observar en el suelo los casquillos de bala dejados por los militares al disparar las ráfagas a los comuneros encerrados en las casas. Algunos de los sobrevivientes más ancianos recogieron los casquillos y posteriormente los entregaron a la Comisión del Congreso que iría a investigar al Accomarca, después de un mes de ocurrida la masacre.

Con mantas los sobrevivientes envolvieron los restos que pudieron encontrar de sus familiares carbonizados y los enterraron en varias fosas de la pampa. El relato de estas escenas produjo  el  llanto de los familiares que acuden cada semana a la sala a participar en el juicio que han esperado —y por el cual han luchado— más de un cuarto de siglo.

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Represalias

Después de la masacre, Cirila no se fue inmediatamente de Accomarca, y eso casi le costó la vida. A inicios de setiembre, mientras lavaba la ropa en el camino, fue divisada por militares quienes empezaron a dispararle sin razón alguna. Luego de este hecho, su padre decidió enviarla a Lima.

Mientras tanto Teófila partió a Lima a las pocas semanas, porque en Ayacucho se quedó prácticamente sola. Relató que en Lima sufrió mucha discriminación por ser quechua hablante y no pudo concluir sus estudios escolares.

 “Ni el oro ni la plata me van a devolver el amor de mi madre” dijo Teófila al final de su testimonio. Ahora ella espera el proceso judicial para declarar frente a sus verdugos esperando que la justicia este vez  llegue…aunque se haya retardado más de 30 años.

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Telmo Hurtado: Estado Mayor sabía de la matanza en …

 

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