Un pueblo que luce un semáforo en cada esquina aunque no haya circulación de vehículos que regular, demuestra extravagancia o despilfarro, y aunque eso ocurre en Moro, distrito del Santa, debe haber otra explicación; tal vez quiere expresar que les está siendo negado un reconocimiento merecido. Veremos si es cierto.
Lo más abundante en Moro son los mototaxis que se dejan ver en las esquinas y en cada puerta de casa, pero no aceptan pasajeros. Su utilidad es ser el modesto vehículo familiar de un pueblo agrícola al que ya no le queda nada para mostrar al turista, porque el cataclismo del 70 echó por tierra sus encantos. Literalmente.
Este pueblo del valle del rio Nepeña estaba lleno de viñedos durante la colonia, al igual que la hacienda jesuita colindante, Motocachi, mientras el resto del valle producía caña de azúcar.
En Moro-Motocachi, se destilaba desde el siglo XVII un refinado aguardiente de mosto de uva seleccionado, célebre por su calidad y que es sin duda alguna un primo hermano de nuestra bebida de bandera.
Es un tema polémico el origen dentro del Perú, de nuestro pisco; y los del valle del Nepeña ostentan argumentos históricos para adjudicarse por lo menos, el derecho a denominación de origen como tienen, con toda justicia, nuestros pueblos del sur.
De la producción que hacían los jesuitas queda como testigo la inmensa prensa de madera. Todavía se le puede visitar; está en condiciones muy aceptables pese a su antigüedad ya que data del siglo XVIII.
El rol engañosamente modesto que tuvieron en esta historia los habitantes de Moro resultó por el contrario, protagónico, y es motivo del callado orgullo de los morinos de ahora. Lo que pasó es que para almacenar el néctar producto de la destilación, sus antepasados idearon unas vasijas de arcilla y le dieron forma de pájaro, con pico para verter el aguardiente. Las llamaron como el pájaro “pishgo”, es decir, pisco.
No resulta difícil adivinar que la palabra “pisco” significa pájaro en quechua, y según los morinos, ese fue el origen del nombre dado después al pueblo de Ica que se especializó en producir este aguardiente único, nuestro pisco.
Ahora en Moro están trabajando para conseguir la denominación de origen “Pisco de Moro-Motocachi” basándose en documentos históricos, testimonios de personalidades –nada menos que Antonio Raimondi– y otras fuentes que apoyen su argumentación.
Si bien no les cabe la paternidad del pisco, por lo menos les puede corresponder la doble “abuelitud” (forzando un poco el idioma) al haber dado nombre a las vasijas que a su vez bautizaron al pueblo donde el producto se perfeccionó y salió al mundo.
El nombre Moro proviene del quechua Muru. Le decían Murunapampa o, castellanizado, Moronapampa (tierra de colores). También se llama moruna al instrumento agrícola típico del lugar que usan para abrir la tierra en el proceso de siembra.
Las tierras del valle eran asentamientos desde hace unos cuatro mil años, y el pueblo es de origen colonial. Tenía hermosas casas de quincha, locales públicos, negocios y todos los servicios que requiere una población próspera.
«Todo quedó como una pampa”, las casas en el suelo, nada quedó en pie, recuerda don Perico, ahora de 94 años y testigo del terremoto de mayo de 1970. Felizmente Motocachi resistió porque está asentada sobre piedra y por eso se puede visitar la parte que sobrevive de la hacienda donde está la prensa de uva.
El nuevo Moro no hace justicia al encanto que tuvo el viejo pueblo, visitado y elogiado por Raimondi. Ahora lo que puede mostrar son sus semáforos ociosos, sus ubicuos mototaxis y el sector en pie de la hacienda. Pese a todo, todavía es un destino de viaje que vale la pena recomendar.