A Juan le diagnosticaron diabetes hace décadas. Le explicaron que se trataba de una enfermedad crónica, que no tiene cura, pero que se puede controlar. La diabetes se caracteriza por los niveles elevados de glucosa en la sangre, provocados por la poca o escasa producción de insulina del páncreas o debido a que las células del cuerpo son resistentes a la acción de la insulina.
Su médico de cabecera le dijo a Juan que controlara su alimentación y evitara ingerir una serie de productos. Que también hiciera ejercicio pues sería muy importante para mantener su salud.
Pero Juan siguió con su vida de siempre. Comía en exceso al estilo de su pueblo todos los días y con mucha frecuencia consumía bebidas alcohólicas que su médico le había prohibido. En suma seguía con su vida descontrolada y actuaba como si no tuviera enfermedad alguna.
Pero la diabetes siguió su curso. Hoy Juan tendrá que ir a su primera sesión de diálisis pues sus riñones apenas funcionan y para decirlo en pocas palabras sino lo sigue haciendo dos veces por semana, corre peligro de muerte.
Hoy Juan le echa la culpa a todo el mundo. No reconoce que no debió cometer excesos. Peor aún dice que de cuando en cuando “se tomará sus tragos” porque “no se va a privar de sus gustos”.
Tiene una herida en un pie que debe cuidar mucho, por el riesgo de amputación, su vista está muy debilitada y podría quedar ciego. Pero Juan se resiste a dejar sus costumbres de antes, porque piensa que si las deja ya no valdría la pena seguir viviendo. Los consejos de los médicos los sigue tomando a la ligera y tal vez sus males se agraven.
Si tenemos una enfermedad como la de Juan, debemos cuidarnos para tener una mejor calidad de vida. Tengo amigos diabéticos que siguen al pie de la letra las indicaciones de sus médicos y eso les permite vivir mejor, disfrutar de su familia y seguir trabajando normalmente. Entienden que mejor es privarse de algunos alimentos y seguir la dieta para tener una vida mejor.
Con la salud no se juega, señores oyentes. ¿No les parece?