Los famosos hacen noticia donde vayan, de eso no se ha librado nuestro escritor y premio Nobel Mario Vargas Llosa, quien está pagando el precio de ser una celebridad a raíz de su “affaire” sentimental, que por inesperado causó revuelo en los medio.
Apenas una revista publicó su foto con una nueva pareja, la prensa rosa hizo lo suyo, corrieron los chismes y en las redes sociales abundaron las opiniones, algunas francamente desmedidas.
Hubo quienes con gran indignación, tomaron partido por la esposa, otros no podían creer que “a esa edad”, y el comentario que se lleva el premio: “Como no se repuso de haber perdido las elecciones, ahora busca otra forma de destacar” (sic). Eso lo escribió un delirante caballero, ofendido, seguro por razones políticas.
Como ya es de dominio público, Mario Vargas Llosa se dejó ver al lado de una señora muy estilosa, una “socialité” que es madre de un cantante español conocido.
Se quiera o no, el asunto, aunque privado, es público y como uno de los protagonistas ha hablado con la prensa, estamos habilitados para comentarlo.
En principio puede llamar la atención que surja un romance entre un escritor tan laureado con alguien ajeno al mundo intelectual, pero bien mirado, ha sido un tema recurrente al menos en el siglo pasado. Es la parte anecdótica del asunto.
Decenas de escritores vivieron romances con artistas -sobre todo, pero no solo- de cine, y el caso más notable fue el de Henry Miller con Marilyn Monroe. No duró y fue un desastre, sobre todo para la débil estabilidad emocional de ella.
Albert Camus, el célebre pensador y literato francés, premio Nobel también, vivió amores intensos con una actriz teatral. No se sabe si hubiese durado mucho porque él murió en un accidente de auto con solo 46 años.
Nuestro escritor aclaró que está separado de su esposa, no dijo desde cuándo. Lo último que corre en los medios es la confirmación de que la nueva pareja lleva ya dos meses de relaciones, y que su aparición en público fue, en realidad, una puesta en escena. Querían dejarse ver.
Si bien ella no es una artista, se mueve en el mundo glamoroso del espectáculo, la moda y el antiguamente llamado “jet set”. Un mundo en el que nunca se hubiera pensado que nuestro crédito literario estuviese “como pez en el agua”.
El ángulo más humano del caso es la edad de los protagonistas. Ambos han pasado la edad que la mentalidad popular considera propia para los romances. Muchos creen inadmisible el amor después de los 60, 70, 80; los prejuicios pueden mucho más que el sentido común.
La vejez, tenemos muchos ejemplos de ello, es una edad tan buena como otras para iniciar un proyecto, un sueño, un romance, una investigación, escribir ese libro postergado o estudiar la carrera que nunca se pudo.
Lo hizo Jorge Luis Borges, uno de los escritores más grandes de la lengua castellana de todos los tiempos, no se resignó, ni cuando quedó ciego a una edad temprana ni cuando estaba desahuciado por la ciencia.
Borges vivió 86 años. En sus últimos meses de vida, esperando en Ginebra el desenlace, decidió aprender el idioma japonés. Ese afán por el conocimiento pudo parecer una extravagancia a esas alturas de su casi no-vida. ¿Un nuevo idioma? ¿para qué? Y la respuesta invariable de él era que todavía estaba vivo. Como no consiguió profesor de japonés en Ginebra, estudió árabe.
La vejez no es pretexto para dejar de vivir, obviamente al ritmo que las fuerzas y el sentido común lo aconsejen. Hace pocos años una señora japonesa de 96 años publicó un poemario de su autoría que vendió millones de ejemplares. ¡Nunca antes ella se había atrevido a escribir ni a publicar nada!.
La vida no termina cuando se va la juventud, es uno de los prejuicios que hace falta superar.