Juan Pablo II dijo que la “opción por los pobres” es inherente al mensaje de la Iglesia. Francisco considera que la “peor discriminación que sufren los pobres es la falta de atención espiritual. Él considera que esta opción debe traducirse principalmente en una atención religiosa privilegiada y prioritaria. El pobre cuando es amado, es estimado como de alto valor, y esto diferencia la auténtica opción de los pobres de cualquier ideología, de cualquier intento de utilizar a los pobres al servicio de intereses personales o políticos”. Esta opción- señala Benedicto XVI- está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se ha hecho pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza.
Esta preferencia divina tiene consecuencias en la vida de fe de todos los cristianos, llamados a tener los mismos sentimientos de Jesucristo. En aquel tiempo tomó Jesús la palabra y dijo: “Vengan a mi todos los que están cansados y agobiados, y yo los aliviaré. Cargan con mi yugo y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera (Mateo, 11,28-30). Hay una inseparable conexión entre el ejemplo de Cristo y un efectivo amor fraterno. Cristo envió a su iglesia a anunciar el evangelio a todos los seres humanos, a todos los pueblos. Puesto que cada ser humano nace en el seno de una cultura, la Iglesia busca alcanzar no solamente al individuo, sino a la cultura del pueblo. El pueblo se evangeliza continuamente así mismo, empezando con la familia que es la iglesia doméstica. Para la Iglesia, la opción por los pobres, no significa un potencial político sino teologal. El evangelio no propone una ideología. La opción por los pobres es un imperativo evangélico antes que una exigencia histórica. La Iglesia debe estar con los pobres. Juan Pablo II ha dicho: La Iglesia sabe muy bien que, a lo largo de la historia, surgen inevitablemente los conflictos de intereses entre diversos grupos sociales, y, que frente a ellos el cristiano no pocas veces debe pronunciarse con coherencia y decisión”. La opción por los pobres es preferencia, pero no exclusiva. El evangelio no está de acuerdo con una lucha de violencia y odio. Todos debemos luchar juntos. No se busca aniquilar al otro, sino de incluirlo en una paz social. La pastoral es una sola.
Clodovis Boff, teólogo, brasileño, señala que hay una nueva concepción de política, llamada convivencia social, que prefiere la lucha con medios pacíficos en lugar de la lucha con violencia y odio. El respeto a la persona de los adversarios en sus derechos, la lucha por la justicia sin resentimientos etc. Los ricos y los pobres son llamados a la conversión y dar la mano en la construcción de un mundo de hermanos. No se busca aniquilar al otro sino de incluirlo en una paz social. Todos debemos luchar juntos. Leemos en el evangelio de Lucas, 19, 1-10: “Habiendo entrado Jesús en Jericó, atravesaba la ciudad. Había allá un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de los cobradores del impuesto y muy rico. Querría ver como era Jesús, pero no lo conseguía en medio de tanta gente, pues era de baja estatura. Entonces se adelantó corriendo y se subió a un árbol para verlo cuando pasaba por allí. Cuando Jesús llegó al lugar, miró hacia arriba y le dijo: “Zaqueo, baja en seguida, pues hoy tengo que quedarme en tu casa.” Zaqueo bajó rápidamente y lo recibió con alegría. “Entonces todos empezaron a criticar y a decir: “Se ha ido a la casa de un rico que es un pecador.” Pero Zaqueo dijo resueltamente a Jesús: “Señor, voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres, y a quien le ha exigido algo injustamente le devolveré cuatro veces más.” Jesús, pues, dijo con respecto a él: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa, pues también este hombre es un hijo de Abraham. El Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido.”
Clodovis Boff dice que había teólogos en América latina, bajo la influencia del Marxismo, que enseñaron a los cristianos, entrar en los partidos marxistas, como si fuera una exigencia del evangelio. El reconoció haber cometido este error. Los fieles que habían recibido, como formación, una lectura política sesgada de la Biblia, perdieron la fe y abandonaron la Iglesia. La fe es la relación personal con Dios que infunda en nosotros el mandamiento del amor. Ningún hombre puede darnos esta ley interna. San Agustín decía: “No vayan a creer que uno puede aprender algo de otro hombre. Nosotros podemos llamar la atención por el ruido de nuestra voz: si adentro no está Él que instruye, vano es el ruido de nuestras palabras”. El secreto es la escucha atenta. La voz de Dios orienta nuestra conciencia hacia el bien, pero cada uno debe decidir sobre la opción política. Vemos que hay católicos en diferentes partidos políticos. Sin embargo, un cristiano congresista no puede apoyar leyes de su partido que van en contra algunos principios de la Doctrina social de la Iglesia, como son el bien común, la familia, el principio de la vida, la libertad política y religiosa y la libertad de educación. Lo hemos explicado en nuestro aporte “los Papas recomiendan a los cristianos participar en la política”.
Francisco considera que “La transformación del pueblo no se consigue con la fuerza; la auténtica fuerza de transformación es el amor vivo y humilde que procede de Dios. La humildad y el amor son una fuerza inaudita: la mayor que hay, no existe otra que la iguala. Conectar con el pueblo es una forma de acercamiento que no tiene su origen en la distancia, sino que nace en estar con el pueblo. El pueblo no es objeto sino sujeto. La primera reforma ha de ser la actitud. La reforma organizativa y estructural vienen después. La espiritualidad popular es un camino por el que el Espíritu Santo ha conducido y sigue conduciendo, a millones de nuestros humanos. No son los que no entienden, los que “no saben a los que tenemos que educar”. Las procesiones atestadas de gente, la ferviente veneración por a las imágenes religiosas, el profundo amor a la Virgen María y tantas otras manifestaciones de piedad popular son un testimonio elocuente. Subestimar esta espiritualidad, considerarla una modalidad secundaria de vida cristiana, supone olvidar la primacía del Espíritu y la iniciativa gratuita del amor de Dios. El sentido transcendente de la existencia que se ve en el cristianismo popular es la antítesis del secularismo y de la mundanidad” (Francisco: Esperanza, 194-198).
El autor, Austen Ivereich, menciona en su libro sobre el Papa Francisco, que Francisco, como arzobispo de Buenos Aires, pasaba el ochenta por ciento de su tiempo en visitar las familias de pobres y el veinte por ciento con las familias de ricos para poder ayudar a los pobres. Cuando una profesora, en una escuela de niños pobres, muestra la foto del nuevo arzobispo elegido, una niña dice que lo conoce. La profesora dice que es imposible que ella conoce al arzobispo de Buenos Aires. La niña contesta que lo conoce porque siempre visita a su familia.
Considero que la opción por los pobres debería incluir la lucha contra la corrupción, pero se ha comprobado en América Latina que el problema profundo es la corrupción en la izquierda, en la derecha y en los indiferentes. Los líderes dan el mal ejemplo y están al origen de un sistema de corrupción. Los psicoanalistas Fernando Maestre y Alberto Péndola han aclarado: “Para la posible crisis y pérdida de valores son de importancia las presiones de la sociedad, pero, principalmente, los factores generados por el líder de esta.” (Corrupción, un estudio psicoanalítico, Lima, USMP, 2001).
Solo podemos reconocer a Cristo cuando lo dejamos decidir sobre nuestra vida. Debemos estar disponibles para que Él puede realizar, por medio de nosotros, las obras que el Padre le dio, obras de bondad, justicia, compasión y amor. El juicio final será sobre nuestros actos de amor a los pequeños de este mundo. Leemos en Juan, 15,13:” No hay amor más grande que dar la vida por sus amigos.” Recibimos la satisfacción por un don del amor de Cristo. Dios no nos trata como objetos sino apela a nuestra libertad de cumplir y de alejarnos de las conductas perversas. No seremos juzgado tanto por nuestra fe teórica sino por nuestra práctica religiosa. Los ideólogos se hacen la vida fácil. Echan la culpa solo al sistema y viven con comodidad. Nunca hacen un sacrificio personal o cuando llegan al poder se vuelven millonarios. No bastará en decirme: ¡Señor! ¡Señor!, para entrar en el reino de los cielos; más bien entrará el que hace la voluntad de mi Padre del Cielo. Aquel día muchos me dirán: ¡Señor! ¡Señor!, hemos hablado en tu nombre, y en tu nombre hemos expulsado demonios y realizado muchos milagros. Entonces yo los diré claramente: Nunca los conocí. ¡Aléjense de mi ustedes que hacen el mal! (Mateo, 7,21-23). Cristo cambia los criterios mundanos de preferencia para el poder, la riqueza y la belleza, señalando quienes son los prójimos preferidos de Dios. Son los enfermos, los presos, los pobres, el hijo pródigo que se arrepienta, el forastero, es decir los hermanos más pequeños (Mateo, 25: 35,36,40)