El desempleo deprime, enferma y mata

 

El país ha ingresado a una etapa preelectoral en la que demanda de los políticos propuestas y respuestas frente a los más álgidos problemas que han originado la crisis social actual. De no darse estas con oportunidad y con realismo, significaría volver a engañar a la ciudadanía. Pasa el tiempo y esta sigue esperando, pero a diferencia de otras épocas, mostrando también su disconformidad, a veces con reacciones violentas.

Uno de los problemas más serios los dio a conocer recientemente la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Mostró que el 2014 dejó un saldo de 201, 3 millones de personas desocupadas. Una cifra mayor en 1,2 millones que el año anterior y 31 millones más que en el 2007. El Perú está incluído dentro del problema.

Se trata de un aviso que debe poner en alerta tanto al poder político como al poder económico del país, dado que el problema demanda solución inmediata. Los índices de desempleo y trabajo vulnerable muestran que está muy lejana aún el fin de esta crisis. Existen muchos factores, pero no se puede ocultar que la escasez de empleo es una de las que está dando lugar a la aparición de fenómenos sumamente peligrosos, como la delincuencia masiva en todos los estratos sociales, la prostitución que se está apoderando de las calles tanto en la capital de la república como en otras ciudades del país, el narcotráfico y la venta de estupefacientes a domicilio, discotecas y vía pública y la proliferación de bandas organizadas que al mejor estilo de los tiempos de Al Capone, extorsionan a empresarios, profesionales y hasta modestos emprendedores.

El problema que azota a nuestro país y América Latina en general hace temer que se agudice. Se prevé que en el transcurso del presente año tres millones de personas se sumen a las filas de los desocupados y aumenten hasta ocho millones en el venidero cuatrienio. Hay que tomar en cuenta que desde el comienzo de la crisis en el 2008 han desaparecido 61 millones de puestos de trabajo y deberán de cambiar mucho las cosas para impedir que al año 2019 haya un incremento en perjuicio de 80 millones de personas en edad de trabajar.

Cómo será de funesta la situación que hasta la directora general del Fondo Monetario Internacional, Christine Lagarde, ha mencionado que en este contexto, si todos los desempleados juntos formaran un estado, serían el quinto país más poblado del mundo. Lagarde estará en estos días en Lima para participar en las reuniones sobre la crisis de la economía global que preocupa al FMI, al Banco Mundial y otras organizaciones internacionales. Es posible que también tengan tiempo para tratar el tema del desempleo.

La OIT muestra preocupación al respecto. Es su deber, pero también ocurre lo mismo en el Banco Mundial. Los cálculos de este organismo indican que la creciente población del planeta exige que se abran globalmente seiscientos millones de puestos de trabajo antes del 2030. Volvemos a repetir, esta demanda también se registra en nuestro país y es deber de quienes aspiran a la gobernabilidad que tomen en cuenta la situación y hablen, con conocimiento de causa, la forma cómo debe ser atendida.

Es conveniente que desde ahora se vea qué es lo que va a suceder con las nuevas generaciones de trabajadores. Un recorrido por las calles de la ciudad es suficiente para observar a qué extremos está afectando el problema al sector juvenil. El desempleo es una de las tendencias que se ha mantenido e incrementado en los últimos cinco años.

En términos globales, en el 2014, cerca de 74 millones de personas de entre 15 y 24 años buscaron trabajo, tasa que, según Naciones Unidas, casi triplicaba a la de los adultos y representó aproximadamente el 40% del total de los desocupados. La misma organización corroboró que globalmente el 60% de ese grupo está desvinculado de los estudios y del trabajo. El panorama se ve aún más agravado por la cantidad de menores de 25 años que se encuentran prestando servicios en puestos de baja calidad y mal remunerados, con contratos discontínuos e inseguros.

La OIT ha dado la voz de alerta y prevé que la incidencia del empleo vulnerable se mantenga constante en términos generales en torno al 45% del empleo total durante los próximos dos años. Hay que remarcar que el número de trabajadores con oficios precarios en el mundo aumentó en 27 millones desde el año 2012 y actualmente supera los 1,440 millones.

Por esas razones y hablando en términos directos, la clase política tiene mucho que decir sobre el particular. No se trata de eximir de responsabilidad al actual gobierno ni tampoco a quienes tienen poder para ocuparse de este problema. Lo cierto es que hay responsables desde mucho antes. Pero nada se gana llorando sobre la leche derramada. Más adecuado sería que quienes desean ser gobierno nuevamente o lo intenten por primera vez, le digan al país qué harán frente a la crisis de la falta de empleo, cómo disminuir los niveles de desocupación y subempleo, cómo impulsar la inversión en consonancia con políticas laborales.

Es lógico entender que ante problemas como este no puede existir una solución única. Por eso mismo, es conveniente que cualquier pretendiente a gobernar el país tome en cuenta a todos los actores sociales. Ahí está en parte el secreto de una mejor gobernabilidad y de una afirmación de la democracia.

 

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