El dilema de las promesas electorales y un electorado incrédulo

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Los posibles candidatos a la presidencia de la República, cuando ya la ONPE comienza a afinar tornillos para poner en marcha el proceso electoral del 2016, se encuentran a estas alturas sin un discurso definido ante unos comicios en los que participarán alrededor de 19 millones 858 mil 501 ciudadanos. Tal la proyección del Instituto Nacional de Estadística e Informática. La cifra supera de manera muy significativa a los 18 millones 212 mil 661 votantes que debieron ir a cumplir con su deber cívico en el año el 2011. Más de millón y medio de nuevos electores.

Pero entre lo acontecido hace cinco años y lo que se viene, hay algo de historia pasada. Con sus aciertos y desaciertos del régimen que ya debe estar alistando maletas para alejarse del gobierno dentro de pocos meses, lo real es que en buena hora se está cumpliendo el ciclo democrático que hace posible que se exprese en libertad la voluntad soberana del pueblo.

El gran dilema, sin embargo, no se da allí. La ciudadanía está esperando el discurso que le permita, más o menos, advertir que hay una sintonía entre lo que espera y lo que se le ofrece. Los problemas se conocen. Hoy en día la corrupción, sobre todo en los Poderes del Estado, la inseguridad ciudadana que ha llegado a extremos de crueldad e insanía, la ausencia de acciones para mitigar en términos reales el hambre y la miseria, la falta de empleo digno y salarios decorosos, la insensibilidad para proteger con acierto la salud de la población en general y de quienes menos tienen, son algunas de las políticas de Estado que no se han implementado tal como quisiera la nación, o se han hecho a medias o simplemente han quedado en promesas.

Lo anotado es parte mínima de un país en crisis. No hay necesidad de ir a comparaciones con lo que sucede en otras latitudes de la región ni echarle toda la culpa al sistema económico, que de por sí es perverso. De por medio hay otros factores. Está de por medio la «muñeca política» del gobernante y de sus ministros e, igualmente, la sensatez de una oposición para presentarse como una alternativa decente e inteligente para afrontar ese aluvión de problemas que agobian al Perú. En gran parte depende de la calidad del gobierno, de la capacidad que tenga para pasar por encima de agravios e insatisfacciones, sobre todo de los poderosos que no están dispuestos a desprenderse de sus privilegios ni sentir pesar por el dolor ajeno. Afirmo esto porque a la hora de la ausencia del pan diario y de dinero contante y sonante, quien sufre las consecuencias es el pueblo. A esas alturas nada se gana con tratar de justificar lo mal hecho ni pretender hacer creer que la culpa es de otros.

Ese total de 19 millones 858 mil 501 ciudadanos que deben ir a las urnas, tiene diferentes expectativas desde el punto de vista regional. Así ocurre con la región Lima que es la que cuenta con la mayor fuerza electoral. Se estima en 6 millones 617 mil 653. En el 2011 tenía el mismo poderío, pero sumando 5 millones 972 mil 307 electores. La capital de la república es en donde más se sienten las necesidades de solución a los problemas ya anotados. Hay un agravante: día a día, al igual que en la década de los 50 del siglo pasado, miles de personas de humilde condición económica y social llegan a Lima en procura de un futuro mejor. Carecen de empleo, buscan una vivienda estable, otros servicios sociales. Rápidamente la ilusión se les acaba y terminan habitando con la mayor precariedad cerros y terrenos baldíos, incluyendo de propiedad ajena, ejerciendo trabajos eventuales y, es duro decirlo, hasta incursionando en el delito y la prostitución. Males estos de una sociedad en descomposición que, igualmente, ocurren en las más altas esferas del poder económico, en modalidades más sofisticadas, incluyendo en lo que respecta al tráfico y consumo ilícito de drogas y al contrabando en cifras elevadas.

Decíamos que cada región del país espera con cierta impaciencia lo que les ofrecerán los candidatos presidenciales. Tal, por ejemplo, lo que ocurre en la región La Libertad. Sí allí, tierra que hace años era conocida como el «sólido norte» y en donde entregaron sus vidas los luchadores sociales que quisieron redimir a los más humildes. Ellos ya se fueron al más allá y quienes han querido sucederlos han demostrado que no están a la altura de las circunstancias. Algo similar ha sucedido en el agro, en donde por cientos de años los trabajadores del campo estuvieron sujetos a la explotación de una oligarquía parasitaria. El latifundio desapareció por acción de la revolución social que llevó adelante Juan Velasco Alvarado, a quien por supuesto se denosta en triste y odioso afán revanchista. Hoy existe una realidad diferente, los problemas de seguridad, de narcotráfico, de trabajo formal, de salubridad, se han ido acumulando en las últimas décadas. El «sólido norte» llamado así por la hegemonía electoral de la agrupación partidaria fundada por Haya de la Torre, ya no es tal. La ciudadanía tiene otras expectativas. Eso dice, entonces, que el discurso de los candidatos tendrá que ajustarse a otra realidad. Son 1 millón 180 mil 713 electores que están pendientes de ello, también una cifra mayor al 1 millón 068 mil 887 del 2011.

Dentro de estos grandes bolsones electorales figura la región Piura. La tierra del algarrobo y del tondero hoy cuenta con 1 millón 131 mil 611 ciudadanos de 18 a 70 años de edad que deben de votar. La cifra ha subido si se le compara con la que tenía en el 2011, cuando ascendía a 1 millón 045 mil 419. Es verdad que la inversión de capitales ha llegado para darle mejor utilidad agraria a los arenales y que la actividad comercial se ha incrementado. Pero la pobreza no ha disminuido en porcentajes aceptables. Más allá de la urbe se encuentran grupos familiares que viven casi a la intemperie, en chozas de estera que reposan en columnas de palos secos. Se trata de gente que se alimenta con lo elemental, con lo que encuentran a la mano, sin mayor valor nutriente. La falta de carreteras dotadas de mejor infraestructura, en capacidad de movilizar personas y productos naturales, como en la casi totalidad del territorio, es visible. En líneas generales son la demostración de que el Perú sigue siendo un país subdesarrollado y tercermundista.

Es evidente que en el norte del país se encuentra gran parte del electorado, excepción de Arequipa, en el sur, que tiene una población electoral estimada en 856 mil 713, cifra del mismo modo superior a los 794 mil 222 del 2011. El regionalismo se mantiene y será una tarea muy ingeniosa que tendrán que desarrollar los estrategas de los candidatos para convencer a los mistianos. Tal labor resulta difícil en la actual coyuntura, cuando entre los voceados no hay ninguno con raíces directas procedentes de la tierra de Melgar.

El tema da para más. Cajamarca tiene lo suyo con 929 mil 289 electores. Cusco, Junín, Lambayeque y Puno están consideradas como las regiones en donde los ciudadanos en capacidad de elegir y ser elegidos, muestran cifras mayores a los 800 mil. Ninguna tiene similitud. Las diferencias son notables. Por eso surge la pregunta respecto a las ofertas electorales y su coincidencia con lo que esperan los ciudadanos. Habrá que esperar que agoten sus enfrentamientos verbales, cargados de insultos y de denuncias de inmoralidad con frecuencia sin sustento válido. La ONPE comienza en la última semana de setiembre las actividades previas a las elecciones generales. De acuerdo a la Ley de Partidos, estos tendrán elecciones internas desde el 14 de octubre al 23 de diciembre. Que Dios los ilumine y conserve en salud y que de nosotros, los ciudadanos, no se olvide.

 

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