Proyectándome en regreso a esos años infantiles, mi memoria recrea la multicolor imagen de cierta comitiva instalada ahí, en la esquinita plazuelera del barrio Guadalupe, a sólo un paso del Palacio de Justicia, que le dicen, escuchando absorta a un obeso abogaducha que hablaba en quechua, asegurando que aquellos títulos garantes de los linderos de cierta comunidad andina-y databan de los tiempos del Virrey Toledo-,servirían para impedir las trapacerías que amenazaban despojar a nuestros lorchos, en pleno furor del mambero siglo XX.
En un momento dado, el Dr. Numa Pompilio, abría los brazos como clamando al cielo, el líder comunero, enrollaba sus añosos papeles y gesticulando terminante, convocaba a otro emponchado que solícito extraía de su “chuspa” (faltriquera serrana), un puñado de machucados billes que entregaba al “doctorucha”, para despedirse luego, todos abrazándose como verdaderos “huaiqueis” (hermanos)… y hasta la próxima chamullada.
Después, pasaron los años…
Pasaron los años, la vida –y mi vocación- me hicieron periodista. Y de pronto, reencontré a los mismos comuneros, más viejos, claro, satanizados por dos de los “grandes diarios” de aquellos tiempos. Para nuestros hermanos cholos, todo seguía igual que antes y quizás peor, mi estimado.
Resulta que la poderosa “Cerro de Pasco Corporation”, alegaba que las tierras ancestralmente ocupadas por los quechuahablantes, pastores, sembradores, pertenecían a dicha transnacional, conforme “papá gobierno”, legalmente reconocía.
Pero, había “un pequeño inconveniente”.- La servicial policía, estaba impedida de desalojar a estos “invasores”, que desde siglos atrás ocupaban dichas punas, porque mucho de ellos, habían hecho el Servicio Militar y, por lo tanto, “sabían manejar armas”. Y no sólo eso. Se rumoraba que también “las tenían escondidas en algunas cuevas”.
Mentiras «verdaderas»…
Esa amalgama de medias verdades y mentiras completas, en realidad, estaba “calentando motores”, para lo que habría de suceder en cualquier momento. Los señalados diarios, no se cansaban de aludir a los comuneros, llamándolos “sujetos peligrosos”, al tiempo de criticar “la pasividad de las autoridades, que no hacían nada”, por restablecer “el orden jurídico y las garantías legales”, oiga usted.
Hasta que un día, dichas “autoridades” cuál era su “rol tutelar y el principio de autoridad”, enviaron un batallón de la antigua “Guardia de Asalto”, provisto d añejas, pero aún operativas metralletas “Solotur” de 1917.
La policía entró a la comunidad de las alturas, barriendo a plomo a los desventurados “invasores” a la hora en que pastoreaban sus escuálidos chivatitos que eran toda su fortuna en este mundo.
Los «licenciados» invisibles
Y no hubo entonces, “licenciados” que protegieran a los humildes, y sólo unos cuantos lances de “huaracca”(legendaria honda andina),infirieron una que otra herida, más o menos leve, a los abusivos “representantes de la ley”.
Al atardecer, y a los lúgubres sones llanteados del “Aya Taki” (“Canto del Muerto”), los desplazados sobrevivientes, enterraron a sus parientes, a sus amigos de toda la vida, en la faldas de un cerro cercano y se fueron llorando nomás, quién sabe adónde, como diría el tayta Ciro Alegría, al comprender, que si bien era ancho el mundo, era también ajeno, como no podía ignorarse.
(MAÑANA: “LLEGA LA MODERNIDAD”).