El neoliberalismo ante su fracaso ordena ajustarse la correa

 

La voz de alerta está dada: ¡se acabaron los tiempos de las vacas gordas! Esto significa, entonces, que hay que ajustarse la correa. La primera persona en lanzar la voz de alerta ha sido Christine Lagarde, directora general del Fondo Monetario Internacional. Ella hace pocos días dirigió su mirada al mapa del Perú, observó el panorama económico del país, hizo su diagnóstico, formuló declaraciones dogmáticas y con una frialdad espeluznante, disparó la más dura advertencia directamente al bolsillo, sobre todo de los inversionistas: ¡es importante que todo el mundo lo entienda! Así de simple. Para que no queden dudas, sin tomar aire y jugando en pared con la alta y rubia burócrata parisina, nuestro ministro de Economía y Finanzas, Alonso Segura, ha confirmado lo que se veía venir. Pero claro, poniéndole al guiso aquellos condimentos que se estilan para que no se sienta el mal sabor. Todo con tal de hacerlo digerible.

El fúnebre anuncio de tan bien informados altos funcionarios, una made in Francia y el restante made in Perú, ha tomado con un poco de sorpresa a los de arriba, algo más a los de la intermedia y digamos, sin saber cómo se come esto, a los de abajo. Sí, porque alguna vez tenía que darse a conocer la noticia, sin medias tintas ni anestesia alguna. Por lo pronto el recién estrenado presidente de la CONFIEP, Martín Pérez, ha reaccionado y entre sus primeras exclamaciones ha dicho, palabra más, palabra menos, y ahora «cómo hacemos para incorporar a los 300 mil jóvenes que cada año salen al mercado laboral» subrayando que, entre otros males, a causa de una errónea política económica, el desempleo juvenil tiende a incrementarse, tanto que de 4.9 por ciento de tiempo atrás, ahora, al primer trimestre del 2014, llega a 12.9 por ciento. La más alta tasa entre todos los segmentos de edad registrados, según informe del INEI. Por eso, para quien fue congresista y ministro de Comercio Exterior y Turismo, en el segundo gobierno de Alan García, la situación podría agravarse si los políticos persisten en mantener una posición confrontacional que terminará por detener el desarrollo de la economía. Y con ello complicaciones en la inversión y generación de empleo. Hasta allí cierto. Pero sin citar que la crisis del neoliberalismo ha alcanzado el corazón de los países centrales que se arrogaban el derecho de conducir no solo los procesos económico-financiero, sino también el propio curso de la historia humana. Y ahora se extiende a países como el nuestro.

Pero al margen de eso, Pérez no ha sido el único en manifestar la preocupación que tiene, en este caso, el empresariado nativo. También se han dejado sentir otras voces, las de los sectores que no tienen arte ni parte en el manejo de la economía. ¡Asu mare! exclaman, con dolor que se advierte en sus muecas, los de la intermedia y los de abajo. Y no precisamente para referirse a «Cachín» o sea al comediante Carlos Alcántara, quien con su concurrida película del mismo título, nos hace reír revelando otros pasajes de su vida personal. Quienes han recurrido esta vez, con mayor énfasis, a la conocida expresión peruana de asombro, ante la magnitud de lo que se viene, han sido aquellos que viven de un salario o se recursean de alguna manera como «trabajadores independientes» o «trabajadores informales». Y no porque tengan que ajustarse la correa, que ya lo hacen desde tiempo atrás, sino porque ahora les caerá con todo su peso el alza de los alimentos, vestidos, vivienda, medicamentos y servicios en general, o sea la quincha, porque de seguro difícil que cuenten con ahorros para afrontar la temporada de las vacas flacas. Que, además, no se sabe qué tiempo durará.

¿Existen salidas al respecto de la nueva mala noticia? Christine Lagarde, quien dentro de seis meses estará en nuestra querida Lima, cuando se reúna la Junta de Gobernadores del Grupo del Banco Mundial y la Junta de Gobernadores del Fondo Monetario Internacional, confiesa que la principal recomendación es profundizar la implementación de reformas estructurales que incrementen la efectividad el gasto público, principalmente en infraestructura, apuntando a mejorar la productividad y competitividad , sin descuidar la inclusión social. Bueno, tal es su recomendación, la que nos hace recordar lo que pensaba Joseph E. Stiglitz ante situaciones verbales parecidas: los dirigentes del FMI son puros teóricos que no conocen los países que quieren gobernar y no toman en cuenta la realidad de los pueblos; practican una economía arcaica que no considera los trabajos de los economistas en los últimos años; el FMI no tiene ninguna transparencia; todo es rigurosamente secreto; nunca aceptan ninguna forma de diálogo: mandan y no discuten ni ofrecen argumentos, actúan como puros dictadores. El FMI dicta las cartas de intenciones supuestamente redactadas por los gobiernos sumisos. Las negociaciones son siempre ultrasecretas y los pueblos nunca saben de qué se está hablando y cuáles son las condiciones impuestas. Los economistas del FMI son fanáticos de un mercado puro, puramente abstracto, y nunca miran las consecuencias humanas.

Por supuesto que Stiglitz no es un cualquiera. Es un premio Nobel en economía que llegó a ser vicepresidente y jefe del sector económico del Banco Mundial. Ha dicho y mantiene el concepto crítico al FMI que año tras año, ha venido provocando desastres económicos y humanos en todos los países que aceptaron sus interferencias y aplicaron sus exigencias. ¿Ocurrirá eso en el Perú? Dios quiera que no. Por eso el mensaje de Christine Lagarde debe escucharse con cuidado. Más aún cuando sus mensajes tienen seguidores que insisten en que lo malo es bueno y lo bueno es malo, olvidando, por ejemplo, que la pobreza y la miseria social provienen, se componen y se establecen como violencia y daño humano, social y ecológico de una economía salvaje, egoísta y profundamente errónea como orden, funcionamiento y eficacia. Son el defecto absurdo y el abuso congénito de una sociedad desigual que pretende nutrir y sustituir el acopio eficiente de riqueza para el desarrollo económico en el injusto reparto social de los ingresos, de los recursos y de las cargas, en el abandono social de los más débiles.

 

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