El petróleo, un recurso energético con una historia oscura

 

En esta etapa de calentamientos y preparativos, los candidatos a la presidencia de la república todavía no han manifestado, con claridad, qué tienen pensado respecto a la explotación de los recursos mineros y energéticos, especialmente el petróleo. ¿Estará a cargo de la empresa estatal, con una administración transparente en capacidad de cautelar los intereses de la nación, o simplemente tal tarea será entregada a precio de ganga, a alguna trasnacional? ¿Seguirá el modelo actual, que tantas convulsiones provocan?.

Lo cierto es que la historia de la explotación del petróleo, aquí y en cualquier lugar, está llena de oscuridades, de perjuicios mil. Ella hace recordar que las ganancias con frecuencia han servido para financiar a gobiernos represores, para estimular conflictos armados con tal de obtener las licencias del caso, ocasionar desastres ambientales y dejar verdaderas limosnas a la manera de beneficios para la población. Todo eso y más, sin contar la cadena de corrupción tan visible en estos días.

Todo comenzó aquellos años cuando ya expiraba el siglo XIX y el petróleo solamente se utilizaba para lámparas y lubricantes. El cambio se produjo en Alemania, cuando Sigfried Marcus inventó el motor a explosión y Karl Benz armó el primer coche a gasolina, mientras en Estados Unidos, Henry Ford creaba en Dearborn sus primeras máquinas automotores. Iniciado el siglo XX el petróleo se había convertido en un bien indispensable porque su uso movía el transporte por tierra, mar y aire.

Los episodios vividos hacen recordar a numerosos personajes variopintos que forjaron los perfiles de la repartición petrolera en todo el mundo. Una historia que no ha concluído pero que llena anaqueles con documentos valiosos para la narrativa y que lamentablemente los novelistas de esta parte del mundo, incluyendo a los premios Nobel, no se atreven a relatar.

Entre esos episodios figura el ocurrido en 1912, cuando Gran Bretaña se entera de la existencia petrolera en Mosul (Nínive), entonces territorio turco. Gertrude Bell, una aristócrata británica, muy bien relacionada con los jeques de la Mesopotamia, se zurró en el acuerdo previo que tenían con Francia, invadió la zona apetecida e hizo que el Foreign Office creara un nuevo trono de Irak, imponiendo a su amigo Feisal. Por aquellos años, Gran Bretaña ávida de riqueza ajena sembraba reyes por todo Medio Oriente.

En Mosul también se hizo famoso el armenio Basil Zaharoff, mejor conocido como «el magnate de la muerte», traficante de armas, que nació turco, se hizo griego, fue inglés y murió francés. Como agente inglés persuadió al gobierno griego de Elefterios Venizelos para que invadiera Turquía, sabiendo que este país contaba con apoyo francés y norteamericano. El ataque dejó un funesto saldo de 300 mil muertos griegos y armenios, pero permitió que la Sociedad de Naciones le diera la adjudicación a Irak, en realidad Gran Bretaña. Turquía se quedó sin petróleo, en 1927 Zaharoff se convirtió en el gran accionista de la Irak Oil Company y murió multimillonario.

En la región latinoamericana también se han registrado episodios un tanto parecidos. En 1904, Eduard Doheny, un petrolero norteamericano amigo de Porfirio Díaz, logró concesiones en México. Díaz entusiasmado con esas operaciones repitió el plato y en 1908 le otorgó otras concesiones al inglés Weetamn Pearson, a tal punto que su país se convirtió en un gran productor con 14 millones de barriles al año. Los negocios sin embargo no fueron tan transparentes. Del norte del continente entraban en juego otros intereses. La revolución de Francisco Madero acabó con Porfirio, pero años después el mismo fue asesinado por Victoriano Huerta, nada menos que por su ministro de Guerra. Fue el comienzo de una larga guerra civil. La sangre mexicana tiñó gran parte del territorio azteca. Washington y Londres se lanzaban mutuas acusaciones. Llegó a la presidencia Venustiano Carranza, quien en 1917 emitió un decreto donde se reafirmaba que el subsuelo y los minerales eran del Estado y condicionaba la compra de tierras por extranjeros. Carranza también fue asesinado por su ministro de Guerra, Alvaro Obregón. Este dejó sin efecto el decreto mencionado, hasta el advenimiento del régimen de Lázaro Cárdenas, quien nacionalizó el petróleo en 1937.

En otras tierras y con personajes diferentes hechos como los relatados se han repetido. Quizás lo ocurrido en Venezuela interese más por su cercanía. El país del joropo era hasta 1917 una nación agrícola. De casi un millón de kilómetros cuadrados, cuya topografía ofrecía 18 mil kilómetros de ríos navegables, una larga costa y mucha tierra para el agro. Su población era de dos millones de habitantes y exportaba un millón de sacos de café y 20 mil toneladas de azúcar. En 1921, el dictador Juan Vicente Gómez recibió la visita de James de Rothschild como padrino de la Shell y en 1922 la de representantes de la Standard Oil. El resultado fue una nueva ley de minería, con exención fiscal para la actividad petrolera, un 10 por ciento de impuesto a la exportación y un 7,5 por ciento de royalty al gobierno.

Venezuela se transformó en la nueva tierra prometida para las grandes empresas extranjeras. Comenzó a construir carreteras entre los campos petroleros. La fiebre amarilla, el paludismo y el alcohol hicieron estragos entre los obreros. En 1938 exportaba 2,7 millones de toneladas diarias -un décimo del total mundial- con destino a las refinerías de la Standard Oil en Aruba y de la Shell en Curazao. En 1935 murió Gómez. Eleazar López Contreras lo sucedió. El nuevo ministro de Hacienda, Alberto Adriani, exigió el pago de parte de los derechos en petróleo y la construcción de refinerías en suelo venezolano, para evitar la exportación de crudos a precios irrisorios, cobrar impuestos sobre esa base y luego importar gasolina cara. Alberto Adriani, tenía 38 años de edad. Apareció muerto en su habitación, en el Hotel Majestic, en Caracas. Lo sucedido después es otra historia.

Estos hechos rozan en similitud con acontecimientos que también se dieron en Perú. Una larga lucha por la nacionalización de la riqueza petrolera culminó en La Brea y Pariñas, Talara, por acción del gobierno revolucionario del General Juan Velasco Alvarado. Fue el 9 de octubre del año 1968. Concluyó medio siglo de usurpación. Las nuevas generaciones ciudadanas conocen poco o nada de este hecho histórico. Una lástima. Los candidatos a la presidencia de la república se suman a tal situación. Prefieren que se mantenga tal ignorancia.

 

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