“El que quiera saber cuánto duran tres minutos, que se suba a un ring y pelee un round. De seguro que no lo olvidará en toda su vida”. Estas son inolvidables palabras de mi recordado tío, Don Tito Castagnola, cuando en tregua de “negronis”, trago de selección para paladares itálicos, me enseñaba los secretos de la “filosofía boxeada”, que por aquel lejano entonces, yo me esmeraba en aprender. Así supe que en sus postres defensa del título mundial “peso mosca”, el campeón japonés Yoshío Shiray, fue vencido por el argentino “Pascualito Pérez” y cuando rumbo a los camarines, un audaz reportero (irreverente) le preguntó ¿Qué opinaba al cabo de su derrota?, este gladiador ponja, respondió sabiamente: “todos los campeones, tenemos una noche para perder”, frase que me enseñó a decir “adiós”, cuando “sólo hay que decirlo”, conforme comentaba Don Tito, para luego contarme que nada menos que Joe Louis “El Bombardero de Detroit”, semanas más tarde de haberse retirado invicto, coronado en el “Havy Weigt”, debió afrontar la demanda de su tercera exesposa, que le exigía una dolareada millonada al término de un tormentoso juicio de divorcio. Y cuando ya el juez, iba a emitir su sentencia, el Gran Joe, apareció-impresionante- en el tribunal, avanzó hasta abordar a su demandante y levantándola en brazos, dijo a Su Señoría: “Señor juez, a esta mujer, no sólo le voy a dar el dinero que me pide, sino mi vida entera, porque la amo con todo mi corazón”, remató mi añorado tío, para dibujar en el aire su sonrisa cachimbera, mientras lo ensayaba comentar: “Si pues, así queremos los campeones”. Pero eso no fue toda la lección de aquella tarde. “¿Tú has oído hablar del gran peleador francés Jake La Motta? «No», hube de confesar.
“Bueno pues -adelantó el narrador- a ese tremendo boxeador que había derrumbado como a ocho rivales seguidos en el “Yankee Stadium de New York, la mafia le secuestró a su pequeño hijo de seis años, amenazando matar al niño, si su padre, no caía knok-out, justo al octavo round, conforme esos bandidos, habían apostado millonariamente y tramposamente.
El rival de La Motta, era un miserable mensajero de los hampones, que a veces, dada su corpulencia, la hacía de crack “paquete” del ring, o guardaespaldas disuasivo. La pelea arrancó cuando los mafiosos, habían agitado ya sus “tickets” dando como vencedor “justo al octavo asalto” a su cómplice de pillerías. La pelea, fue -para el público- una inexplicable “masacre” en el curso de la cual, el campeón La Motta, no hacía más que recibir golpes, esquivar, retroceder y trabar de vez en cuando, mientras su impresentable rival se divertía de lo lindo.
Al mediar el fatídico octavo round, el “paquete” aplicó un huppercat (gancho) sin escuela, directo al mentón del francés, que teatralmente se derrumbó, para no levantarse tras la ominosa cuenta de diez, que consagraba en knockout. Vuelto a su esquina, y truqueramente “reanimado” por su principal Sécond, La Motta, paseó la vista por la zona de “ring-side”, como diciendo: “Yo, ya cumplí. Ahora, devuélvanme a mi hijo”.
Y en efecto, una glamorosa rubia, apareció en escena, con el asustado niño de la mano. El humillado campeón, abrazó a su hijo , cubriéndolo de besos, sintiendo que lo había rescatado de la muerte. Poco más allá, el reportero de rigor, le disparó: “Ok. Jake, después de esto, ya no soñarás con el campeonato del mundo”. A lo cual, el valeroso La Motta, respondió: «¿Para qué? Si ahora soy el campeón mundial de los padres». Y se fue llevando en brazos a su cachorrito, como quien celebra el más hermoso trofeo de su vida entera. Al día siguiente, anunció su retiro del box y se apresuró a retornar a Francia. Ya había conocido New York.
Y para hablar de todo esto, llevé a Tito Jr. a la trattoría de la avenida Colonial. Le dije: “Toma asiento aquí nomás que te voy a regalar una sorpresa. Acto seguido, capturé al más antiguo de los cocineros y poniéndolo frente a mi invitado, le pregunté: “¿Tú recuerdas donde se sentaba Don Tito Castagnola?” -“Claro, señor,- me respondió- , justo frente a la silla que ocupa el caballero”- señalando a mi invitado. “¿Y qué recuerdos tienes de Don Tito?” -Un señor de señores, sin duda alguna. Nosotros siempre le escuchábamos habar de box, de los grandes campeones”.
“Es que tu padre, -le dije a Tito Jr., mi primo putativo- no sólo era un gran señor, sino un campeón de los señores.
Él me enseñó la filosofía boxeada, que vale tanto para el ring, como para los golpes que da la vida, le dije emocionado.