En un país en democracia no hay posibilidad de «golpe de Estado»

 

Vaya uno a saber qué hace creer al expresidente Alan García Pérez que estamos en las vísperas de un «golpe de Estado». Para muchos y eso lo sabe él, son sus propios miedos de enfrentar a la justicia los que le llevan a decir tal procacidad. Está de espaldas a la realidad, cuando la justicia, en las últimas semanas, presenta un rostro mejor y permite pensar que una nueva generación de jueces y fiscales le está inyectando una fuerte dosis de razonamiento y fundamento jurídico para combatir ese terrible mal que se llama corrupción.

El hecho de extraer de sus viejas galeras una afiebrada definición sobre lo que significa, según el exmandatario, el «golpe de Estado», ha repercutido negativamente en la ciudadanía, a tal punto que no faltan quienes consideran que sufre de alguna alteración mental. Solamente así se podría explicar qué lo ha empujado a decir tal barbaridad. Por eso, en estas circunstancias, es una amable sugerencia, sería bueno que algún samaritano le haga saber que la nación vive un tiempo nuevo, en un escenario donde se da ejemplo de gobernabilidad, respetando la división de poderes del Estado y afirmando una democracia que tiene entre otros objetivos, llevar a la cárcel a los malandrines que, desaforadamente, vaciaron las arcas fiscales y hasta vendieron su poco de dignidad a empresarios inescrupulosos, para llenar sus alforjas con coimas y sobornos, a cambio de la promesa de entregarles las contratas de obras públicas sobrevaluadas.

Ese samaritano también podría asumir el trabajo de hacerle saber que el Estado moderno se caracteriza por poseer un fuerte aparato militar y policial, dotado de elementos ofensivos y defensivos altamente desarrollados, como consecuencia de una ciencia y una técnica muy evolucionada. Hace pocos días, y en ese propósito, el gobierno ha cumplido con la obligación reglamentaria de relevar a los mandos respectivos. Así es la vida en democracia. Tal poderío hace sumamente difícil, imposible, llevar a cabo un «golpe de Estado», sin el concurso activo de todo o parte del aparato militar del Estado.

Esto ya está explicado por la ciencia del saber. No son tiempos de fascismos o de totalitarismos, porque aún en casos de debilitamiento extremo de los órganos del Poder, el «golpe de Estado» está fuera del alcance exclusivo del elemento civil en un país moderno. Aquellos años, de regímenes o colectivos políticos, que creaban sus propias fuerzas de choque al margen de las fuerzas armadas del Estado, que militarizaban a sus partidarios, que les hacían lucir camisas negras y pardas, hoy forman parte de un pasado que, nunca más, podrá retornar.

Precisemos. El Perú, con esta nueva generación de jueces y fiscales, es testigo de la forma cabal cómo la presunta estructura criminal muestra su desfigurado rostro dentro de la estructura legal del estatuto partidario, está viendo con sus propios ojos los métodos delincuenciales para lavar dinero malhabido, con ayuda de falsos aportantes, aportantes fraudulentos, rifas y cócteles, está tomando conocimiento de la forma cómo se transfiere dinero a los secuaces del líder o de la lideresa, blindándoles de una posible acusación posterior, se está informando del mal uso de las redes sociales para desacreditar a quienes tienen el deber de administrar correctamente justicia, además de pretender el agotamiento de instancias para obstaculizar a la justicia y dilatar el desarrollo de las investigaciones.

Por todo lo referido es repudiable que se hable de posible «golpe de Estado». El terreno de la democracia está parejo. La buena administración de justicia se encargará de sancionar a quienes han delincuenciado el hacer política.

 

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