El presidente Humala acaba de declarar que conduce una combi con 30 millones de peruanos.
Según las encuestas, sólo uno de cada diez ciudadanos tiene confianza en este chofer. Por lo tanto, al presidente le convendría poner candado en la puerta de la combi, no sea en que la próxima esquina se quede sin pasajeros.
En otra de sus curiosas intervenciones, el mandatario ha dicho: “Los de abajo me eligieron. Probablemente los de arriba no quisieron. Tuvieron otros candidatos… Se los dije a los de arriba: voy a gobernar para los de abajo”.
No sabemos si esto último es una metáfora como la anterior, una hipérbole, un error, una falacia o quizás simplemente una broma pesada. Ocurre que ninguno de “los de abajo” se siente feliz en la combi del presidente y, por su parte, “los de arriba”, incluidos los miembros de su bancada, están esperando ansiosos que llegue la próxima parada.
Es cierto que los de abajo lo eligieron, pero no lo es que gobernara para ellos. Era una victoria de los postergados, de los de abajo y de quienes querían transformar el Perú, pero Humala la asumió como una victoria personal de la que podía disponer a su antojo, y, no se sabe si por servilismo o por miedo, se la traspasó a los de arriba.
Un recuerdo grafica su extraordinario cambio. En los días de las elecciones, conocí en Cajamarca a un viejo campesino que estaba vendiendo su borrego para comprar pinturas y hacer cartelones humalistas. Lo hacía porque el candidato había dicho que entre el agua y el oro, elegiría el agua. Desde el primer día, aquél hizo todo lo contrario. Se decidió por la continuidad del modelo económico y la “constitución” de Fujimori, y por supuesto se puso a las órdenes de los empresarios mineros.
Poco tiempo después, el mismo anciano vio asombrado a los cuerpos armados del estado mientras invadían Cajamarca para proteger los intereses de la gran empresa minera. Seguro que después lloró a sus hijos y sobrinos, muertos por defender la tierra y la pureza de los cielos.
Cuando tan sólo uno de cada diez pasajeros confía en él, se trata de un gobierno débil, y esos son los peores. Esos son los que tratan de mostrarse fuertes, y lo son generalmente con los débiles.
Muestra de la fiereza del actual gobierno débil es la sangrienta represión de la protesta social que ya ha dejado decenas de muertos. Lo es también la soplonería de la DINI que llegó a espiar la casa de la vicepresidente del Perú.
No es la primera vez en la historia peruana que alguien de abajo se entrega a los de arriba. Lo he dicho antes. El coronel Luis Sánchez Cerro en los comicios de 1931. Aunque tenía listo el fraude electoral, necesitaba masas para su campaña, y los grupos choloides y afroperuanos se las dieron en la inocente creencia de que haría un gobierno para los que más se le parecían físicamente, los de abajo. No fue así. Apenas llegado a Palacio, se entregó por completo a los ricos.
Y sin embargo, su obsecuencia, no tuvo premio. Los de arriba jamás lo consideraron uno de ellos y, peor aún, lo humillaron cuando solicitó ser admitido como socio en el Club Nacional.
“Los de arriba” siempre han pagado así estas entregas incondicionales. Al indio tallán que los apoyó para emboscar a Atahualpa, lo descuartizaron un año más tarde. Al cacique Pumacahua, que fue fundamental en la captura y derrota de Túpac Amaru, no le dejaron otro camino que la rebelión y, por fin, lo decapitaron.
¿Estamos de verdad en una combi?…-¡Paren, por favor, en la esquina, bajan!.