J.C. Mariátegui: La tinta de la memoria

 

Aceptaba que le digan «El Amauta» a José Carlos Mariátegui, el ensayista. Me decía Sandro Mariátegui, su hijo, que fue el más grande editor de la obra de este periodista peruano llamado José Carlos Mariátegui que hizo de su pluma un instrumento para cambiar el país y el mundo. Que fundó el socialismo peruano, que fundó la Confederación General de Trabajadores del Perú, que fundó la revista Amauta para hacernos reflexionar que somos aquellos herederos de ese sueño hecho historia reciente y vanguardia vigorosa del futuro actual.

Y solamente fue un joven periodista un joven maestro de nuestro tiempo, periodista, que es el más grande editor de la obra de este periodista peruano llamado José Carlos Mariátegui que hizo de su pluma un instrumento para cambiar el país y el mundo. Que fundó el socialismo peruano, que fundó la Confederación General de Trabajadores del Perú, que fundó la revista Amauta para hacernos reflexionar que somos aquellos herederos de ese sueño hecho historia reciente y vanguardia vigorosa del futuro actual. Y solamente fue un joven periodista un joven maestro de nuestro tiempo.

[Parque Washington. Lima, junio 1928. José Carlos Mariátegui ha pedido al fotógrafo argentino José Malanca ser retratado de perfil. Al fondo se observa desenfocado un arbusto de moras. Son las tres de la tarde aproximadamente. Mariátegui ha salido a realizar su cotidiano paseo de la tarde. Luego regresará a su estudio. Hay que cerrar el número 16 de Amauta en homenaje a Manuel González Prada por el décimo aniversario de su muerte. El retrato fue elegido por «El Amauta» como una postal de propaganda para anunciar la primera edición de su libro “Los 7 ensayos”].

La casa del jirón Washington 1946 –designada en ese entonces como Washington Izquierda N° 544 – 970– luce hoy como en aquellos días. Soleada, ventilada, amplia y acogedora. Los muebles tallados de línea italiana se conservan tal cual. Apenas falta la pequeña máquina de escribir Remington. Apenas falta el desorden perfecto de la ilustrada biblioteca. Apenas falta el apacible y refugiable Rincón Rojo. Apenas falta el periodista corajudo, el lúcido intelectual, el joven maestro que hizo de los espacios de éste, su recinto doméstico –hoy convertido en casa museo– morada y aula y ágora en un momento sombrío y dramático para reinventar un país.

Era la residencia de José Carlos Mariátegui, hogar-taller, lar y laboratorio donde el periodista se revelaba contra una sociedad en las brasas del autoritarismo corrupto del presidente Augusto B. Leguía. Entonces en tiempos de la «Patria Nueva», se cerraban periódicos y revistas, se quemaban las imprentas, se encarcelaban y desterraban a periodistas y enemigos del régimen. Así, turbas alentadas por el gobierno, asaltaban e incendiaban diarios como La Prensa o EI Comercio; y Mariátegui, que desde su retorno de Europa, vio resquebrajada su salud, abría las puertas de su casa para sus amigos y compañeros. A las seis de la tarde se iniciaban las llamadas tertulias. A esa hora llegaban tres o cuatro nuevos o viejos camaradas. Una hora más tarde, la sala-estudio se hallaba repleta de jóvenes. Y se hablaba de política como de arte, de música como de sindicalismo, de literatura como de ideas socialistas. Pero sobre todo, se hablaba a voces del Perú.

¿Y qué significaba ser periodista en esa época? Ser severos y críticos con los fastos del gobierno represivo. Y el periodismo era en ese entonces la mejor fuente para acercarse a la realidad peruana, tan poco conocida y estudiada. Juan Gargurevich ha señalado con propiedad que Mariátegui regresó al Perú en 1923 convencido de que la vía socialista era la única salida para los peruanos. Pero aclara que sus ideas revolucionarias fueron fruto de una experiencia que nació a los 14 años, cuando ingresó a trabajar a La Prensa y que evolucionó rápidamente hasta convertirlo en uno de los periodistas más lúcidos del país y luego precoz director, junto con César Falcón, del diario más radical de su tiempo: La Razón.

Y si es cierto que José Carlos Mariátegui a su regreso de Europa en el 23 tenía el propósito de fundar una revista, es verdad también que este anhelo se fue postergando hasta 1926. Y se postergó porque Mariátegui soportó una penosa enfermedad que casi le cuesta la vida donde incluso tuvieron que amputarle una pierna. Pero fue en su convalecencia que el proyecto fue madurando, tomando forma, reuniendo a otros periodistas e intelectuales de ideas afines. En setiembre de 1926, finalmente aparece Amauta, revista de doctrina, arte, literatura y polémica y que en su presentación dice: “El objeto de esta revista es del de plantear, esclarecer y conocer los problemas peruanos desde puntos de vista doctrinarios y científicos”. Para finalizar Mariátegui con esta sentencia profética. “Nada más agregaré. Habrá que ser muy poco perspicaz para no darse cuenta de que al Perú le nace en este momento una revista histórica.

(Lima, mayo de 1923. Instantánea de Mariátegui con el presidente Augusto B. Leguía –de sombrero de tarro–. Inauguración de la exposición pictórica en casa de Pedro López Aliaga. También aparecen el ministro de Guerra Benjamín Huamán de los Heros y Federico Gerdes. A ambos lados del retrato los curiosos intentan perpetuarse con los personajes. Lima, mayo de 1927, después de publicado el número 9 de Amauta, la revista es clausurada por Leguía. Mariátegui es acusado de organizar un «complot comunista». Así, en precario estado de salud, fue a parar a la cárcel).

Hace un tiempo al concluir el Simposio Internacional “Amauta y su época” quedó aclarada aquella incompatibilidad nacional entre la política y su cultura. Que con el pensamiento de Mariátegui, en esencia, puesto en práctica en su monumental obra periodística, dicha oposición no existía. el periodismo integral mariateguiano, especialmente aquel que se expuso con brillo y genio durante los 29 y los 32 números que tuvo Amauta, integró de manera dialéctica el pensamiento de este joven marxista –que apenas alcanzó a vivir un poco más de la treintena de años– con la realidad de un Perú que todavía está por descubrirse.

De ahí que el editor Sandro Mariátegui, (Sandro Tiziano Mariátegui Chiappe, (Roma, 9 de diciembre de 1921 – Lima, 28 de setiembre del 2013) quien con la valiosa colaboración de los estudiosos de la obra de Mariátegui ubicados en todos lo confines del universo, ha venido publicando el Boletín «Amauta y su época», anuncie imperiosamente que antes de fin de año aparecerá editado en un único libro todas las ponencias que se presentaron para el importantísimo simposio, que no ha demostrado otra cosa que la obra del “Amauta” es una obra abierta, que necesita de un redescubrimiento y otras necesarias relecturas.

Cierto es que desde la muerte de Mariátegui, muchas interrogantes no fueron aclaradas. Cierto es que el socialismo en el Perú necesita de un nuevo impulso, tal como se replanteó a partir de la «segunda etapa» de Amauta –el número 17, setiembre 1928– cuando se propuso: “No queremos, ciertamente que el socialismo sea en América calco y copia. Debe ser creación heroica. Sin solución de continuidad, hoy más que nunca, el legado de Amauta, es pues una buena lección para rediseñar nuestra historia. Aquella que de manera firme le corresponde escribir a la izquierda peruana para deslindar sus alternativas y sus desafíos.

Tal como escribió a su tiempo Denis Sulmont en “Historia del movimiento obrero peruano (1890-1977)”, que en torno a la revista Amauta se desarrolló un debate político que terminó con la ruptura entre la posición de Mariátegui y la de Haya de la Torre y que fue el origen y principio de las dos principales corrientes y organizaciones políticas –el socialismo y el aprismo– que marcaron el movimiento obrero peruano hasta la actualidad. El Perú ha cambiado, y otras opciones están en juego. Por eso la obra de Mariátegui otra vez no obliga al urgente debate.

(Roma, marzo de 1922. José Carlos Mariátegui retratado con el escultor peruano Artemio Ocaña y, en los brazos de éste, el niño Sandro Mariátegui Chiappe. Es un día típico del invierno romano en la terraza de la casa en Viadella Scrofa 10, donde residía la familia de «El Amauta». Un año más tarde, regresarán al Perú a bordo del buque Negada. Mariátegui traía un sueño: Amauta, más que una revista, una tribuna de ideas donde se confronten las grandes tendencias filosóficas, políticas, económicas y sociales de la época. Fue un sueño que al tiempo se hizo realidad).

La casa es idéntica como yo la recuerdo –dice Sandro Mariátegui, el hijo mayor del maestro José Carlos–. Y ahora que estamos hablando de su padre, su entusiasmo se enciende a cada instante, que ora me muestra la impresionante edición de los dos tomos de “Mariátegui Total” y ora está hablando de las portadas –las maderas– que el maestro Sabogal diseñaba para la revista Amauta. Y tiene también en sus manos los 6 tomos del facsímil de la revista tal como era en sus diferentes etapas. Y cuenta que de aquellos amigos que llegaban a la tertulia de la casa Washington sobrevivían hasta hace poco tiempo seis compañeros de su padre. Y empieza con César Miró, y sigue con Estuardo Núñez, Jorge Falcón, Jorge del Prado, Emilio Adolfo Westphalen y Nicanor de la Fuente. “Nixa” que vive en Chiclayo y todavía como los buenos ejerce el periodismo.

Mi padre murió cuando yo tenía 8 años –me cuenta y lo recuerda–. Se levantaba a las 7 de la mañana. A las 8 ya estaba afeitado y tomando desayuno –Ahora está señalando un plano de la casa–, así comenzaba un día de trabajo digamos normal. Del comedor avanzaba con su silla de ruedas por este corredor hasta su estudio. Y contestaba la inmensa correspondencia, leía los diarios y se ponía a escribir para Amauta o para Labor. El diagramaba y redactaba casi solo la revista. Tenía su secretario, Antonio Navarro Madrid, que ocupaba un ambiente al fondo de la casa donde estaba el archivo de las publicaciones.

Y ahora me está explicando que a pedido de su madre, doña Anita, contrataron a un mecanógrafo, un tal señor Solano porque mi madre, decía que por estar delicado de salud, mi padre se agitaba mucho cuando escribía. Y José Carlos Mariátegui escribía a máquina con una velocidad extraordinaria, sin faltas y muy pocas veces corregía. Que primero tuvo una máquina Underwood grande que trajo de Europa que tenía los acentos franceses. Esa máquina se la prestó a un amigo periodista, un amigo muy conocido y que no la vio más. Y después don José Carlos se quedó con una Remington portátil.

Que en la casa de Washington el recuerda el nacimiento de José Carlos y de Javier, sus hermanos menores. Porque su madre daba a luz en la casa. La atendía el doctor Carlos Roe con la asistencia de una partera de nombre Cristina Monasterio. Y la casa era amplia y estaba escrupulosamente dividida. Así que don José Carlos bien podía estar en la amplia sala que después fue convertida en el estudio por la cantidad de libros y los numerosos amigos que comenzaban a llegar a las 6 de la tarde, como ellos los niños tenían todo el espacio para jugar entre el pasadizo y el patio.

Y ahora, ese hombre de 75 años que es Sandro Mariátegui, con la mirada enternecida por los recuerdos, que me está contando cómo eran los almuerzos de los domingos. Los almuerzos de un periodista y su numerosa familia. Mi madre –me dice– sacaba por obra de magia unas botellas de vino chianti, esos que tenían una canastilla en la base, sí, para los almuerzos del domingo. Y ella misma, desde la noche anterior preparaba la masa y la salsa de los ravioles. Pero quiere saber una cosa –me confiesa–, yo jamás he vuelto a comer los bistec apanados que preparaba “la negra” Angélica, que era en realidad nuestra cocinera de todos los días. Eran extraordinarios y eran enormes. Los servía sobre un arroz bien graneado, y era un fiesta. A mi padre también le encantaba, porque después de todo, la nuestra era una familia normal, como todas. Nosotros teníamos al fondo un corral y hasta se criaban gallinas. ¿Y sabe otra cosa? En nuestra cocina batán, porque, claro, no existían las licuadoras.

Y ahora está contando que su padre mantenía un sentido del humor muy especial, muy íntimo y cordial. Que le gustaba las fotos con sus hijos, que hablaba de ellos con sus amigos. Y que sus amigos eran el joven poeta Westphalen y Estuardo Núñez y Xavier Abril, todos del colegio Alemán y también, Ricardo Martínez de la Torre, que después fue gerente de Amauta, que era su principal colaborador. Y que recuerda cuando llegó el tímido Martín Adán y del colegio aparecía César Miró. Que por la casa desfilaban obreros, estudiantes, periodistas y por cierto “los soplones” al mando de un tal policía Benavides, que fueron aquellos que apresaron a su padre y en la silla de Ruedas se lo llevaron al hospital San Bartolomé.

Y tiempo después, mientras una noche mi padre estaba conversando en lo que llamaban el Rincón Rojo con el pianista argentino, Héctor Ruíz Díaz y Ricardo Vega García, entraron otra vez “los soplones” al mando esta vez de un tal Miustiga y lo acusaron de que en nuestra casa se estaba gestando un complot “comunista”. Tomaron la casa y como después llegó Jorge Basadre y también César Miró, los dos fueron a parar presos a la isla de San Lorenzo.

Y esta es la memoria con olor a tinta de Sandro, el mayor de los Mariátegui, que es el más grande editor de la obra de este periodista peruano llamado José Carlos Mariátegui que hizo de su pluma un instrumento para cambiar el país y el mundo. Que fundó el socialismo peruano, que fundó la Confederación General de Trabajadores del Perú, que fundó una revista llamada Amauta para hacernos reflexionar que somos aquellos herederos de ese sueño hecho historia reciente y vanguardia vigorosa del futuro actual. Y solamente fue un joven periodista un joven maestro de nuestro tiempo.

 

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