La agenda del bicentenario

 

El presidente Martín Vizcarra ha lanzado desde Ayacucho la Agenda del Bicentenario. Lo ha hecho en una ciudad, donde además del bicentenario de la independencia nacional el 28 de julio de 2021, debe celebrarse el bicentenario de la Batalla de Ayacucho el 9 de diciembre de 2024.

Ambas fechas son importantes en la historia del Perú, pero la segunda tiene trascendencia mayor, ya que marca el fin del dominio del imperio español en América Latina, garantizando a la vez, la independencia de las nuevas repúblicas que surgieron en el vasto continente.

Son 200 años. A la gesta de la independencia, el Libertador Simón Bolívar, la calificó en su momento, “que por su esencia es la más justa, y por sus resultados la más bella e importante de cuantas se han suscitado en los siglos antiguos y modernos”. El gran sueño del Libertador de hacer una sola nación, no se concretó y queda pendiente para las nuevas generaciones.

En lugar de unirnos nos fragmentamos. En lugar de construir la paz, nos enfrascamos en guerras fratricidas. Terminada la independencia, el continente fue ingobernable. Y no sólo el Perú, sino todas las nacientes naciones, pasaron por una etapa de tiranías, ejercidas, paradójicamente, por quienes lucharon por darles la libertad.

Como todo parto en la historia, el nacimiento del Perú, como estado nación, fue doloroso. La república inicial, ese periodo anárquico, que siguió a la retirada de Bolívar, fue una etapa dura, con la economía prácticamente paralizada y el país empobrecido.

Ninguna de las otras repúblicas sudamericanas hizo tanto gasto para lograr su independencia como el Perú. Sin recursos, el presupuesto siguió sustentándose en el oprobio de esquilmar a los que menos tenían: la población indígena, porque el tributo a los indios se siguió cobrando hasta la mitad del siglo XIX.

Al cumplir el primer centenario, luego de haber sido derrotado y mutilado en el sur, el Perú seguía siendo, en gran parte, el mismo que surgió en la tercera década del siglo XIX. Era todavía un proyecto de nación. Jorge Basadre, el gran historiador de la República, señaló en 1931, que “el verdadero Perú es todavía un problema” pero además, “es aún una posibilidad”. “Problema es, en efecto y por desgracia el Perú; pero también felizmente, posibilidad”

Justamente, no había resuelto uno de los grandes problemas, que lo señaló con precisión José Carlos Mariátegui, tres años antes: el problema del indio, que no era otra cosa que el problema de la tierra. Tuvo que esperarse otros 50 años, para que se resuelva, pese a las críticas y odios que despertó.

Son doscientos años de república. Ha conocido el Perú momentos de gloria, aunque escasos, y grandes frustraciones. Muchos han calificado que somos el país de las oportunidades perdidas, que siempre dejó pasar el tren de la historia.

Las épocas de bonanza se perdieron en despilfarro y corrupción. No tuvo el Perú una clase gobernante que tenga un proyecto de país. Con ironía, Alfredo Bryce Echenique, en una de sus novelas, reproduce el pensamiento de esa oligarquía que gobernó, que soñaba vender este país tan grande y feo y comprarse uno más chico y bonito cerca a Paris.

Pero el Perú ha cambiado más en los últimos 50 años, más que en el siglo y medio anterior. La modernidad ha llegado a casi todas las ciudades capitales de departamento y provincia, que hasta mediados del siglo XX vivían ignorados. El gamonalismo ha desaparecido y nadie se jacta hoy de ser hacendado. Una clase media, surgida de la gran movilidad social, producto de la educación superior, se ha constituido en una perspectiva para el futuro.

Sigue los males heredados, como la corrupción y se han perdido valores. Pero pese a todo esto, hay en el fondo, una reserva moral que está saliendo y mostrándose cada vez con mayor incidencia.

Es posible entonces, que el sueño de Basadre se haga realidad. Dejar de ser un problema y convertirnos en esa gran posibilidad de ser una nación, donde en lugar de un futuro impreciso, exista la factibilidad para que nuestros hijos, los hijos de todos, vivan mejor que nosotros.

Ese Perú es posible. Dejar de ser un proyecto y llegar a ser una obra construida con el esfuerzo común. Aprovechando la gran diversidad, en todos los aspectos, desde la geografía hasta la cultura. Debemos ser orgullosos de lo que somos, como decía Arguedas, la nación de todas las sangres, donde no nos discriminemos por el color de la piel o idioma. Y por supuesto, se respeten los derechos humanos, para que podamos disfrutar de la libertad.

 

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