La autogestión y la derrama

 

Al retirarse del magisterio hace algunos años, mi hermana fue a cobrar su Derrama. Todo el dinero que recibió por ese concepto le alcanzó ajustadamente para comprar un par de zapatos.

Las cosas han cambiado. En nuestros días, un maestro que se retira obtiene, en primer lugar, la devolución del cien por ciento de sus aportes, además de los intereses generados por los mismos y los bonos de reparto. Por otro lado, en el caso de invalidez, hay una compensación económica para él, y, por fin, sus deudos la reciben luego de su fallecimiento.

También puede conseguir una vivienda dentro de los proyectos del sistema que ahora ha construido miles de departamentos en Piura, Chiclayo, Chachapoyas, Trujillo, Lima e Ica.

En una época en que solamente recibimos noticias nefastas sobre las instituciones del país, es necesario levantarnos el ánimo enterándonos de qué es lo que funciona bien en nuestro país… y cómo lo hace.

Para decirlo con la Wikipedía, “Derrama Magisterial es una institución de previsión y seguridad social del Perú, perteneciente a los maestros de los colegios estatales del Perú. Tiene como objetivo brindar beneficios por retiro, invalidez y fallecimiento así como otros servicios dirigidos al bienestar integral de sus asociados”.

A este concepto hay que agregar que los fondos provienen de los aportes de los propios maestros, equivalentes al 0.5% de la UIT, que mes a mes hacen descontar de su sueldo.

En un país donde la inversión en educación es mezquina y los sueldos apenas alcanzan para cubrir las necesidades inmediatas, la existencia de la derrama magisterial representa un significativo desahogo para los docentes peruanos.

-Tengo un hijo en edad de seguir estudios profesionales.- me cuenta un maestro de Lima.- En las universidades privadas, mi sueldo no alcanzaría para pagar su pensión. En las públicas, hay que cancelar la matrícula, la movilidad, los libros. Mi hijo estaría condenado a no aspirar jamás a los estudios superiores.

Y añade: -Por eso tengo un préstamo de la Derrama. Sus intereses y el plazo que me dan me permitirán pagarlo poco a poco.

La Derrama no fue un regalo caído del cielo. La suya es una historia de lucha. Fue creada en 1965 para ser administrada por el Ministerio de Educación. Sin embargo, dicha gestión fue pésima y por eso, en 1984, se fue a la bancarrota arrastrando a miles de docentes que se quedaron sin cobrar sus beneficios… ni comprarse un par de zapatos.

Ese año, el ministerio la transfirió a la administración del Sindicato Único de Trabajadores de la Educación (SUTEP) que inició una gestión conjunta moderna y de verdad eficaz. Ellos además tienen a la SBS fiscalizándolos permanentemente.

El éxito de esta empresa de propiedad y gestión social alarma a los sacristanes neoliberales. No sé si por eso, al gobierno de Alan García en enero del 2007, emitió un decreto supremo desafiliando de este organismo a todos los profesores y convirtiendo la membresía en voluntaria.

Había que hacerle frente al desafío, y los maestros se lanzaron a hacer entender los beneficios de trabajar juntos. En cuatro sólo cuatro meses, la mayor parte del magisterio estaba ya inscrita de nuevo.

Heli Ocaña, un profesor ancashino de primaria, ha estado rigiendo hasta diciembre los destinos de la institución. La suya ha sido una administración tan importante que varios países del área están creando organismos similares y en todos se demuestra que la participación de los maestros en la gestión de su propia empresa es fundamental. Walter Quiroz Ibáñez, docente de primaria en Trujillo, es el nuevo presidente.

Conozco las actividades culturales de este organismo porque, en unas cuantas semanas viajé a 12 ciudades del país e hice 62 presentaciones de mi libro “Vallejo en los infiernos” editado por la Derrama, y en mis conversaciones con el público, los profesores y los estudiantes, sentí que en verdad cuando se habla con el pueblo, se habla de corazón a corazón.

 

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