La chispa de la vida

 

Salió a recibirnos con una sonrisa en todo el rostro, cálido apretón de manos y una invitación a charlar como todo buen anfitrión.

No tenía idea que la persona a quien visitábamos iba a resultar un pozo de sorpresas; para empezar, su longevidad y luego, el estilo airoso con que lleva los años.

Nuestro personaje inspirador es un caballero que conserva las buenas maneras de la vieja escuela, el verbo fácil, el sentido del humor y, años atrás según nos cuentan, de muy buen ojo para celebrar a las muchachas de buen ver.

Nacido en mayo de 1911 tiene ya 104 cumplidos y se mantuvo en actividad, incluso como votante en las elecciones, hasta muy cerca de los cien años.

Con limitaciones inevitables en el oído y en la memoria, no se muestra culpable por sus olvidos. A quien le pregunta, responde con franqueza: “Ahora no me acuerdo” y cuenta en cambio lo que sí retiene.

Su día transcurre en calma rutinaria hasta que llega determinada hora cuando el caballero de nuestra historia reclama su copita diaria del mejor pisco, y como como con varita mágica se enciende en él una nueva chispa de vida.

Le basta con aspirar el aroma incomparable del pisco puro para iluminársele el rostro, para ensanchar la sonrisa y es cuando la conversación se anima. Al primer sorbo ya hay frases galantes y requiebros para la concurrencia femenina.

Parece que el oído conociera de buen pisco porque a partir de entonces el diálogo fluye ya sin tener que hablarle fuerte y directo a la oreja, y nuestro personaje forma un dúo de bromas y carcajadas con uno de sus amigos casi 40 años menor.

Era cosa de verlos, como dos colegiales compinches recordando travesuras y pecados veniales de los tiempos idos.
Y los elogios a las visitantes adquieren un cierto tono pícaro. Dice que le gustaría poner música ¿estará pensando en bailar? Hacerlo sería físicamente riesgoso pero queda claro que ánimo no le falta.

Ver encenderse la chispa de la vida en nuestro personaje inspirador, brindar con él por el placer de la compañía, festejar a todo pulmón la calidad del licor de dioses, no tiene precio, como dice cierto comercial.

Es uno de sus momentos de felicidad hecho de pequeñas grandes cosas; un ligero toque de magia para vivirlo incluso cuando se tienen más de cien años.

Borges escribió en el primer verso del “Elogio de la Sombra”:
La vejez (tal es el nombre que los otros le dan)
Puede ser el tiempo de nuestra dicha.

 

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