¿Cuándo se jodió el Perú? se preguntó, con una suma de angustia y dolor, Zavalita, el recordado personaje de la novela «Conversación en la Catedral». Esto fue hace años, cuando Vargas Llosa recreaba, con vehemencia juvenil, el drama de un país que no sabía en qué momento y cuáles fueron las circunstancias en que se derrumbó política, económica y socialmente. Ello pese a que siempre había sido dueño de una riqueza infinita, sin límites, capaz de distribuir a manos llenas el bien común que venía reclamando la nación, de una generación a otra generación. La respuesta se colmó de silencio, de una afonía inesperada.
En estos días la interrogante nuevamente se pone a flote, esperando que alguien le de prioridad en su agenda política. ¿Quién de los más voceados candidatos a la presidencia de la República, se animará a decir, con la solemnidad que el caso amerita, que de llegar a la primera magistratura, le dirá a Zavalita (en realidad el nombre ficticio del pueblo), que gran parte del problema está dado por la corrupción, a la que se enfrentará por encima de otras necesidades? En las actuales circunstancias y tomando en consideración la suma de acusaciones que se vienen dando entre ellos, resulta difícil dar un pronóstico adelantado. Unos más que otros tienen alguna mancha sobre el pecho.
Es casi un imposible encontrar, entonces, quién tome la iniciativa. Los más recientes escrutinios ciudadanos, mencionan que el mal tiene raíces profundas en la ineficiencia y corrupción en el sistema judicial, en la falta de valores y principios, en la escasez de leyes adecuadas, en la ineficiencia y corrupción de la policía, en la falta de trabajo, en la pobreza, en la presencia suprema de una cultura de impunidad y falta de respeto a la ley. Y como si fuera poco, además también por la existencia de una ideología que justifica la violencia, la cultura de la informalidad y las desmesuradas expectativas de crecimiento económico personal. Todas esas son las principales causas que van en orden descendente según opinión de un 42 por ciento a un 8 por ciento de la opinión pública.
Por lo demás, es cierto que el problema de la corrupción viene de tiempos añejos, cuando la invasión española dejó de lado toda posibilidad de cultivar el «ama sua», el «ama llulla» y el «ama quella», herencia incaica que significa «no seas ladrón», «no seas mentiroso», » no seas ocioso» y cuya vigencia, ha sido actualizada por la Organización de las Naciones Unidas, mediante una resolución unánime. Resolución ésta aprobada por la ONU y no precisamente a iniciativa de la diplomacia peruana, sino más bien por la representación de Bolivia en tan alto organismo internacional.
La historia refiere que así como llegaron a estas tierras males bacterianos como la viruela, la peste bubónica, la fiebre amarilla, el cólera, el sarampión y la tisis, enfermedades desconocidas para la defensa biológica de los habitantes de América y que entre sus primeras víctimas estuvieron Huayna Capac y su sucesor designado Ninan Cuyuchi, a consecuencia de la viruela, también arribó ese terrible mal de carácter inmoral, conocido como la corrupción. Prueba de ello fue la forma cómo Pizarro logró doblegar, mediante promesas y halagos la conciencia de cientos de miles de indígenas, para convertirlos en sus aliados, en sus subordinados, para enfrentar al Inca Atahualpa. Fueron cientos de curacas y miles de indígenas que le sirvieron de fuerza de combate, personal de carga y guías en los caminos y hasta de advertencia ante las posibles acciones que desde las quebradas y alturas andinas podrían acometer las huestes del emperador quechua, a quien presentó mentirosamente como un invasor y responsable de la muerte de Huáscar.
Pero todo eso forma parte de la historia no oficial. Esa historia que persiste en desconocer que la corrupción en estos años e igualmente desde muy atrás, tiene forma de tráfico de influencias, o forma de obtención de favores ilícitos a cambio de dinero u otros favores y que, por lo demás, es un fenómeno que constituye una vulneración de los derechos humanos, por cuanto, generalmente, entraña una violación del derecho a la igualdad ante la ley y, en ocasiones, como bien se hace recordar, llega a suponer una vulneración de los principios democráticos, por cuanto conduce a la sustitución del interés público al interés privado de quienes se corrompen.
El caso actual de la politica nacional hace ver que el mal de la corrupción continuará en infinito. ¿Han observado cómo se mueven entre bambalinas quienes desean un lugar expectante en la confección de las posibles listas parlamentarias? ¿Y que entre esos posibles candidatos hay quienes tienen de padrinos a financistas involucrados en actos delincuenciales? Los tiempos corren, pero da la sensación que no cambian para bien del país. Continúa flotando esa frase infame que afirma que todo hombre tiene un precio y que lo que hace falta es conocer cuál es.