La cultura del “No reclamo”

 

En la pizarra del restaurante podía leerse “Segundo: Cojinova frita con arroz”. El comensal ilusionado terminó de comer rápidamente la entrada y esperó ansiosamente la llegada del plato que incluía a su pescado favorito. Sin embargo, apenas lo tuvo al alcance de la vista sintió una gran desilusión; le habían servido un filete de tollo. El cliente, con razón enfadado, reclamó al mozo diciéndolo que eso era tollo y no cojinova. El mozo y el propio dueño del restaurante quien atendía la caja le replicaron diciendo que estaba equivocado. Nuestro comensal, proveniente de una familia en la cual el pescado se consumía con frecuencia y donde se rendía especial pleitesía a la sabrosa cojinova, insistió en su reclamo. Ante la negativa a reconocer el engaño, optó por dejar en la mesa el monto de la entrada y retirarse sin consumir el segundo haciendo oídos sordos al responsable del local quien lo tildó repetidamente de abusivo.

No es posible saber cuántas otras personas comieron a sabiendas que no se les vendía lo ofrecido. Su conducta es una clara demostración de aquella cultura del no reclamo que caracteriza a muchas personas quienes no comprenden que como consumidores tienen pleno derecho a exigir.

Podrían pensarse en mil y un situaciones en las que esta conducta se repite y en las cuales eventualmente otros consumidores presentes señalan como irresponsable o conflictivo a quien reclama que bajen el volumen de la música en una combi, le devuelvan el dinero que pagó por un producto defectuoso o regrese a un supermercado para cambiar comida preparada en mal estado.

Cuando un reclamo es justo debe hacerse. Un solo ejemplo para nuestros lectores. Si recibe mala atención en un hotel exija el Libro de quejas y escriba ahí todo lo sucedido. Es su derecho.

 

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