El peligro de desocupación masiva de periodistas y de trabajadores de talleres y administración que por años tenían ocupación estable en la cadena de diarios del Grupo Correo, en razón de la eficiencia y calidad de su labor diaria, es inminente. Es una de las consecuencias más graves de la concentración de la propiedad de los medios de comunicación social. Afecta a los trabajadores que dejarán de ser asalariados para convertirse en un nuevo contingente de desempleados. Beneficia al poder económico, tanto porque les permitirá el dominio desmesurado del mercado editorial de la prensa como de la capacidad para imponer la agenda política acorde a sus intereses.
Esto ya se sabía desde tiempo atrás. Las organizaciones y las personalidades más preocupadas por la vigencia de una democracia en capacidad de constituirse en el fundamento de una sociedad verdaderamente civilizada en lo social y en lo económico, levantaron sus voces con toda oportunidad. No se les escuchó. Salieron al frente otras voces que, en lugar de llamar a la racionalidad, sirvieron para tratar de justificar lo injustificable, mal interpretando el legítimo significado de la libertad de prensa, que es derecho fundamental de todos y no solamente de quienes tienen el poder del dinero.
Estos últimos han olvidado o quizás ignoren que en estos tiempos como en los pasados, el trabajo es un derecho elemental, básico, y un bien para la persona humana, más allá de credos, razas, género o condición social. Lo expresado lo han citado las inteligencias más sensibles en la defensa del derecho a la vida, por una simple razón: es un bien útil, digno de la persona humana, porque es idóneo para expresar y acrecentar la dignidad del ser viviente. El trabajo no solamente tiene valor porque es siempre personal, sino también por el carácter de necesidad.
¿Quién podría negar esa verdad?. El país está como está precisamente por la ausencia de empleo y salario dignos. Las estadísticas hablan de la reducción del desempleo y de la pobreza, pero ocultan que tales vergüenzas humanas también aumentan, entre otras causas porque año tras año hay nuevas generaciones en edad de trabajar y otras que van formando nuevas familias. Ni la clase política tiene respuesta a ello, como tampoco la tienen quienes están en la cima de los poderes del Estado. Esta es la verdadera crisis que azota a a la nación. ¿Hasta cuándo?. No se sabe.
Pasa el tiempo y aparecen nuevos rostros en el mundo político. En realidad se suman a los ya conocidos, pero ninguno asume el compromiso, bajo juramento o capacidad de renunciamiento, para proclamar que el trabajo es necesario para formar y mantener una familia, adquirir el derecho a la propiedad y contribuir al bien común de la familia humana.
Guardan silencio en el momento de la verdad. En la totalidad de las veces se olvidan de lo prometido, sabiendo aunque sea de oídas que la consideración de las implicancias morales que la cuestión del trabajo comporta en la vida social, lleva a calificar la desocupación como una verdadera calamidad social. Y esto es precisamente lo que les espera a los trabajadores del Grupo Correo, que ha hecho un excelente negocio con el Grupo El Comercio, pero a expensas del derecho al trabajo de más de un centenar de periodistas, empleados administrativos y personal de talleres.
¿Quién asumirá el daño social causado? Los del Grupo Correo se lavan las manos. Los del Grupo El Comercio se zurran en la Constitución y en las leyes que regulan el derecho al trabajo. No les importa saber que una función importante y una responsabilidad específica y grave, tienen en este ámbito los empresarios, es decir aquellos sujetos, personas e instituciones, que tienen poder para orientar la política del trabajo y de la economía.
El problema que afecta directamente a los trabajadores del Grupo Correo debería de servir para que quienes tienen voz, hablen de una vez por todas. El alto índice de desempleo constituye un grave obstáculo en el camino de la realización humana. Quien está desempleado o subempleado padece las consecuencias profundamente negativas que esta condición produce en la personalidad y corre el riesgo de quedar al margen de la sociedad y de convertirse en víctima de la exclusión social.