La lección de “Gardelito”

 

Es asombrosa la tendencia que tiene el público en general, a no permitir la muerte de sus mitos, aferrándose a ellos, con la poderosa garra de la leyenda urbana.

Así conocí a “Gardelito”. De lejos, claro. Mirándolo de una acera a otra, en su cansino andar de mendigo sin destino, tratando de ocultar las horrendas huellas de un incendio que marcó su cuerpo-y quizás su alma-para siempre jamás.

Su ir y venir, comprendía los cien metros de cuadra que abarcan la iglesia de San Pedro, y el Jirón Miro Quesada, frente a la cual, en un tortuoso callejoncito, vivió alguna vez, cierta morocha que me llevó por las calles de la amargura y me ganó por nocaut técnico los doce rounds de nuestro amorío revoltoso.

El cafetín de los poetas

No sólo el vecindario, sino-principalmente-los bebedores del cafetín dos puertas que hacía esquina con La Rifa, decían entre broma y serio, que el mendigo, era, en realidad, el mismísimo “Zorzal Criollo”, milagrosamente escapado de las llamas del avión que consumió su gloria de tango, allá en el Medellín de 1935.

La sombra de alguien que ocultaba su ayer de estrella, bajo los harapos de la miseria, rematados con lentes oscuros y un sombrero indescriptible.

Y es que “Gardelito” cantaba. Se sabía el repertorio completo del “Morocho del Abasto” y a eso de las cuatro de la tarde, se aparecía en el bebedero de esquina y por un sol o cincuenta cobres, entonaba con voz cascada y rota: “Cuesta Abajo”, “Volver”, “Caminito”, o “El Día Que Me Quieras”. Los borrachos le invitaban su trago también .Tenía derecho el hombre. En cuanto a su leyenda de “Gardel Redivivo”, el cantor a destajo, eludía siempre el tema y claro, así seguía alimentando la leyenda.

Un amor como «la guerra»

A mí me iba como en la guerra, con la morocha del cuento. Los celos, arañazos, en fin los adioses para siempre y los amistes de película. Mi vida era un carnaval. Pero yo la iba viviendo, al tiempo que empezaba a escribir “Perro Mundo” en mi inolvidable “Última Hora”.

Cierta tarde, tras esperar amargado a la que no llegó nunca, se me ocurrió entrar al cafetín de borrachos, en una de cuyas mesas daban cuenta de un criminal ron oscuro, el poeta Luján Ripoll, el mismo que dijo: “mientras lloren las niñas, yo beberé sus lágrimas” y mi extrañado padrino Niko Cisneros Garabito, gran escribidor costumbrista y hombre de enorme corazón, atrapado por los demonios de la bebida.

No pasé la frontera

En mi desconcierto, saludé afectuosamente a Don Niko, e hice un ver de acercarme a la mesa. Ceremonioso y digno, el poeta Luján Ripoll, me contuvo con un gesto.- “Tú no puedes, ni debes acercarte aquí”,- me dijo. – ¿Y por qué no puedo?-pregunté medio insolentón y picado.- “Porque jamás has sufrido, ni has vivido lo que nosotros dos”,-me replicó terminante.

Pero la vida es caprichosa, como enamorada engreída y tardes más adelante, la morocha de mi copla, me hizo en la misma puerta del cafetín, una escena digna de comedia italiana, con zarpazos a la cara y rotura de camisa dominguera. Yo traté de apaciguarla con frases de cariño, pero no hubo caso. Me insultó y se fue nomás, como se va la vida, así de golpe.

Y de pronto… sí pasé

Entonces ya, tratando de recomponer la figura, entré al tenducho, en busca de agua fresca y un respiro para mi alma, cuando en eso, sentí la voz grave del bigotudo poeta que antes me había impedido abordar su mesa. Y dijo el vate:” Ahora si puedes acercarte, porque acabas de sufrir como nunca antes en tu vida”.

-Y me acerqué pues. Mi padrino Don Niko, me dio la bienvenida y pidió una cerveza para mí, pues el asesino ron de ambos poetas hubiera sido demasiado amor para un estreno, ya que bebedor nunca he sido. De ese calibre, por lo menos.

Y ahí nomás, nos cayó “Gardelito” que a pedido de estos
“copólogos” de ligas mayores, se arrancó con “Barrio Reo”, siguió con “Sus Ojos Se cerraron” y en fin, bordó casi llorando, un gran ronco recital del repertorio gardeliano.

¿Jugar al periodismo?

En una pausa de su concierto, yo pretendí jugar al periodismo, empezando con las consabidas preguntas de ¿Cómo te llamas? ¿De Dónde Vienes? Y boberías así, cuando de pronto, “Gardelito” me disparó acomodándose las gafas más oscuras que la medianoche: “Yo te conozco a ti”.- “¿Y de dónde me conoces?”-retruqué incrédulo.-“Del Sepa”,-me dijo.-“Ahí te he visto cuando fuiste acompañando a un General que era Ministro. Ibas con otros periodistas. Me acuerdo que el hombre dijo que con ese gobierno, se acababa la corrupción y que quien tuviera algo que denunciar, que hablara sin miedo” .- Y entonces el cholo Acasiete, que creo, era huaracino, levantó la mano, lo subieron al tabladillo y arrancó a soltar la lora. Acusó al Alcaide, al Capitán Jefe del Piquete y la mar en coche. Y el General Ministro lo felicitó y nos dijo que así hablaban los hombres y bla, bla, bla…. pero el ministro se fue y, naturalmente, Acasiete se quedó. Y para qué te cuento. Lo colgaron, le dieron de palos, le hicieron el submarino en agua de acequia y en fin. Lo dejaron como un trapo.

¿El fin de alguien que habló?

A partir de ese día, el hombre se hizo “limpiecero”, para que le dieran algunas sobras que comer y, de vez en cuando una limosna. Yo estaba en el penal por un asunto de celos. Acasiete dormía en el duro suelo y de vez en cuando, me daba cinco reales para que le cante un viejo tango que habla de una huelga en tierra de gauchos. Y dice más o menos así: “Un paisano gritó ¡Viva/ y un caudillo mencionó/. Y los otros respondieron sepultando sus cuchillos/ en el pecho valeroso, del gauchito que cayó”.

-Y luego seguía con el padre del asesinado que inclinándose sobre su hijo, musitó como en oración:” Por no hacerme caso mïjo/se lo dije tantas veces/.No haga juicio a los discursos del dotor/ni del patrón”.-Y la cosa seguía con el entierro, la vieja que lloraba, en fin. A mí, creo que me ponía más triste que a él. Al cholo Acasiete que remataba en llanto y me decía:” Si pues, la política es así”.

-Yo no quise escuchar más y despedí al viejo chamuscado, que me hizo adiós con su mano pordiosera y se perdió entre la gente como arena que la vida se llevó. Lo grave, es que no aproveché la moraleja del cuento y…lo pagué-lo sigo pagando- muy caro, Gardelito. Perdóname por no saber descifrar tu enseñanza, donde quiera que te encuentres.

Esta es una de mis tantas aventuras y -no sé por qué-, me sigue poniendo triste cuando la cuento.

 

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V: 1990 | 19