Al inicio de mi carrera periodística, anclé -por cosas del destino- en una misteriosa biblioteca, propiedad de un talentoso periodista, marginado a consecuencias de “un error ético”, que le amargó la vida para siempre.
Nunca he sido proclive al juzgamiento, función que mantengo en reserva para los doctos jurisconsultos, que a diario nos asombran con sus sabias decisiones y, en últimísima instancia, para los dictados de Diosito lindo, o los retornos del Karma, que aunque usted no lo crea, existe y además, funciona, mi estimado. De modo que volviendo a los libros que amurallaban mi provisional hospedaje y, considerando que desde los cinco prematuros años, practico el sano vicio de la lectura, allí devoré casi hasta extremas horas, la filosofía de Aristóteles, los enunciados de Kant los descubrimientos de Freud… y hasta los “Rubbayats” del gigantesco Omar Kayam, con los bellos matices de la “Aziyaidée” de Pierre Loti y otras maravillas. También descubrí, asombrado que muchas de las cosas que solemos creer, son edulcoradas fantasías, que consagra la vieja costumbre de incubar la pereza del pensamiento, que debiéramos combatir como la flacidez corpórea o el tontudismo intelectual que advertimos a cada paso y a los más inesperados niveles, oiga usted.
Así descubrí un ahora inhallable mamotreto, cuyo autor – de nacionalidad francesa- no recuerdo, pero que sigue alumbrándome a chispazos, cada vez que tropiezo con hechos o situaciones que pudiera antojárseme imposibles y sin embargo, ahí están, pues.
“Los Coridones”, era el título del libraco en cuestión y en definitiva, atacaba la existencia de la más poderosa mafia que mueve -a diversos niveles, nuestro caprichoso mundo en aras y protección de sus preferencias y pasiones sexuales, al parecer dictadas por error de la naturaleza.
Si pues. Pero como todo enfoque natural-psiquiátrico, la tesis admite cuestionamientos y excepciones determinados por la ubicación selectiva de diversos “Cori-misios”, o como se decía en chanza off the record: “los de aquí son tan caídos, que en vez de tener sida, sólo contagian caracha”.
En fin. A lo que íbamos y sólo apelando a un par de ejemplos. ¿Se ha preguntado usted, cómo es posible que un desconocido cantor, dizque compositor, motivador “honoris sin causa”, puede contratar –y cobrar- del Estado, una interesante suma, a cambio de ignorados, misteriosos, circunstanfláuticos, servicios que nadie hasta hoy especifica. Algo más, un patanesco joven, varias veces “sancionado” en razón de sus escándalos, por el canal en el cual se presentaba, no sólo fue sistemáticamente reinventado en variados programas del citado medio de comunicación, sino sorprendentemente y pasando por encima de todas las legales disposiciones vigentes, viajó a México, ventajosamente contratado, por nada menos que Televisa, el gigante televisivo de tierras charras. Y como quien refresca la memoria, quiero recordar el caso de cierto diagramador-periodista, vilmente descuartizado, al cabo de una cita homosexual. En este caso, apresado el autor – supuestamente directo- del crimen, recibió el eficaz auxilio de cierto caballero, que apareció no sé de dónde y si bien la investigación lo señaló cómplice del homicidio, añadiendo que éste caballero, ayudó a diseminar los restos de la víctima por diversas zonas de nuestra capital, no pasó nada con él.
Se aseguró dejando bien defendido e instalado a su “amigo”, inquilino y protegido y partió de vuelta, no sé si a México o a Italia. Los hechos aquí relatados, no son producto de mi festejada creatividad. Han ocurrido realmente y nuestra gallarda prensa los ha comentado a fondo. Sin embargo, los protagonistas de estas tragicomedias, siguen felices y contentos mientras la noticia se oxida.
Y si hay agraviados al respecto, ya aprenderán a conformarse con su peruana suerte, si acaso no están durmiendo ya, el largo sueño de los inocentes. Pues según mi memorioso enfoque, “Los Coridones”, siempre han sido, son y seguirán siendo, “La más poderosa mafia” que pueda recordarse. Si alguien tiene una mejor explicación para lo aquí expuesto, la aguardo con impaciencia. Cuestión de no perder la Fe.