¿Cuántos canallas estarán caminando por esas tortuosas calles de la ciudad? Como no hay censo al respecto y resulta muy difícil que alguna vez se haga, unos dirán que son muchos, otros más que muchos, sin dejar de lado a los cínicos que, tajantemente, exclamarán ¡todos somos o tenemos algo de canallas! Esa es nuestra triste realidad. Saber que estamos en un país en donde hablar del miserable, significa reconocer que tenemos abundancia de personas perversas, abyectas. O sea ruin, despreciable, mala, que causa daño voluntariamente. Vil en exceso.
El problema no es para reirse. Al contrario preocupa que tal comportamiento humano vaya en aumento acelerado y tenga practicamente carta de ciudadanía. En Lima y en provincias. Se da en la política, con los famosos dimes y diretes, pero igualmente en el mundo del espectáculo con los chismes y esos programas bien adjetivados como «basura» y hasta en las instituciones vecinales, sociales y gremiales, donde no falta gente que, con premeditación, alevosía y ventaja y hasta utilizando el anonimato cobarde, atenta contra la honra ajena y el derecho a la vida digna. Y no les pasa nada.
¿Tal clase de persona anda sola? Sí y con frecuencia. Pero también suele actuar protegida por alguien con poder, desarrollando su maldad, a veces por unos centavos y otras llevada por su malformación mental congénita. Carece de moral. Vive convencida que corre a su favor la impunidad, ignorando que en esta vida no hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista. El servilismo que le acompaña, también tiene sus límites. Ignora que su mal no tiene remedio. Estas lamentables personas sufren de diferentes patologías psicológicas. Unas banales, como complejo de inferioridad o de Edipo mal curado, hasta otros más graves como la psicopatía, la paronoia o esquizofrenia. Aunque en verdad quienes llevan esos males, no siempre se embarran con la perversidad.
Es cierto sin duda. La canalla produce mucho daño. Su comportamiento se traduce en violencia escrita o verbal, de acoso sutil en muchas ocasiones, sibilino, pero de una extrema gravedad. El perjuicio que causa con frecuencia es irreparable. ¿Alguna vez se le podrá extirpar, extinguirla, combatirla? Creo que al menos se puede debilitar su existencia, denunciándola ante propios y extraños, no dándole confianza ni prestarle oídos a sus intrigas. También impidiendo, por razones de salud moral, que tomen lugar en instituciones públicas y privadas, enfrentando sus desvaríos, luchando sin temor contra sus procacidades, frenando sus agresiones, conducirla ante quien tenga autoridad y solidarizándose con sus víctimas.
Es evidente que quien tiene en conciencia el mal seguirá multiplicándose. Pero, igualmente, es un hecho que siempre provocará desprecio, aunque quizás en gente noble, pueda convertirse en pena por su inmensa miseria espiritual. Yo he visto desfilar a la gente canalla en el campo del trabajo. Sus harapos morales no le cubren el alma. Pero ya lo dije, se multiplican como hongos sin remedio y en todas partes. ¿No las ha visto?. Dele una mirada a los últimos acontecimientos. ¿Cómo llamar a quienes mataron a Patrick Zapata Coletti, aquel joven de 25 años, amigo del inculpado Gerald Oropeza y presunto testigo de sus malas andanzas?. ¿Qué decir de los asaltos a bancos, grifos, pollerías y restaurantes, donde con frecuencia muere gente inocente? ¿Cómo calificar a quienes asesinaron brutalmente en Ventanilla, a la estudiante de periodismo, perforándole los pulmones a balazos? Pasando a otros escenarios. En política: ¿Qué insanía hace que el alcalde Luis Castañeda, se dedique a destruir el proceso de reforma del transporte público o a dejar de lado el plan de desarrollo de áreas verdes en la ciudad capital, que inició la gestión anterior? ¿Por qué aquel viejo cotidiano se esmera en descalificar a los políticos de izquierda que se agrupan en diferentes frentes, tal como ocurre también y con el derecho que les asiste a los políticos de derecha? ¿Por qué Kenyi Fujimori, insiste en hablar de política, cuando su vocación tiene otra direccionalidad más rentable? ¿Qué anima a esas personas que van cultivando hierba mala en las relaciones entre el presidente de la República y su nuevo primer ministro, sabiendo que en esta hora el país necesita la fortaleza de la gobernabilidad? La canalla no tiene límites, carece de escrúpulos. Para ella no hay fronteras.